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  1. Átame a ti: Capítulo 10

    miércoles, 18 de enero de 2023



    Capítulo 10

    La primera escena

    Un beso de amor francés se escuchaba de fondo.

    El Trebol era un hermoso bar restaurant ubicado en la parte este de la ciudad, muy cerca del local de María. Al no estar en pleno centro no tenía una frecuencia de clientes tan alta, sin embargo, el ambiente era espectacular.

    La iluminación caía en cascada de muchísimas lámparas pequeñas que colgaban del techo como estrellas en el cielo nocturno. Al menos una docena de mesas estaban ubicadas prolijamente a la derecha del local, ocupadas por algunos comensales. Una pared de mosaicos de vidrios adornaban las paredes de cristal que permitían una tenue visión del exterior.

    El cálido ambiente familiar era dividido por una línea imaginaria con la zona más al fondo, donde la luz dorada de las lámparas era mucho más tenue y la melodía de los músicos en vivo que tocaban en una pequeña tarima al lado izquierdo de la entrada, sonaba mucho más fuerte por los inmensos parlantes colocados en cada esquina. Este lugar otorgaba una sensación más íntima y parecía dedicado solo a parejas. Así lo advertía la hilera de butacas pegadas a una pared que se dividían de dos en dos por paneles de drywall a media altura, formando una especie de cubículos semiprivados.

    Las hermanas pasaron de largo las mesas y de dirigieron directamente a ese lugar, acomodándose en una de las últimas  butacas. Lu sintió como los dedos de su hermana se aferraban con fuerza al a manga de su suéter, como una niña pequeña asustada. Sonrió maliciosa, pero no le dirigió ni una mirada, se acomodó en la butaca que le daba la espalda al resto de comensales. Cuando So se sentó, supo que si a su hermana se le ocurría hacer algo, ella sería tendría la obligación de vigilar que nadie las descubriera, lo que sumó al colapso emocional que, juraba, estaba a punto de sufrir.

    Un muchacho vestido con una camisa negra con un pequeño trébol estampado en el bolsillo las abordó inmediatamente, sacó una libretita y una pluma y tomó su orden; dos gin de toronja.

    — Eh, por favor… — Lu llamó al chico cuando se disponía a irse. — Yo iré a buscarte a la barra cuando se nos terminen los tragos — el joven asintió y se marchó.

    — ¿Por qué irás a buscar los tragos tú? — Preguntó So, curiosa.

    — No quiero que nos molesten — sentenció.

    La miró con ojos risueños, llenos de una confianza que quería transmitirle a su hermana. So lo intuyó, sabía que Lu quería que confiara en ella, y lo hacía, pero no podía evitar sentirse como se sentía. Segundos después bajó la mirada, sintiéndose incapaz de soportar los inquisidores ojos dorados y percibiendo como su rostro se encendía aún más. Se removió levemente en el asiento, apenas un simple movimiento, pero suficiente para sentir la dura pieza de metal dentro de ella.

    Aun no entendía como lo había soportado tanto. Hizo todo el camino en taxi hasta ese lugar con el plug anal dentro de ella. Cada movimiento que hacía la estimulaba, obligándola a sentir como su interior se dilataba y amoldaba a la forma del juguete. El dolor que había sentido en un principio se apreciaba como un recuerdo lejano ahora que el placer era continuo.

    Pero no estaba excitada solo por el estímulo en su culo, el saber que estaba haciendo algo prohibido, que no debía estar haciendo y especialmente, que nadie podía saberlo, la llenaban de adrenalina. El simple hecho de saberse en peligro de ser descubierta en cualquier momento, que la tratasen como una pervertida exhibicionista, le excitaba más que cualquier otra cosa. Y eso Lu lo sabía, era su objetivo principal después de todo.

    Pero So no era ingenua y aun sabiendo cuál era su plan, se dejó hacer. Era una experiencia demasiado deliciosa como para detenerla.

    — ¿Qué estarán haciendo Jennifer y Thalía? — Preguntó Lu. So volteó a verla con los ojos abiertos. No entendía a que venía la pregunta. — Quizás están repasando algún trabajo, ¿verdad? O quizás están viendo televisión, conversando con sus padres… — Inclinó su cuerpo hacia delante, estirando los brazos sobre la mesa. Las manos quedaron a escasos centímetros del pecho de So. — ¿Y tú? Tú estás aquí, en un bar… con un collar de sumisión en el cuello — paladeó las palabras, como si estuviera saboreándolas. O al menos así lo percibió la menor. Un fogonazo efímero en su sexo activó todas las células de su cuerpo. Sus manos estaban juntas, apretadas y aprisionadas entre sus muslos. Los brazos juntos apretaban sus senos, aumentando el escote. — Pero eso no es lo peor, ¿cierto, So? Lo peor es que tienes un plug taponándote el culo en un lugar público — los dedos rozaron apenas el pecho derecho, pero So sintió que le habían dado un shock eléctrico. Dio un gran respingo y estuvo a punto de soltar un gritillo de la impresión, pero tenía los labios tan apretados que quedó aprisionado dentro de su boca.

    — Cállate… — masculló apenas en un susurro. Alzó la vista, nublada de excitación y un deseo casi animal. — Pueden oírte… — se quejó, pero no había ni un ápice de voluntad en sus palabras. Lu sonrió satisfecha, sintiendo su propia excitación creciendo en su interior.

    — Bebidas — la voz de chico las interrumpió. Dos largos vasos rellenos con un líquido rosáceo y burbujeante, adornado con una rodaja de toronja y dos ramitas de romero fresco fueron puestos frente a ellas. Lu agradeció con una amable sonrisa, mientras So no despegaba la mirada de la mesa, temerosa de ver a alguien a la cara.

    El sujeto se alejó y en ese instante se dio cuenta que también estaba asustada. Tenía tanto pánico como vergüenza, pero a la vez sentía la calidez de su hermana frente a ella, el calor de su tacto sobre el pecho y el peso de su mirada le hacían sentir segura.

    ¿Acaso es eso posible? Se preguntó, contrariada.

    Apretó su falda con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, hizo lo mismo con los muslos, temerosa de que alguien pudiera ver lo mojada que estaba. Volvió a mirar a su hermana y esta le daba un sorbo a su bebida, como si todo estuviera normal. Pero no, nada era normal aquella noche.

    Los gruesos labios posados sobre el fino cristal parecían que lo besaban… ¿Podía besarla en ese lugar? ¿Sabrían que son hermanas? Ella no lo sabía, pero estaba mirando a Lu con una expresión embelesada y la mayor se había percatado de ello.

    En su interior, Lu brincaba y saltaba triunfante, emocionada hasta el éxtasis, pero no lo transmitió físicamente. Debía mantener su fachada, su rol dominante. Así que solo sacó la lengua y lamió lujuriosamente el borde de cristal.

    So sintió que se iba a quemar desde adentro. La temperatura corporal subió tanto que se vio obligada a tomar el vaso frente a ella y vaciar casi la mitad de su contenido en su garganta. La helada  temperatura le refrescó inmediatamente, pero no contó con que el alcohol le quemaría, subiéndole inmediatamente a la cabeza. Cerró los ojos con fuerza mientras su cuerpo asimilaba la cantidad de licor que había ingerido, suspiró con fuerza y se acomodó en su asiento, solo para descubrir la dura joya chocando contra el plástico de la butaca, hundiendo más el plug en su interior.

    — ¿Sabías que Carlos te quiere coger, So? — dijo Lu, campaneando la bebida.

    — ¿Qué? — Casi se ahoga con su propia saliva y la miró estupefacta por lo que acababa de decir.

    — Siempre me lo dice… supuestamente para molestarme — volvió a posar los codos sobre la mesa, sus largos brazos volvieron a colocarse muy cerca de las tetas de su hermana. — Pero estoy segura que es cierto — sentenció.

    No podía creer lo que le estaba contando ¿Carlos y ella hablaban de ese tipo de cosas sobre ella? Sabía que era objeto de deseo de muchos chicos, no era tonta, no se consideraba una belleza fuera de este mundo, pero tenía la suficiente confianza en ella misma como para atraer al sexo opuesto.

    — Yo…

    — Y no es el único — le interrumpió —, me ha contado todas las cochinadas que dicen de ti en el equipo de baloncesto masculino — el rubor de So había alcanzado hasta sus orejas. Sus pecas prácticamente brillaban. — Muchos incluso han confesado haberse pajeado por ti… — confesó mientras empezaba a juguetear con uno de los botones de la camisa de So.

    Era demasiada información para procesar. La menor se sentía mareada, el corazón latía desbocado dentro de su pecho y le dolía respirar. En ningún momento de su vida se le cruzó por la cabeza que alguien del equipo de baloncesto la deseara tanto, pero ahora lo sabía, incluso uno de ellos estudiaba con ella ¿Cómo lo vería ahora a la cara sabiendo que fantaseaba con ella?

    ¿Se han masturbado por mí? Se preguntó mentalmente, viéndose imposibilitada para decir una sola palabra más. El ardor en su coño había alcanzado tal nivel que el calor se había esparcido por todo su cuerpo y una muy fina película de humedad empezaba a cubrir su piel.

    Estaba demasiado excitada, cachonda y su sexo comenzaba a demandar atención urgentemente. Movió muslos, buscando que la fricción la estimulara aunque fuera un poco, pero fue inútil. Tuvo que llevar la mano derecha hasta su boca para acallar un sollozo cuando su hermana liberó uno de los botones de la blusa e introdujo un dedo. El simple tacto suave de la yema se sentía como un hierro ardiente.

    — Lu… — jadeó su nombre, aun con la mano cubriendo parte del rostro.

    — ¿Sí?

    — No puedo… — balbuceó. — Por… por mucho tiempo… no…

    — Shhh… — desabotonó un segundo botón. — Bebe.

    Obedeció como una autómata. Le dio otro sorbo largo a su bebida y cuando se dio cuenta, todo el contenido del vaso había desaparecido, se lo había tomado en solo dos tragos. El mareo se incrementó y el miedo había comenzado a perder terreno por culpa del alcohol, dejándole solo la sensación de vergüenza y la terrible excitación.

    — Mierda… — se quejó cuando sintió como el licor se había subido rápidamente a la cabeza.

    — Así no, boba — Lu retiró su vaso y lo puso junto al suyo antes de beber los restos de su trago. — So, quítate el sostén.

    — ¿Qué? — Por enésima vez en la noche, la incredulidad le asaltó.

    — Ve al baño y quítate el sostén — repitió Lu, alcanzándole su propia cartera. So la tomó con manos temblorosas. — No quiero escuchar que digas que no. Es lo que deseas, ¿cierto?

    Por un momento se sintió acorralada, sin saber que decía ¿Era lo que deseaba? No lo había pensado seriamente. Había aceptado entregarse a ella, había decidido ser su sumisa, pero a pesar de haber investigado cosas… prácticamente se había lanzado a un mar a oscuras y sin saber realmente que había en sus profundidades. No sabía realmente que es lo que le propondría Lu, aunque podía hacerse una idea después de las pequeñas experiencias que habían tenido… además, habían tenido sexo. Sexo real ¿Qué cosa podía existir más prohibida que el incesto? Intuía que lo que vendría después de eso escalaría más alto, mucho más… ¿Y lo deseaba? ¿Realmente lo deseaba?

    Maldición, sí… Lo deseo.

    No respondió en voz alta, solo tomó la cartera y se levantó. El juguete tiró dentro de su culo y sintió el lengüetazo de un orgasmo demasiado próximo. No quería correrse frente a ese montón de personas.

    Alzó la mirada hasta divisar el baño y caminó con algo de dificultad hacia él. Sentía que la falda se le movía demasiado y la dejaba expuesta, aunque eso ocurriera solo en su imaginación, el solo pensarlo le excitaba más.

    Lu la miró detenidamente hasta que se perdió en el lavado. Apenas la puerta se cerró tras ella, soltó un largo suspiro y llevó ambas manos a su rostro para cubrir el intenso rubor que coloreó su cara inmediatamente. Pequeñas gotas de sudor perlaban su nuca y las piernas le temblaban levemente. El esfuerzo para mantener la compostura era titánico, pero su propia tanga era un desastre desde hace mucho rato.

    Peinó su flequillo y dejó que los bucles cayeran en cascada sobre la espalda antes de levantarse con ambos vasos en busca de nuevos tragos.

    2

    Cuando Lu alzó la vista, esta se nubló. Sus pupilas se dilataron y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no asaltar a su hermana ahí mismo.

    So se encontraba de pie, con la cabeza ladeada a un lado, mirando el suelo. Su camisa negra se transparentaba en ciertas secciones donde la luz golpeaba directamente, pero la tenue iluminación del lugar hacía que no revelara nada peligroso a las pocas parejas que las acompañaban por esa zona. Aun así, la tela era tan fina que los pezones erectos se marcaban perfectamente y esa sola visión encendió el motor en su interior, calentándola muchísimo.

    La menor se sentó y le entregó la cartera, tomó su vaso y dio otro sorbo, esta vez más pequeño. Las palabras de Lu seguían en su cabeza. De igual forma, no tuvo tiempo de beber más; la mano izquierda de su hermana tomó la suya y tiró de ella suavemente, obligándola a inclinarse sobre la mesa y a colocar los codos a cada lado. Las manos junto al vaso quedaron al nivel de su rostro, con el pecho prácticamente descansando sobre la madera. La mayor estaba en una posición similar, por lo que sus rostros estaban a escasos centímetros de distancia, el aliento cálido y cargado de alcohol chocaba contra ellas, estimulándolas.

    — Te ves preciosa.

    So no se dio cuenta, pero estaba mordisqueando su labio inferior. Aquella palabra tuvo un efecto tan profundo que caló totalmente en su pecho, tan cálida, benefactora. Intentó inútilmente esconder el rubor con el vaso, pero era tan evidente que Lu sintió un deje de ternura, el cual desapareció tan pronto como apareció. Su excitación estaba demasiado elevada como para ser romántica. Volvió a llevar los dedos hasta los botones y comenzó a juguetear con ellos, desabotonando primero uno, después otro y un tercero. Cuando el cuarto botón cedió, So sintió como el frío del aire acondicionado chocaba directamente contra su piel. De no ser porque seguía mordiendo su labio inferior, habría gemido, fuerte. Se dio cuenta por fin que tenía su labio prisionero entre los dientes, pero no lo soltó.

    Sentía su seno izquierdo expuesto, desnudo y los juguetones dedos lo habían descubierto aún más. Una gran porción de piel estaba a la vista, incluyendo su pezón. Lu usó la uña de su dedo medio y comenzó a rasguñar, pero muy suavemente, la piel de la aréola. So miraba de vez en cuando a su derecha, vigilante y temerosa, aunque eso no le impedía disfrutar de la tortuosa caricia. Los pezones estaban tan tensos que le dolían y cuando su hermana usó el pulgar e índice como pinzas para pellizcarlos, sintió un chispazo que se reprodujo en su clítoris.

    — Están muy duros.

    — Es tú culpa…

    — Bebe — sonrió llena de orgullo. Esas palabras eran justo las que deseaba oír. So obedeció y dio otro sorbo, ella la imitó, llenándose de valor.

    A continuación, volvió a estirar la mano, esta vez palpando por completo, llenándose la palma, sintiendo el duro botón presionándole la piel. Metió la mano dentro de la blusa y manoseó a placer por unos cuantos segundos que parecieron eternos para las dos. So se removió, intentando estimular su coño, pero solo conseguía estimularse el recto. El plug se movía con ella y esa tortura era demasiado.

    — Lu…

    — Me fascinan tus tetas… — Se inclinó lo suficiente para susurrarle al oído antes de apretar el seno en su totalidad.

    — Uhm… — no pudo contener el gemido y eso fue suficiente para desatar el río de humedad manando desde su interior. — Por favor…

    — Por favor… ¿Qué?

    — Lo necesito…

    — ¿Qué cosa? — Lu paladeaba cada palabra, sonando ronca y sensual, taladrando la mente de So.

    — Que… que me toques. Necesito correrme…

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  2. Otro día en el paraíso: Capítulo 1

    miércoles, 11 de enero de 2023

     


    Audra es una actriz a la que la fama la ha hecho colapsar; harta de ese estilo de vida público, decide tomarse unas vacaciones en el pequeño pueblo costero en el que creció. Su hermano hará de guía turístico y le recordará el ambiente libertino y morboso en el que creció.

    Capítulo 1

    ¡Bienvenidos a Buenaventura!

    — Hemos llegado, señorita.

    Esas palabras me sacaron de mis pensamientos. Alcé la vista y me topé con el gran edificio color blanco que resaltaba sobradamente del resto de la arquitectura antigua de la región. No era un hotel de cinco estrellas, pero se notaban los lujos del que carecía todo el lugar.

    — Gracias — susurré y me bajé del vehículo. Apenas puse un pie en la acera escuché como el seguro del maletero se desbloqueaba.

    Sonreí irónicamente, me estaba indicando que yo misma debía tomar mi equipaje.

    Hacía mucho tiempo que no tenía que hacer nada por mí misma. De hecho, hacía mucho tiempo que no tomaba un taxi común y corriente o me hospedaba en hoteles que no fueran cinco estrellas, y de los más famosos del mundo. Desde que hace cinco años mi vida estaba llena de lujos, brillos, un mundo donde solamente debía hablar y todo se me servía en bandeja de plata. Desde que hice mi primera película, dejé de ser una desconocida para convertirme en una de las actrices más conocidas del mundo entero. A donde iba, habían fans esperándome, dispuestos a hacer lo que sea por tomarse una foto conmigo o porque le firmara cualquier cosa y eso, en un principio, fue excelente.

    Me gustaba ese estilo de vida. Que la gente matara por tenerme en sus programas, que las revistas se murieran por entrevistarme, me llenaba el ego, me hacían sentir viva. Aún más cuando me relacioné con mi actual pareja, Michael Jefferson, mi coprotagonista en la última película que hice. Éramos la pareja del momento.

    Sin embargo, desde hace un año comencé a sentirme agobiada. La forma como transcurría mi día a día comenzó a superarme y lo que antes me emocionaba, ahora me sacaba de quicio. No poder ir ni siquiera a tomarme un café por mi cuenta a una cafetería era posible sin que un séquito de imbéciles me persiguiera. Eran como zombies cuyo único propósito era acosarme.

    Por eso decidí tomarme este viaje. Hablé con mi chico y, aunque no estuvo de acuerdo, accedió. De hecho, él se encargó de pagar todo; viaje, hotel, seguridad. Todo. Pero lo que él no sabía es que el lugar a donde iría era algo… especial. Era una región donde la farándula no tiene cabida y prácticamente estaba aislado del mundo. Donde lo único que importaba era lo que ocurría en su pequeño pueblito, con su gente y más nada. Así era el lugar donde nací, Buenaventura.

    Una pequeña región costera con unos pocos miles de habitantes, que vive básicamente del turismo en épocas de temporada, mientras que el resto del año lo hacen de la pesca y sus cosechas. El  cacao de este lugar es uno de los más populares del mundo, con el que hacen el chocolate suizo y holandés. Así de buena es la calidad de su cosecha.

    Respiré profundamente el aire salado y cálido, evocando recuerdos de la infancia, y caminé hasta el living. No pasaron ni cinco minutos cuando unos fuertes brazos me tomaron por la espalda y me alzaron como una muñeca de trapo, dándome un par de vueltas antes de dejarme otra vez en el piso. Cuando volteé, me encontré con la hermosa sonrisa de Anthony, mi hermano.

    Prácticamente tuve que echar mi cabeza atrás para verlo directamente, y es que, a decir verdad, éramos sumamente diferentes. Yo salí a mi madre, una inmigrante italiana de un metro sesenta y cuatro centímetros de altura. Blanca como la nieve, de cabello castaño y nariz aguileña, pero con labios sumamente gruesos y provocativos.

    ¿Yo? Yo soy más pequeña aún, apenas mido un metro cincuenta y seis centímetros, soy un minion… pero eso lo compenso con otros atractivos físicos. No es por ser egocéntrica, pero mi piel es tostada y mi cabello es castaño oscurísimo y ondulado, largo hasta la altura de los omóplatos. Mis senos son llenos y turgentes, firmes por la cantidad de horas que invierto en el gimnasio, lo cual también se refleja en mi abdomen plano y en el tonificado y voluptuoso culo que heredé de mi abuela paterna, ya que mi madre carece de este atributo. Gran parte de mi fama a nivel global se lo debo a él; mi trasero me ha abierto muchas puertas en el medio.

    Mi hermano, por otro lado, es idéntico a mi padre. Todos los nativos de la isla, salvo muy contadas excepciones como yo, son de piel muy oscura, cabello rulo, ojos oscuros y facciones gruesas. Las mujeres, por lo general, son voluptuosas, con enormes tetas y traseros exagerados. Los hombres, por su parte, son… gigantes. En todo sentido de la palabra.

    Mi padre mide un metro noventa y tres centímetros, con un físico fibroso. Mi hermano, ahora que tiene diecinueve años, es más alto, incluso puedo asegurar que está rozando los dos metros de altura. Está usando una franelilla sin mangas que dejan a la vista un marcado dorso perfectamente definido, con pectorales firmes como el mármol, al igual que los músculos de sus brazos. Lo mismo se apreciaba en sus gruesas y tonificadas piernas cubiertas por un short playero con unas flores hawaianas. Lo detallé de arriba abajo, su enorme sonrisa y su cabello rasta amarrado en una cola de caballo le dan un aspecto surfista que siempre ha resultado sumamente atractivo.

    —Vaya, vaya, vaya. La famosa Audra Reyes en persona — dijo sarcástico, pero yo no me reí. Me mantuve seria, haciéndole saber que no me hace gracia su estúpida broma. Una de las condiciones del contrato es que nadie podía saber quién era y decir mi nombre en voz alta era una falta. — ¿Qué tal el viaje? — Pregunta, ignorándome.

    — Normal — mascullo. Volteé a todas direcciones, paranoica, pero para mi sorpresa, ninguna de las personas alrededor parecía haberse percatado de mi presencia.

    — Hermanita — Anthony me rodeó por los hombros con su brazo. — Te lo dije por teléfono y te lo digo ahora en persona; aquí estás a salvo, nadie sabe quién eres y puedes hacer lo que quieras, cuando quieras. Podrías lanzarte desnuda desde el tobogán del diablo y a nadie le importaría… bueno, sí, si le importaría porque estás ridículamente buena. — Exclamó deteniéndose y viéndome de pies a cabeza, girándome sobre mi propio eje. — ¡Mírate cómo estás!

    — Bobo — no pude evitar sonrojarme ante el piropo. Caminamos un poco, sintiéndome obligada a mirar disimuladamente el sospechoso bulto en su entrepierna que se movía con cada paso que daba. — ¿No usas ropa interior o qué, Anthony? — Le recriminé divertida.

    — Esto — como respuesta, se agarró el paquete y pude notar el exagerado diámetro y largo que tenía, aun en ese estado —, no cabe en ningún bóxer —soltó una gran carcajada que me contagió de inmediato. Tiene razón, es enorme. — Vamos a dejar tú maleta y después vamos a donde nuestros padres. Están ansiosos por verte.

    2

    Pisar esta casa me da mucha nostalgia. Apenas entré, el delicioso olor de la comida de mi madre llega a mis fosas nasales y sentí una agradable sensación de familiaridad.

    — ¡Familia, llegó la estrella!

    Gritó Anthony y de inmediato, mi padre salió de la habitación. Viste un short similar al de Anthony y no lleva nada puesto en el dorso, exhibiendo un excelente físico a pesar de sus cuarenta y dos años. Sus enormes brazos me envuelven en un exagerado abrazo y, al igual que mi hermano, me levanta al punto que mis pies se despegan del piso con facilidad. La fuerza de estos hombres es ridícula. Cuando me soltó, me sorprendí al darme cuenta que ahora se afeita al ras, no hay una sola sombra de cabello en su cabeza, dándole un aspecto mucho más duro que antes.

    — ¿Qué tal el viaje, mocosa? — Me dice cariñosamente.

    — Cansada, apenas he dormido. Siento que la cabeza me va a explotar.

    — ¿Tan estresante es venir a vernos?

    — De donde vengo, sí, el viaje es agotador — le digo tomándome la nuca y moviendo levemente el cuello.

    — De eso puedo encargarme yo.

    Mi mamá salió de la cocina ataviada con un sencillo vestido blanco que se le ajustaba en el pecho, marcándose en los pezones. Tenía unas cuantas manchas de salsa y harina, lo que me indicaba que estaba haciendo mi platillo favorito; pizza.

    Ella tenía cuarenta y nueve años, era mayor que papá, pero tampoco los aparentaba mucho. Sí, en su rostro había ciertas arrugas que denotaban que ya no era una jovencita, pero sus senos firmes y llenos, su abdomen plano y sus caderas anchas mostraban un excelente estado físico. Fue por la mezcla con su genética que yo no tuve la piel oscura de mi padre, pero tampoco salí tan blanca como ella. Supongo que fue una mezcla de ambas.

    — Mamá — saludé melancólica, fundiéndome con ella en un abrazo inmenso. — Te extrañé mucho.

    — Y yo a ti, hija.

    — ¿Cómo es eso que me puedes ayudar con el estrés? — Le pregunté, alejándome al fin.

    — Tú mamá ahora trabaja de masajista en el hotel, ¿no sabías?

    — Ehm… no, no la verdad.

    — Entonces después que comas, te sacaré todo ese estrés acumulado que tienes.

    Me sorprendió que mamá se dedicara a hacer masajes cuando era la dueña del hotel donde me hospedaría. Ella siempre fue una mujer proactiva, así que supongo que estar sin hacer prácticamente nada la estaba volviendo loca.

    La hora del almuerzo llegó y comimos los cuatro. Deliciosas pizzas llegaron a la mesa y las devoré con glotoneria. Nos pusimos al tanto de nuestras vidas, Anthony seguía soltero, viviendo la vida loca, como quien dice. Mamá bromeó con que llevaba a una mujer diferente cada fin de semana al hotel y, realmente, no lo ponía en duda. El maldito era ridículamente atractivo y transmitía una esencia de masculinidad que, incluso a mí, me daban ganas de saltarle encima. La relación de mis padres sigue igual de bien como el día que me fui; papá tiene dos botes pesqueros, los cuales son navegados por sus empleados y mamá, bueno, además de masajista, es la CEO del único hotel del pueblo.

    Pasamos la tarde entre risas, anécdotas graciosas de la infancia y actuales, hasta que el momento de seguir laborando llegó para mi hermano y mi viejo. Mi hermano se despidió dándome una sonora nalgada con su mano que prácticamente abarcó todo mi culo. Tuve que sobarme mientras mi papá se despedía dándome un pico en los labios, como siempre lo había hecho.

    Estaba a punto de ayudar a mamá con los platos, pero me detuvo.

    — Ah, ah. Yo me encargo. Usted vaya al baño, toma una ducha rápida, ponte la bata que dejé y después te vas a la habitación, en un momento estoy allá.

    La obedecí sin chistar. Entré en la ducha y me deshice de la ropa que traía, dejé que el agua helada se llevara todo rastro de suciedad, sudor y calor que había acumulado con el pasar del día. Había olvidado el ridículo calor que hacía en ese lugar. La temperatura promedio rondaba los treinta grados y la humedad oscilaba entre ochenta por ciento.

    Tomé la pequeña bata que parecía ser de un material como la seda, era sumamente suave al tacto. Me la puse sin molestarme en cerrarla, descubriendo que ni siquiera llega a cubrirme el pubis por completo, de taparme el culo ni hablemos. De igual forma, no le di importancia y me fui hasta la habitación de mis padres. Apenas observé la cama, sentí que me seducía para que me acostara en ella y así lo hice. Era tan ridículamente cómoda y placentera que perdí la noción del tiempo. No sé si pasaron solo unos minutos u horas, pero lo único que me sacó de la ensoñación fue el sonido de la cerradura.

    Mamá entró a la habitación vistiendo una bata similar a la mía, solo que ella si la había amarrado a la cintura. Aun así, sus turgentes tetas se apreciaban casi en su totalidad. En sus manos traía un enorme bote de lo que parecía ser aceite de coco y unas cuantas velas.

    Sin decirme absolutamente nada, dejó uno de los candelabros sobre una mesa al lado de la puerta, otra sobre su peinadora, dos en el suelo, a una distancia segura para que la llama no tocara la tela de la cama y otra sobre la mesa de noche. En un abrir y cerrar de ojos, comenzaron a desprender un aroma frutal que prácticamente me mareó mientras la observaba hacer cada acción como si se  tratase de un ritual sumamente sensual.

    Cuando terminó con la última, gateó sobre la cama y llevó sus dedos hasta mis hombros. Acarició la tensa piel de la nuca y los músculos entumecidos antes de barrer la bata hasta que cayó sobre la cama por efecto de la gravedad. Dejó la suave prenda a un lado y con un leve movimiento hizo que me acostara bocabajo, colocando una cómoda almohada para que apoyara la cabeza.

    Estaba totalmente desnuda, pero el aroma que impregnaba la habitación no me dejaba preocuparme por eso. Sentí como un abundante chorro de aceite pringoso cayó sobre mi espalda y unas delicadas manos esparcían el líquido por toda la superficie. Los dedos comenzaron a realizar suaves movimientos sobre mi columna, justo encima de las caderas. Sentí como los pulgares acariciaban sugerentemente mis hoyos de Venus, solo para ascender por las costillas hasta los omóplatos.

    Unos minutos más tarde, otro chorro de aceite cayó sobre mis muslos y, de nuevo, la deliciosa sensación del maravilloso masaje me anestesió. Los dedos apretaban la carne de mis piernas, desde el nacimiento de las nalgas hasta la pantorrilla, abarcando cada vez más voluptuosidad en cada ascenso. En un punto, las manos ya manoseaban descaradamente mi culo, apretando los glúteos, abriéndolos y cerrándolos. Las manos se introdujeron entre mis piernas, obligándolas a separar solo lo necesario, rozando peligrosamente los pliegues de mi vulva.

    — Realmente estás hecha un nudo — dijo mi madre por primera vez, reptando hasta colocarse a un costado, usando una mano para acariciar mi nuca y la otra rozar mi muslo interno y la nalga derecha.

    — Me imagino — dije casi en un suspiro.

    — Ven — susurró, metiendo una mano por debajo de mi vientre y obligándome a levantarme. Tenía los ojos somnolientos, producto del delicioso tacto, pero pude percibir cuando una bata idéntica a la mía cayó a un costado. Era la suya. — Si no me la quito se manchará de aceite — dijo, tirando suavemente de mí y obligándome a caer sobre su pecho.

    La sensación de sus pezones rozando contra mi piel lubricada me provocó extrañas sensaciones que inmediatamente asocié con la excitación.

    Tomó el bote de aceite y echó una generosa cantidad sobre la mano derecha y comenzó masajear mi abdomen, alrededor de las costillas y sobre los abdominales. Entre mis senos y sobre la clavícula. Sobre el trapecio y los hombros. Después de haber aceitado toda la zona, volvió a untarse líquido y ahora si posó ambas manos sobre mis tetas. Las apretó primero, después comenzó a masajearla con movimientos circulares. Como un acto reflejo llevé ambas manos por detrás de su nuca, buscando un punto de apoyo y dándole más acceso. Escuché una leve risilla en mi oreja izquierda que me contagió. Se movía alrededor de la voluptuosidad, a veces con suavidad, otras aplicando más presión. Poco a poco, los dedos en punta se concentraron alrededor del pezón, estimulando la piel erizada de la areola antes de tocar el rígido botón.

    Gemí levemente, sintiendo la tensa piel de los pezones siendo molestada por unos dedos expertos. Los movió como un jostick de un mando de videojuegos, después los presionó y por último los pellizcó, provocándome otro jadeo.

    — Creo que lo que te falta es un buen polvo, Audra — dijo mamá entre risas.

    — Es probable, no tengo sexo desde hace… no sé, la verdad.

    — ¿Y tú novio?

    — En Madrid, creo. O en Londres, ya ni recuerdo.

    — ¿No coges con él?

    — Poco, la verdad. E igualmente me parece medio soso…

    Las manos dejaron de torturar mis pezones y comenzaron un descenso peligroso hasta mi vientre bajo. Sentí un nudo formándose en la boca del estómago y mi madre se percató de ello, usando la yema de los dedos para acariciar la zona suavemente, provocando que se disipara a los segundos. Continuó su descenso hacia el sur y esta vez se concentró en mi monte de Venus perfectamente depilado. Esa zona tan sensible y cercana a mi clítoris comenzó a provocar una obvia reacción; la humedad empezó a aparecer poco a poco en mi entrepierna.

    — ¿Alguna vez te conté como conocí a tú padre?

    — ¿Hmm? — Me incorporé levemente, aumentando el agarre en su cuello. — Sólo sé que llegaste a este lugar desde Italia…

    — Sí, tu abuelo quiso hacer un hotel aquí desde la primera vez que vino. Decía que era un paraíso y tenía razón. — explicó abandonando esa zona tan peligrosa y enfocándose ahora en las caderas y el costado de los muslos. — Mientras papá hablaba con los dueños de la posada, su hija me atendió todo el día y me convenció para ir a la fiesta de un amigo que estaba cumpliendo dieciocho años. Levanta las rodillas.

    Obedecí como una autómata, inmiscuida totalmente en la historia. Mamá usó sus manos para hacer que mis rodillas pegaran de mi pecho y que mis pies quedaran en el aire. Empezó a acariciar de nuevo el nacimiento de mis nalgas desde esa posición, pasando una vez más peligrosamente por los gajos de mi coño.

    — Me puse un lindo vestido de verano y asistí. Estuve alrededor de dos horas en la fiesta, conociendo a los amigos de la muchacha, sin conocer al cumpleañero, hasta que al fin me lo presentaron…

    — Y era papá.

    — Ajá. Aguanta las piernas — ordenó de nuevo, llevó las manos hasta mis tobillos y los alzó, abriéndome de piernas en su totalidad. Mi cabeza prácticamente descansaba entre sus tetas y solo me bastaba voltear un poco para tener su pezón oscuro a la altura de la boca. ― Cuando me presentaron a tu papá, a la media hora ya me estaba comiendo esa pija. Recuerdo que estaban algunos amigos hablando y bromeando, pero no me importó ― contó entre risas. Sus manos recorrieron toda la pierna por su parte posterior, haciéndome un par de cosquillas juguetonas detrás de las rodillas.

    ― ¿A la media hora?

    ― Sí, al rato estaba entregándole el culo, básicamente fui su regalo de cumpleaños ― los dedos recorrieron la piel alrededor de mi coño y, embadurnándolos de aceite, mezclándose con mi propia humedad. Poco a poco, fueron acercándose a los labios mayores que ya estaban hinchados. ― Pero no pude evitarlo, fue bailar un rato con él y sentir su enorme pija golpeándome el culo hasta la espalda para decidirme.

    ― Entonces fue amor a primera cogida… ¡uhm…! ― Intenté bromear, pero los dedos de mamá se hicieron camino entre los pliegues de mi sexo hasta encontrar el clítoris. El índice y medio de la mano izquierda retiraron la piel que lo recubría y el índice de la derecha empezó a estimularlo con un ritmo constante. Inmediatamente comencé a gemir de forma constante.

    ― Exactamente… amor a primera cogida. Y cogimos mucho, mucho más. La semana que estuvo mi papá haciendo negocios, la pasé cogiendo con él… tienes la cuca grande.

    Noohmmm… normal.

    ― No, eres cucona como yo ― aseveró, metiendo dos dedos que no encontraron ningún tipo de resistencia.

    Alcé las caderas como una respuesta animal, facilitando la penetración. Tenía las piernas abiertas a la altura de mi cabeza, totalmente expuesta mientras mamá, ahora sí, estaba cogiéndome. Era ridículo el placer que estaba sintiendo, quizás producto de la frustración acumulada que tenía desde hacía meses. No mentía cuando decía que me hacía falta coger, al punto que unas cuantas caricias provocaron que me entregara sin ningún problema.

    ― Mamá… ― jadeé a punto del orgasmo.

    ― Cuando me fui a Italia de nuevo, llegué embarazada. Solo una semana cogiendo con tu papá bastaron para que me preñara ― continuó contando mientras aumentaba el rimo de la penetración. ― Mi papá se quería morir, pero fue la excusa perfecta para acelerar las negociaciones. Todo salió perfecto…

    ― ¡Mamáhmmm! ― gimoteé de nuevo, pero esta vez no pudo contener nada.

    Me dejé llevar, me entregué al placer y sentí como cada músculo de mi cuerpo se contrajo con fuerza. Mis músculos se endureciendo y un espasmo se apoderó de mi pelvis que no dejaba de temblar sin control. Mi mente se perdió totalmente, colocándose en blanco. Un abundante chorro de fluidos manó de mi coño como una fuente, mientras mamá seguía usando toda la palma de la mano para estrujarlo con movimientos circulares, alargando la deliciosa tortura.

    Minutos más tarde me desplomé totalmente, sintiendo como las fuerzas se esfumaban de mi cuerpo y como entraba en un estado de relajación inmediato. Los párpados se volvieron tan pesados que no pude controlarlos y, así como estaba, desnuda y llena de aceite y fluidos, me quedé dormida.

    Necesitaba un maldito orgasmo y mi madre fue la única que se dio cuenta, incluso antes que yo.

    3

    El movimiento de la cama poco a poco fue despertándome. No sabía ni siquiera en donde estaba, abrí los ojos, pero no podía orientarme. Lo único que pudo distinguir con relativa claridad fueron unos sonoros gemidos a mi espalda, por lo que giré para ver que sucedía.

    Inmediatamente recordé que estaba en el pueblo de mi infancia, en la casa donde crecí y me había quedado dormida en la habitación de mis padres… porque ellos estaban cogiendo a mi lado.

    Mamá estaba en cuatro patas, con el culo en pompa y la espalda tan arqueada que parecía que se iba a dislocar. Tenía una mano sosteniéndose del cabecero de la cama y la otra apretando una almohada con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Su cara estaba descolocada, como si no pudiera soportar todas las sensaciones que la estaban estimulando.

    Detrás de ella, papá la sostenía con firmeza de las caderas y le enterraba con violencia la enorme pija. Abrí los ojos al darme cuenta del tamaño y me pregunté cómo carajos mi mamá era capaz de aguantar semejante trozo de carne firme y venoso. Aun así me quedé hipnotizada con el movimiento pélvico de papá, en esa posición podía apreciar la extensión del pene cuando salía y como se enterraba hasta que las nalgas estallaban con una fuerte embestida.

    Y así, con los gemidos – cuasi alaridos – de mamá y el sonido de las embestidas que le daba papá como música de fondo, volví a quedarme dormida.

    ___________________________

    ¡Nueva serie!

    En enfoque algo diferente, pero igual de morboso. Esta serie se publicará paralelamente con Átame a ti y será publicada, tanto en mi blog como en las otras plataformas donde publico normalmente.

    También quiero decirles que he abierto un Ko-Fi! https://ko-fi.com/andymarini Por si desean apoyarme, un café solo cuesta 2$ xD

    Nos vemos la próxima semana!


  3. Átame a ti: Capítulo 9

    domingo, 8 de enero de 2023

     

    Capítulo 9

    Acuerdo



    So abrió los ojos y parpadeó, luchando contra la pesadez de los mismos. El sol inundaba toda la habitación que, inmediatamente reconoció como la de su hermana. Giró el rostro hacia su lado izquierdo y la encontró ahí, con medio rostro enterrado sobre la almohada. Un ligero rastro de saliva emergía de sus labios entreabiertos, bañando la pequeña cicatriz y su cabello era una maraña de rizos cobrizos que brillaban bajo el brillo de la mañana.

    Sus labios se curvaron en una lánguida sonrisa. Aun dormida, despeinada y babeando, Lu le parecía la mujer más hermosa del planeta.

    Intentó incorporarse, pero acusó un ligero dolor en las ingles. Apremiantes recuerdos de la noche anterior la invadieron, desde el suceso en el Zeus hasta el baile en la casa y deteniéndose en el sexo. Una avalancha de imágenes y sensaciones la golpearon de repente y cerró sus piernas como un acto reflejo. Volvía a sentir una incipiente excitación, rememorando cada caricia, cada roce, cada palabra, cada apretón. Intentó recordar la última vez que había alcanzado un orgasmo tan intenso en el pasado, uno que le hiciera desfallecer de la forma en la que lo había hecho. Y no pudo.

    Quiso culpar al alcohol, pero negó inmediatamente con una sonrisa resignada. Era una excusa tan estúpida que la desechó inmediatamente. El contexto, la «escena», como le decían dentro del mundo de las sumisos y los dominantes, era la principal culpable. Haberse expuesto de esa manera tan pasiva a un desconocido y la sensación de vulnerabilidad que sentía al estar sin ropa interior en un vestido tan revelador junto a sus amigos, actuando normalmente, ocultando un secreto que solo ella y su hermana conocían, había provocado que su excitación alcanzara niveles ridículos. Y a pesar de todos los riesgos que conllevó, se sintió segura, porque era Lu la que estaba con ella y estaba consciente que no permitiría que la pasara algo.

    Sintió un atisbo de humedad naciente en su entrepierna que le obligó a dejar de sopesar las cosas. Había algo mucho más importante en lo que tenía que pensar ahora. A pesar de lo maravillosa que había sido la noche anterior, sabía que debían hablarlo seriamente, vaciar lo que sentían era necesario y saber en qué puerto se encontraban, y estaba segura que su hermana pensaba lo mismo.

    — Buenos días — la voz de Lu sonó pastosa y suave. So sonrió embobada y acarició la espesa cabellera alborotada.

    — Hola — respondió con languidez. La menor aun acusaba rastros de cansancio y la deliciosa sensación de dolor seguía presente.

    «Delicioso dolor», se me zafó un tornillo, pensó.                         

    — ¿Qué hora es? — So se sorprendió por la pregunta, buscó en todas las direcciones su celular, pero no tenía ni idea de donde lo había dejado. Quizás en la habitación o tirado en algún sillón de la sala. Encontró el teléfono de su hermana y lo accionó.

    — Eh… casi las once.

    — Somos unas morsas perezosas — se estiró bruscamente e introdujo el brazo derecho por debajo de la sábana, corriéndola y lo enroscó sobre el vientre desnudo de So. La menor se sorprendió del gesto y se quedó mirando el fornido brazo que le proporcionaba tan suave tacto.

    La menor volvió a enredar sus dedos en la desprolija cabellera y comenzó a masajear suavemente el cuero cabelludo. So acusó por primera vez que su hermana estaba desnuda. No recordaba si lo había hecho mientras mantenían relaciones, pero era la primera vez que la veía como dios la trajo al mundo en un contexto tan íntimo que no dudó en examinarla. Recorrió la columna que dividía la ancha espalda y admiró los músculos de la misma. Descubrió que tenía un par de moratones cerca de las costillas y un rasguño sobre el hombro derecho, muy probablemente causados durante algún partido o práctica reciente. Su culo, aún en esa posición, se mostraba voluptuoso y esbelto, la piel era mucho más pálida que la de brazos o piernas, dándole un aspecto más delicado y femenino.

    So sintió la incipiente necesidad de darle un mordisco, pero se contuvo. Misma necesidad nació cuando repasó los tonificados muslos y pantorrillas. Incluso sintió un impulso de jugar con la fina cadenita de oro que adornaba su tobillo… con la lengua.

    — Lu… — los pensamientos pecaminosos se acumulaban sin control y So pensó que debía aclarar la situación de una vez por todas.

    — Aun no — respondió la mayor, con la voz amortiguada por la almohada. — Comamos primero, me muero de hambre.

    En ese momento, un rugido emergió del estómago de So, provocando una pequeña risilla en su hermana y el rubor en ella. Terminó riéndose también antes de desperezarse y prepararse para salir de la cama.

    2

    El humeante sándwich de jamón y queso lucía tan apetitoso que ambas chicas lo devoraron en cuestión de minutos. Ahora comían un segundo plato con la misma hambre voraz. Apenas y conversaron durante el rato que tenían sentadas en la mesa y la única conversación que hilaron fue para ponerse de acuerdo y ver el capítulo siete de Arcane. Ambas mujeres sentían cierta tensión en el ambiente a medida que los minutos pasaban y eso estaba pasando factura en las dos. So sentía que el terreno firme que había estado recuperando en la relación con su hermana pendía de un hilo y volviéndose otra vez una arena movediza que la hacía insegura, eso le provocaba pánico. Un miedo que se reflejaba en el repiqueteo que hacía su pie contra el piso mientras miraba a la nada absoluta.

    Lu la miró fijamente y se percató de la mirada totalmente ida de su hermana menor. Los expresivos ojos esmeraldas parecían empañados por un vaho de incertidumbre y entendía perfectamente porque estaba así. Después de todo, ella también sentía miedo, pero este venía proyectado por un escenario totalmente diferente.

    Le dio un último bocado a su comida y limpió la comisura de los labios con la servilleta. Suspiró sonoramente y peinó su cabello hacia atrás, un gesto que no pasó desapercibido para So. Lu sentía que había alguna especie de código establecido que había quebrantado, había sobrepasado las barreras morales en su totalidad y que había podrido todo. En su mente, su adorada hermana estaba comenzando a sentir un obvio rechazo por ella y no podía culparla, ella misma había comenzado a sentir un asco insipiente que intentó eliminar durante la rápida ducha que se dio antes de desayunar. Percibía su piel pegoteada por su propio sudor mezclado con el de su So, haciéndola sentir sucia e indigna. Se talló el cuerpo con fuerza, casi como si quisiera lastimarse, castigándose a sí misma por haber forzado la situación hasta llevarla al límite.

    Pero no sabía cuan equivocada estaba.

    — Bueno… — Lu habló después de que el silencio se hiciera más opresivo. — Es complicado.

    — ¿Perdón? — So parpadeó un par de veces en dirección a su hermana, confusa. No entendía a qué se refería.

    — Sé que la cagué, ¿sí? Sé que no hay perdón en lo que hice, pero mi intención no era forzar nada… y entiendo si quieres detener todo en este momento, sería lo más lógico de hecho. Yo también lo haría y…

    — Espera, ¿qué? — So miró con el ceño fruncido. — ¿Estás diciendo que tú me forzaste?

    — Eh… — Lu dudó un momento, escogiendo cuidadosamente las palabras adecuadas. — ¿No fue así?

    — A ver — Ana Sofía llevó los dedos a sus sienes y las masajeó, acusando un naciente dolor de cabeza. No podía creer lo que estaba escuchando. — No soy estúpida, ¿sabes? — Comenzó su discurso. — Sé muy bien donde me meto, que camino tomo y sus posibles destinos. Pero sobretodo, sé las consecuencias, o al menos las intuyo No soy una mocosa manipulable a la que todo el mundo puede llevar de la mano a donde le dé la gana, Lu. Tengo criterio y me decepciona que tengas esa percepción de mí.

    — No tengo esa percepción de ti — se defendió tajante. Le ofendía que So creyera que la tenía en tan baja estima.

    — Pues no lo parece — respondió seria. — No me forzaste a nada, ¿de acuerdo? Al menos no de forma literal, quiero decir… — se sonrojó, rememorando algunos detalles. — Yo estuve de acuerdo, me dejé llevar porque yo quise y participé por iniciativa propia… en todo. — la señaló con el dedo. — Así que no hagas el papel de mártir y deja de culparte.

    Lu tragó grueso y desvió la mirada. Estaba avergonzada de sí misma y se regañó mentalmente por haberse imaginado un escenario que, ahora, le parecía narcisista. Repasó todo el discurso de So, especialmente ese «en todo» del final. Sabía a lo que se refería y sabía que el sexo había sido consensuado, pero eso solo le hacía pensar que ahora las dos estaban mal, muy mal. Ana Lucía veía el sexo como el epicentro del placer humano, una experiencia que no podía limitarse a la cuadrada estructura que le había otorgado la sociedad y por eso había explorado tantas cosas hasta alcanzar la cúspide de su propio goce. Sabía que aún le quedaba un largo recorrido, tenía como tesis de vida que las personas nunca dejaban de descubrirse, que cada uno era un universo que cambiaba constantemente. Sin embargo, también tenía claros los límites y, ahora, ambas se encontraban muy alejadas de ellos.

    — Entonces… ¿Dónde estamos ahora? — Preguntó cautelosa.

    — No lo sé — respondió igual de precavida. Sinceramente no sabía en qué punto se encontraban en ese momento.

    — Primero, aclaremos que ambas queríamos hacerlo — explicó Lu. Su hermana asintió. — Ahora debemos decidir… ¿Queremos seguir haciéndolo?

    La menor sintió miedo de la respuesta que su hermana podía tener a esa pregunta. Ella estaba consciente de lo que quería; a la mierda la sociedad y lo que digan, el placer que había sentido la noche anterior no lo había experimentado en los veinte y un años de experiencia que tenía en la vida. Pero también entendía que la única capaz de generar eso en ella era la mujer que tenía al frente, quien era sangre de su sangre eso lo hacía completamente aterrador.

    — ¿Tú quieres? — Preguntó vacilante, sintiéndose incapaz de contestar sin saber los deseos de Lu antes.

    La mayor pensó y suspiró. Su cabeza batallaba con todas las posibles consecuencias, tanto negativas y positivas… y las negativas ganaban por muchos puntos de diferencia. Sin embargo, siempre fue una mujer de riesgos, de lanzarse al vacío en busca de su bienestar y esas decisiones, demasiado temerarias para muchos, le habían llevado a vivir una vida plena.

    — Te diré una cosa — dijo. — Es arriesgado, es condenado por la sociedad, la moral y cualquier cosa que se te venga a la cabeza… y por desgracia, no nos apellidamos Targaryen — So soltó una carcajada ante la ocurrencia, sintiendo que la tensión se drenaba con la risa, por lo que nuestra familia lo condenaría mucho más rápido. Pero…

    — ¿…, Pero? — Se mordió el labio inferior, presa de los nervios.

    — Nadie tiene porque enterarse de nada… vivimos solas, no le debemos nada a nadie, pero lo mejor para todos es que lo que sea que pase entre nosotras, quede solo entre nosotras… ¿Entiendes?

    So sopesó las palabras de su hermana y llegó a la misma conclusión. — Entonces…

    — Entonces eres mi sumisa — Lu posó los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y los usó para sostener la barbilla. Su larga pierna se estiró hasta que los dedos alcanzaron las pantorrillas. Rasguñó suavemente la piel con la uña del pulgar. Contorneó todo el músculo de la pierna derecha y se adentró entre los muslos, alcanzando su sexo.

    — Lo soy — reafirmó.

    — Te compraré un regalo — dijo sin dejar de acariciar el pubis con los dedos de los pies. La suave tela de la braga empezaba a humedecerse.

    — ¿Un regalo? — Cuestionó sintiendo los primeros lametones de la excitación.

    — Ajám… — emitió, sintiendo como su hermana colocaba los talones sobre los soportes altos de la silla y tomaba una posición casi acostada, con su peso siendo soportado únicamente por la espalda alta y las piernas abiertas. Estaba entregándose a ella. — Ya lo verás — finalizó, retirando su pie y levantándose de la mesa.

    So se quedó perpleja, estaba dispuesta a entregarse, a dejarse llevar y Lu había decidido dejarla con el calor de su coño quemándole casi dolorosamente. Se reacomodó en la silla y cerró las piernas como si alguien pudiera ver la gran mancha oscura en su ropa interior. — ¡Eres el diablo, Ana Lucía Menotti!

    — No has visto nada, mocosa. No has visto nada…

    3

    El rechinar de las zapatillas en el tabloncillo resonaba en todo el gimnasio. El ambiente húmedo y cargado era acompañado de los silbatazos dados por el entrenador y los jadeos de las jugadoras que corrían a toda velocidad de un extremo a otro, aupadas por las órdenes y gritos de alientos de los preparadores físicos. 

    Desde la segunda fila de las gradas, So observaba con atención el entrenamiento. Sus rodillas yacían juntas, evitando que la minifalda tableada que había decidido usar ese día mostrara más de lo debido. El codo derecho se apoyaba en su muslo diestro y el mentón descansaba en la mano. Las uñas estaban prolijamente pintadas con una capa de color granate que combinaba a la perfección de sus zapatillas Vans del mismo color y, curiosamente, con su cabello. El celular descansaba en su mano siniestra, la cual cruzaba sobre las piernas, instintivamente en dirección a su mochila cuidadosamente colocada en la butaca siguiente.

    Los ojos esmeralda de So se enfocaban en la otra pelirroja que sobresalía del resto. Siempre le sorprendía como, en comparación a la vida cotidiana, Lu no se veía tan «gigante» dentro de la cancha. Incluso había un par de chicas más altas que ella. En lo que resaltaba, y sobradamente, era en el apartado físico; la menor de las Menotti observaba como las largadas zancadas de su hermana le hacían adelantar a la mayoría de sus compañeras en cada sprint. También le permitían reaccionar más rápido para volver después de que su mano izquierda descendiera hasta la línea.

    So se imaginó a sí misma cumpliendo un régimen físico como el que hacía el equipo los días miércoles e inmediatamente negó con la cabeza. Era imposible, moriría en el primer día. Ni siquiera entendía como su hermana soportaba esa clase de entrenamiento y terminaba como si hubiese dado un pequeño paseo trotando por el parque, mientras el resto de las jugadoras terminaban totalmente exhaustas.

    Un fuerte silbatazo las sacó de sus cavilaciones e inmediatamente, las deportistas se detuvieron. — ¡A lanzar tiros libres, señoritas! ¡Dos grupos, el primero que llegue a treinta se larga, el que pierda hace cinco sprints más!

    Las chicas se dividieron sin mucho problema en dos grupos de seis jugadoras y cada uno se dirigió a cada cesta. Para su suerte, su hermana estaba en el lado más cercano a ella. El pecho de Lu subía y bajaba exageradamente producto del esfuerzo físico. La franelilla negra estaba prácticamente adherida a su piel por el sudor que empapaba su cuerpo. Su cabello casi anaranjado yacía recogido en una cola de caballo alta, con los pequeños bucles húmedos cayendo hasta la nuca. El pequeño short blanco se esforzaba por contener los voluptuosos glúteos, transparentándose levemente en la zona más voluminosa de ambos. So se perdió por un segundo en esa lasciva vista, hasta que el grito de victoria de una de las chicas del equipo de Lu le hizo reaccionar. El entrenamiento había terminado.

    La joven se levantó de la butaca y bajó las escaleras con calma, hasta colocarse al borde de la pista. Saludó a un par de chicas del equipo que había conocido anteriormente y esperó paciente a que su hermana se acercara.

    Lu había sido llamada por el entrenador, quien le comunicó un par de cosas que quería trabajar en la práctica táctica del viernes. Necesitaba a su base estrella totalmente en sintonía con la estrategia, ella era la directora de orquesta las Águilas. Un apretón de manos finalizó la conversación en la media cancha, dio media vuelta y comenzó a caminar hasta la banca. Una gigantesca sonrisa se dibujó apenas se percató de la presencia de su hermana, aceleró el paso para llegar lo más pronto posible. So reconocía a la perfección cual era el bolso de su hermana y ahí estaba, parada justo detrás de él.

    — Hola — saludó So, regañándose mentalmente cuando se percató de la coquetería que exudaba cada uno de sus gestos.

    — Ey… — respondió Lu, riéndose levemente al ver la expresión típica en el rostro de su hermana cuando se reprendía a sí misma. — ¿Qué tal tu día? ¿Ya terminaron tus clases?

    — Sí — afirmó. — Le dije a los chicos que te esperaría para ir a casa juntas.

    — ¿Tienes mucho tiempo esperando? — Se sentó en el banquillo, secando su rostro con una toalla de mano antes de tomar su termo. Llevó el recipiente hasta la altura de sus labios y lo apretó para que el chorro de agua helada entrara en la boca, refrescándola inmediatamente.

    Nah — So tomó uno de las ondas del cabello de Lu que ahora yacía a su alcance y comenzó a juguetear con él. — Tengo como diez minutos solamente. Las vi correr y lanzar.

    — Menos mal no llegaste antes. Andreina vomitó.

    — Ugh…

    — ¡Te escuché, Menotti! — Gritó una chica morena mucho más alta que Lu, pero también más delgada. So pensó que debía medir más un metro noventa con facilidad.

    Las chicas más cercanas rieron y So vio el rubor pigmentando su rostro, sintió algo de pena por aquella muchacha que se le hacía gigante. Su forma de ser reservada e introvertida distaba mucho de su aspecto físico tan intimidante. Al menos para alguien tan pequeña como ella.

    — Creo que me da tiempo a ir a la casa a darme una ducha — dijo Lu.

    — Eso te iba a decir. Si podíamos pasar por la casa antes de irnos… — el tono era apenado. Como si estuviera suplicando.

    — Podemos — respondió con una sonrisa al tiempo que se sacaba la camiseta húmeda y la introducía en su mochila.

    Los ojos de So se movieron instintivamente hasta su hermana cuando se percató que la única prenda que protegía su desnudo torso era el sostén deportivo. Sin embargo, descubrió que ella no era la única que había sentido el deseo de verla y, descubrió que, al menos, un par de chicas se recreaban con la visión de los fuertes abdominales de Lu.

    Frunció el ceño y se preguntó con cuantas de esas chicas habría tenido relaciones su hermana. Inmediatamente deshizo el pensamiento. Era algo de lo que no quería saber.

    — ¿Lista? — Preguntó, intentando disipar los pensamientos.

    — Sí — afirmó una vez pasó la sudadera de mangas largas sobre su cabeza. Tomó la mochila, se levantó y comenzó a caminar a la salida, seguida por su hermana. Ahora era Lu quien sintió la necesidad de ver las torneadas piernas apenas cubiertas por la corta tela de la falda beige. — Menos mal que no traje la moto hoy… no sé cómo ibas a subirte en ella con esa falda.

    — Pero fuiste tú quien me pidió que la usara hoy…

    — Lo sé — una sonrisa ladeada fue más que suficiente para que So intuyera que algo rondaba la mente de Lu.

    Y con ese sencillo gesto que parecía casual, bastó para sentir como su estómago se contraía y un pinchazo de excitación despertaba su deseo.

    4

    Los edificios y locales comerciales pasaban como una película a través de la ventana. Las calles atestadas de personas que iban a su propio ritmo, dentro de su propia burbuja y las bocinas de los autos cada vez que un semáforo se ponía en rojo, en verde o amarillo. No importaba, todo el mundo parecía tener prisa. So siempre pensó que el centro de la ciudad daba más miedo de día que por la noche, aunque su hermana le dijera que estaba loca por pensar aquello. Durante las noches, no había esa marea de gente que parecía moverse como zombies, atropellándose y aglomerándose entre sí, tampoco había ese tráfico infernal y, especialmente, no existía ese estrés que parecía contagiar a todo el mundo. Lo único bueno era la diversidad de comercios que se encontraban abiertos al público. Lo que buscara, lo encontraría en el centro.

    Volteó a verla, Lu mantenía la mirada al frente, el reflejo que se colaba por el parabrisas le daba de lleno al rostro, los ojos almendrados se veían más dorados que de costumbre, casi amarillos y la piel bronceada parecía brillar al igual que su cabellera. Hacía mucho tiempo que no había reparado en las similitudes faciales que compartía con ella, su nariz o los ojos, incluso la forma del mentón. Se miró a sí misma en el espejo retrovisor y se descubrió casi idéntica, lo que le hizo sonreír y sonrojar a la vez. La voz de la cordura le gritaba que todo lo que pensaba en ese momento estaba mal, pero eso le provocaba una gracia tan irónica que por momentos, creía que era maligna.

    Aprovechó el pequeño vistazo para verificar su maquillaje, había decidido usar un pintalabios rojo tan intenso, que sus labios se veían más gruesos y provocativos, combinando a la perfección con su cabello y el color granate de su falda y esmalte de uñas. La camisa de seda negra apenas se transparentaba con la luz que la bañaba, dejando una sugerente, pero sutil visión de su sostén. So miró hacia abajo, asegurándose que el par de botones estratégicamente desabotonados en la parte superior mostraran solo el nacimiento de su escote. Sonrió al sentirse satisfecha, cruzó elegantemente las piernas estilizadas por el tacón de cinco centímetros de las sandalias y se acomodó en asiento.

    El vehículo comenzó a descender la velocidad hasta estacionarse frente a un local desconocido. — Espérame aquí — susurró Lu antes de bajarse del vehículo.

    Rodeó el auto, introduciendo una mano en sus vaqueros azules. El pantalón tenía leves rasgaduras estratégicamente posicionadas en los muslos, creando un diseño llamativo. El suéter ancho escondía su trabajado físico, pero dejaba desnudo su hombro derecho cubierto de pequeñas pecas café y la clavícula insinuaba coquetamente el contorno de su pecho.

    El tintinar de la campanilla de la entrada y el resonar de las botas de cuero anunciaron su entrada. Lu saludó a la empleada y le entregó una factura. La chica leyó detenidamente y con un gesto le indicó que esperase un momento. La más pequeña observaba atentamente desde el vehículo, el lugar parecía ser una confeccionadora artesanal de prendas de cuero y joyería. En los escaparates destacaban carteras, billeteras, cinturones y una que otra joya. Cuando la dependienta volvió, entregó una pequeña caja forrada con cuero color violeta. Lu la introdujo dentro de su bolso, agradeció y caminó de regreso al auto.

    — Ahora sí, Andrés. Vamos al sitio.

    — ¿Qué es eso? — Curiosa, intentó abrir la cartera, pero su hermana se la arrebató de las manos.

    — Deja el chisme, chismosa — dijo con una sonrisa juguetona.

    — ¿Me dijiste chismosa? — Cuestionó con un falso tono ofendido. Lu soltó una carcajada.

    — Sí, porque lo eres.

    So le sacó la lengua y volvió a acomodarse en el asiento. — ¿A dónde vamos?

    — A tomar algo, te dije — volvió a mirar al frente, con los labios brillantes por la pintura, ladeados en una media sonrisa. — Pero primero vamos a un lugar especial.

    La curiosidad recorrió todo su sistema, pero sabía que era inútil preguntarle directamente, así que lo mejor era esperar paciente a que llegaran. El chico manejó alrededor de unos quince minutos más, dejando el centro de la ciudad a sus espaldas. Estaban prácticamente al otro extremo de la ciudad, una zona mucho menos concurrida y más urbanística, pero aun así, mostraba calles pintorescas, con locales de comida, un par de café bares que se le hicieron llamativos y uno que otro minimarket.

    El auto dobló en la esquina siguiente y se detuvo frente un portón blanco. No había avisos, ni anuncios ni nada por el estilo, de hecho, a simple vista parecía una casa bastante grande. El portón se abrió después que el chico se identificó, permitiéndoles el acceso. Un camino bordeado por arbustos y flores de cayena los condujo hasta el edificio. La fachada evidenciaba que se trataba de una casa antigua que había sido remodelada, pintada pulcramente con el mismo color blanco. Se alzaba hasta cuatro pisos sobre ellas y So notó que había varios ventanales de gran tamaño.

    ¿Un hotel? Se preguntó, pero no se atrevió a hacerlo en voz alta.

    Lu se adelantó y tocó la puerta un par de veces. Instantes después, una mujer mayor abrió. — ¡Ana! — Saludó con mucha confianza, abrazándola y dándole un beso en cada mejilla.

    So se mantuvo al margen, observando curiosa la escena. Aquella dama vestía un elegante conjunto de falda recta hasta los tobillos de color rojo junto a una blusa blanca que dejaba ambos hombros descubiertos. Un inmenso collar que parecía ser de oro adornaba su cuello, haciendo juego con un precioso anillo en su anular. Parecía ser más o menos de su tamaño, pero los gigantescos tacones de aguja de las sandalias que calzaba casi la ponían a la altura de Lu. Ana Sofía intuyó que tenía unos cuarenta y tantos años, su cabello era rubio cenizo, peinado cuidadosamente en cascada hacia su lado derecho. Tenía unos penetrantes ojos cafés tan oscuros como el tronco de los árboles.

    — María — Lu devolvió el saludo. — ¿Cómo has estado?

    — Muy bien, muy bien — la mujer les enseñó la estancia y ambas hermanas se adentraron. Le regaló una sonrisa amigable a la menor antes de hablar. — Mucho gusto, María Reyes.

    — Oh… Ana Sofía — dudó en decir su apellido. — Un placer.

    — Tenías mucho tiempo sin venir, ¿no? — Cuestionó rodeando un gran mesón y sentándose sobre una silla tipo presidencial. Detrás de ella había un gran monitor con la imagen de un video musical, sin embargo, lo que más captó la atención de So fue el escaparate exhibidor que había detrás.

    Los ojos barrieron rápidamente los objetos que yacían cuidadosamente acomodados para que cualquiera que entrara los viera. Entre ellos, destacaban látigos de diferentes estilos, consoladores, mordazas y varios objetos de cuero que desconocía totalmente. Desvió la mirada rápidamente, sintiéndose una niña pequeña viendo algo que no debía. Sus mejillas ardían y ella lo sabía, pero no podía hacer nada.

    — No tanto, algunos meses — Lu observaba de reojo la reacción de su hermana. El nerviosismo porque rechazara aquello batallaba con el deseo. No esperó más y fue directo al grano. — Eh… María, ¿Tienes lo que te pedí?

    — ¿Alguna vez le he fallado a una de mis clientas? — La mujer sonrió ególatra y extrajo una pequeña caja cuadrada de color plateado de uno de los cajones y se la extendió. — Segundo piso, cuarto violeta — finalizó, otorgándole una llave con un pequeño llavero con el tallado de una flor de cayena color violeta.

    Lu tomó las llaves y después se aferró a la mano de Lu. No la vio, pero la menor sintió el frío tacto y un leve temblor.

    Estaba nerviosa.

    5

    Aferrada fuertemente a la mano de su hermana, luchó contra los nervios. Intentó mantener un semblante sereno, pero el leve temblor que recorría su cuerpo era imposible de disimular. Aun así se las arregló para guiarlas con templanza hasta las escaleras.

    Cada escalón que subían parecía un simbolismo a una ansiedad que comenzaba a sentirse físicamente. El apretón de manos se hizo mucho más intenso cuando alcanzaron el piso indicado por María, al punto que se dibujó una mueca de dolor en el rostro de So. Aun así, no se atrevió a decir nada, creía que la mínima alteración destruiría el ambiente que su hermana quería crear.

    El lugar yacía solitario y en silencio, como si hubiesen entrado a una dimensión aislada del resto del mundo. Un inmenso pasillo se extendía frente a ellas y solo había cuatro puertas de distintos colores; roja, rosa, verde y, al final, la violeta.

    So podía escuchar el sonido de so corazón con claridad y cuando comenzó a caminar, los tacones resonaron como un instrumento de percusión. La hermosa puerta estaba pintada pulcramente de un violeta pálido y tenía una hermosa flor de cayena  grabada en sus monturas. Lu introdujo la llave y la cerradura se destrabó con un suave sonido metálico.

    La puerta se abrió y So aguantó la respiración de forma involuntaria mientras sus pies se movieron con paso vacilante hacia el interior.

    Inmediatamente supo que aquel lugar no era un simple hotel. La habitación era muchísimo más amplia que la del cualquier otro hospedaje que conociera. Las paredes estaban pintadas de un tono púrpura mucho más oscuro que el de la puerta o el llavero. Lu dejó las llaves sobre un pequeño mueble que había al lado derecho de la entrada, bajo una televisión de unas treinta pulgadas. El sonido metálico captó la atención de So, quien miró a su hermana caminar tranquilamente hasta la cama.

    En inmenso colchón estaba en medio de la habitación, como si se tratase del epicentro de un inmenso cuarto de juegos. Su vista se paseó por cada objeto que había en la habitación; en la pared del lado izquierdo había una gran Cruz de San Andrés empotrada, forrada de una tela roja que se apreciaba tacto al suave y con una pequeña tarima de madera pulida. Las sujeciones eran de un cuero brillante, ancladas a cadenas de metal que brillaban bajo la luz blanca de las lámparas.

    Al fondo, colgado de las gruesas vigas de metal que atravesaban el techo, había una especie de arnés. Estaba hecho del mismo material, sujetado de cadenas gruesas que indicaban que podían soportar el peso de una persona. Curiosamente, de los gruesos travesaños también resaltaban  gruesas argollas soldadas firmemente del metal, que parecían cuidadosamente hechas para ser usadas con las sogas de distintos colores y grosores, prolijamente enrolladas y colgadas en una percha clavada a la pared.

    Al lado derecho destacaba un mueble similar a los potros usados por los gimnastas, con la salvedad de que este se estrechaba de sobremanera en la parte superior, tomando una forma triangular cuando se apreciaba de frente. La parte superior no era más ancha que un listón de madera y se estimaba acolchada y forrada de cuero marrón. La parte se veía rígida, de madera pulida y con sujeciones fijas de cuero para las cuatro extremidades e, incluso, se sorprendió al ver que había hecha a la medida para el cuello.

    Habían un par de muebles más que So no pudo reconocer, pero que se notaban eran terriblemente incómodos, como si se tratasen de instrumentos de tortura. Incluso notó que uno era demasiado parecido a los grilletes de madera usados en la antigüedad para apresar a los maleantes. El otro parecía más una mesa de exploración rudimentaria que otra cosa, con bases para piernas incluidas. Solo que esta no era más que una simple tabla de madera pulida con una base en la parte superior de donde colgaban cadenas con fuertes sujeciones.

    Cada cosa que observaba se antojaba más aterradora que la anterior. Tragó grueso y sintió el cúmulo de sensaciones atrincherándose en la boca de su estómago. No podía entender que sentía en ese momento; la vergüenza y el miedo eran claros, pero también podía percibir la ansiedad y la excitación adhiriéndose ella como un symbiote, tan hambriento y exigente de ser satisfecho.

    Inmediatamente sintió como su entrepierna comenzaba a emanar un calor incontenible que se esparcía hasta su cara.

    — Bueno — la voz de Lu sonó áspera, ronca, pero calmada, casi autoritaria. Inmediatamente captó la atención de su hermana. — Hace unos días decidimos que continuaríamos con… esto. Con lo nuestro — la palabra «nuestro» resonó en los oídos de So. Era como si se oficializara que realmente tenían algo, una relación formal. — Además, confirmaste que eres mi sumisa ¿Lo eres?

    — Lo soy — dijo como una autómata, casi desesperada por escucharse lo más sincera posible.

    — Bien… — dio un paso adelante, con la caja morada en las manos. — Las relaciones normalmente se sellan con anillos, ¿cierto? — la menor movió la cabeza lentamente como gesto afirmativo. — Algunos usan cuentas, pulseras… aquí no es diferente — abrió el cajón y So sintió que su corazón se paralizaba.

    Un collar de cuero negro brillante, acomodado delicadamente sobre un colchón de espuma forrada de terciopelo se presentó ante sus ojos. Las costuras estaban cuidadosamente cosidas con hilo plateado en una zona de la garganta, destacaba una pequeña argolla de plata con forma de corazón.

    El cuero apenas tenía un centímetro de ancho, siendo tan discreto que aparentaba más ser una gargantilla que un collar. Aun así, So sintió que aquello era lo más parecido a un anillo de compromiso que alguna vez le habían regalado.

    Con sumo cuidado, Lu lo sacó de la caja y le hizo una señala a su hermana para que se diera la vuelta. Cuando obedeció, retiró delicadeza la melena rojiza y rodeó el cuello con el accesorio. So acusó el firme ajuste en su garganta, sintiendo el cuero aferrándose a su piel y el corazón permaneciendo fijo sobre su  garganta. 

    Las manos de Lu la sostuvieron por los hombros y la guio hasta el enorme espejo montado sobre la pared del fondo. Cuando So observó su reflejo, sintió que el collar apretaba más, impidiéndole incluso respirar, o era ella la que había olvidado hacerlo. El corazón martilleó en su pecho, la imagen que veían sus ojos la hizo sentir maniatada, como si su cuerpo hubiese dejado de pertenecerle y ahora era de la mujer tras de ella. No entendía el por qué sentía aquello, pero mucho menos comprendía porque se le hacía tan agradable. 

    Aquella delgada tira de cuero no se parecía en lo más mínimo en los collares que había visto en internet, pero era suyo y con el pasar de los segundos, fue cayendo en cuenta de lo que significaba aquello; le pertenecía a alguien.

    A su hermana.

    Su respiración se aceleró al punto que debió abrir la boca para dejar que el aire corriera correctamente hasta sus pulmones. Un dedo pulgar cariñoso se paseó por su labio inferior y después por su mentón.

    — Tócalo — susurró Lu a su oído.

    Un escalofrío le recorrió la columna y su sexo se contrajo. La temblorosa mano derecha fue tomada con firmeza por la de su hermana, guiada lentamente hasta el accesorio. Los dedos vacilantes apenas lo rozaron, sintiendo la suavidad y la firmeza del cuero. Apreció cada detalle; los bordes, los fríos remaches y la dureza de la fina plata. Una sensación extraña se esparció en la yema de los dedos, como si le quemase, pero era un ardor placentero.

    El deseo empezó a desbordarse en su entrepierna e inundó sus sentidos. Miró a Lu, primero a través del reflejo y después directamente cuando giró para quedar frente a ella. La mayor sonrió ladeada, transmitiéndole toda la seguridad que necesitaba.

    Si estaba en sus manos, todo estaba bien.

    — ¿Te  gusta? — Preguntó con un tono conciliador separándose de ella y sentándose en la cama.

    — Me encanta… — So volvió a mirarse al espejo. Sintiendo y mirando cada detalle.

    — No es un collar definitivo, por lo que, si deseas, puedes qui…

    — No — una palabra contundente que sonó casi desesperada, volteando para encararla.

    La sorpresa en primera instancia dio paso a una expresión dulce. Lu sonrió satisfecha, observando lo hermosa que se veía su hermana luciendo el collar que ella misma había mandado a confeccionar. Se sentía orgullosa, era el primer collar que mandaba a perfeccionar y a personalizar a medida; cada costura, el color del cuero, la argolla con forma de corazón, el grosor. Cada detalle importaba y pasó días diseñándolo para fuese lo suficientemente discreto y pudiera usarlo en cualquier momento si lo deseaba.

    — Gracias… — no supo porque lo dijo, pero sentía una incesante necesidad de agradecer.

    Estaba consciente que el collar no era un simple regalo. Tenía un significado implícito que era mucho más profundo, de lo que cualquiera podría imaginar, pero también entendía que tenía una carga de morbosidad e incluso sadismo, sin embargo, ella lo sentía como el objeto de más valor que le habían dado alguna vez. Miró a su hermana y su rostro se enrojeció furiosamente.

    — No es todo — esgrimió Lu, tomando una pose más altanera.

    Había cruzado las piernas y sus manos se apoyaban a los lados. Su pecho estaba erguido, dándole un aspecto mucho más alto del que tenía normalmente. Sus ojos habían tomado esa expresión afilada que conseguía desarmar a su hermana.

    So no se dio cuenta cuando o de donde había sacado la pequeña caja plateada que descansaba sobre su regazo, justo en la entrepierna. — Tómala — ordenó con una sonrisa casi diabólica.

    Caminó con paso vacilante y tomó la caja entre sus dedos. Temblaba de la emoción y la excitación, pero no la abrió inmediatamente. — ¿Qué es? — Preguntó vacilante.

    — Para que el acuerdo se complete — empezó a explicar. Se puso de pie y se acercó con pasos firmes y seguros. Tomó la parte superior de la caja con mucho cuidado y sin arrebatársela de las manos. — Debo entregarte un regalo transgresor, pero debo asegurarme que lo recibirás complacida.

    — ¿Transgresor? — La mente de So parecía una locomotora con sobrecarga de carbón funcionando a toda máquina. Esa palabra tenía demasiadas definiciones, pero ninguna era del todo positivas. Con las mejillas rojas y pasando saliva por la garganta con dificultad, asintió afirmativamente. — Lo acepto.

    — ¿Sin importar lo que haya adentro?

    — Sí…

    — ¿Confías en mí?

    — Confío en ti…

    La pequeña caja se abrió, revelando un objeto cónico, tan brillante como la plata de la argolla que ahora adornaba su garganta. No sobrepasaba los cuatro centímetros de diámetro o los cinco de alto, con una base delgada que finalizaba en una hermosa joya color granate. So no era ilusa, tampoco era una ignorante del tema, sabía a la perfección lo que era aquel objeto e inmediatamente, la sola visión provocó oleadas de placer.

    Lu tomó tanto el juguete como la caja y caminó hasta la cama hasta sentarse, hizo una seña a su hermana con el dedo índice para que se acercara y ella obedeció. — Voltéate — ordenó autoritaria, con voz ronca. So lo hizo sin rechistar.

    Las hábiles manos de la mayor se posaron sobre los glúteos, palpándolos y apretándolos. Primero tímidamente, luego sin pudor alguno. Subió la falda y la vista del culo con un pequeño trozo de tela de encaje negro incrustado entre ambos músculos la excitó. Volvió a su tarea, recreándose con la vista y la sensación que le brindaba el suave y voluptuoso tacto. Llevó los labios hacia el glúteo izquierdo y le brindó un beso suave y húmedo, antes de darle una leve nalgada que inmediatamente enrojeció la zona. Hizo lo mismo lo mismo con el derecho antes de enganchar los dedos índice y medio en el liguero de la tanga. Tiró de la prenda con autoridad y esta descendió a los tobillos, su hermana desnuda le brindaba una vista que le provocaba demasiados malos deseos, pero se contuvo. Debía hacer las cosas bien, con calma. Debía mantener la compostura.

    Volvió a masajear, esta vez con más ímpetu. Abrió las nalgas, el estrecho agujero del ano y el húmedo coño quedaron a su merced. Un leve gemido se coló en sus oídos, aumentando su urgencia. Elevó el rostro y vio a su hermana con los ojos muy apretados y con la boca levemente abierta, sus manos se habían cerrado en puños con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos. Quiso besarla, pero arruinaría la atmósfera morbosa que se había esforzado en crear. Dejó su mano derecha separando lo más posible el culo y llevó el dedo índice de la izquierda hasta su sexo. Con el anverso, recorrió toda la abertura, sintiendo los pliegues resbaladizos y viscosos, repitió la acción con el reverso, escuchando, ahora sí, un coro de sollozos eróticos.

    El dedo se deslizó hasta cinco veces en ambas direcciones, asegurándose en llegar en un par de ocasiones hasta el clítoris que ya se encontraba totalmente hinchado. Incluyó un segundo el dedo, el medio, y repitió el proceso hasta por un minuto, con sus sesentas segundos completos.

    So se encontraba con la espalda arqueada y sus pies en puntillas. Los espasmos de la estimulación le habían hecho tomar una posición donde su culo había quedado en pompa y sus hombros se habían inclinado hacia delante. Sus piernas temblaban por la tensión y pequeñas gotas de flujo ya humedecían el piso bajo sus pies.

    Cuando los dedos estuvieron lo suficientemente lubricados cambió de objetivo, comenzando un movimiento ascendente, rozando la sensible piel de la zona entre el la vagina y el ano hasta alcanzar el delicado agujero. Usó ambos dedos para masajearlo externamente, asegurándose que la lubricación lo cubriera en abundancia. Llevó la punta del dedo medio e hizo presión, sintiendo la fuerza con la que este se cerraba.

    — Relájate — mandó. So en ese momento se dio cuenta de lo tensa que estaba. Tenía miedo siquiera de voltear a verla. Respiró profundamente e intentó relajar sus músculos.

    Lu volvió a pasar el dedo medio entre los labios vaginales antes de conducirlo hasta el culo. Hizo presión una vez más, sintiendo la entrada mucho más fácil. Aumentó la fuerza, apreciando que el agujero cedía, dejándolo entrar. Lo retiró para repetir la acción hasta que las dos primeras falanges se habían perdido en su interior.

    So suspiró y jadeó al advertir la invasión. Apretó los dientes cuando un pequeño ardor comenzaba a molestar, pero no dijo nada, se limitó a concentrarse en facilitar el camino cuando su hermana intentó entrar en ella una vez más.

    No podía ver si había entrado por completo, pero lo sentía tan profundo que notó cada milímetro de longitud abandonándola cuando Lu lo sacó. Suspiró sonoramente cuando la yema acarició la piel alrededor, aliviando la molesta sensación que le albergaba. El tacto se detuvo solamente para comenzar la invasión total.

    Un sonoro gemido incontenible escapó de sus labios cuando su hermana entró de una sola estocada. Cada nervio en su interior fue estimulado, incluso por los nudillos chocando contra los glúteos. Lu giró la mano hacia un lado y después hacia el otro, removiendo su interior. Cuando dejó de percibir una dolorosa presión alrededor de la base de su dedo, intuyó que se había acostumbrado a su grosor. Inmediatamente empezó un vaivén en su interior, sacándolo y metiéndolo a un ritmo constante. Añadió un segundo dedo que acusó una resistencia mucho más frágil y con mucho menos esfuerzo, se perdió en el interior del elástico agujero.

    So se sentía extraña. Era la primera vez que jugaba con esa parte tan pecaminosa y la sensación no era desagradable, pero tampoco era el placer ensordecedor que sentía cuando era estimulada por la vagina. Aun así, apreciar que su culo ya no ofrecía ninguna resistencia y solo acusaba un leve, pero delicioso roce nublaba todos sus sentidos. Incluso, llegó pensar que ahora, era su ano el que succionaba con glotonería. Y ese pensamiento la llevó al primer espasmo previo al orgasmo.

    Lu se sintió satisfecha al apreciar la expansión y elasticidad que había ganado el culo de su hermana. So ahora se mostraba dispuesta, entregada a la sonorización y, de hecho, lo estaba. Se arrepentía de no haberse atrevido a explorar esta parte de su cuerpo en el pasado y de experimentar un placer que la estaba llevando al clímax. Fue tanto su goce que se sintió abandonada cuando los dedos salieron de su interior.

    Lu abrió ambas nalgas, apreciando el dilatado agujero unos segundos. Tomó el plug anal con su mano izquierda, usando los dedos índice y anular para sostenerlo y el pulgar para mantenerlo fijo. Repitió la misma acción y lo lubricó con el ahora abundante lubricante natural de su hermana. Cuando concluyó que era suficiente, lo paseó en dirección ascendente, hasta posicionar la punta en la entrada.

    La menor dio un respingo y abrió los ojos cuando acusó el frío metal. Giró la cabeza para ver lo que sucedía y vio a su hermana apuntando directo a su trasero con el brillante juguete. Inmediatamente sintió como el extraño objeto empezaba a invadirla y a llenarla, expandiendo su ano a niveles mucho mayores de lo que habían conseguido los dedos de Lu.

    Apretó los dientes y la vena de su cuello se tensó, pero contrariamente su pelvis se relajó. Esta nueva irrupción era mucho mayor, acusando incluso dolor cuando la parte más gruesa forzó su entrada. Inmediatamente sintió los mordisquitos en su glúteo derecho, provocándole centellazos de placer que sacudieron su interior de placer. Sin darse cuenta, ella misma forzó la entrada, tragándose el plug y taponándose.

    Cuando su mente estuvo lo suficientemente lúcida, sintió como si un rayo la atravesaba y la partía en dos. Estaba abierta, rota y la vergüenza trajo a su mente la palabra «transgresor», resonando en todos sus sentidos. Su hermana lo había dicho, se lo advirtió y aun así ella lo aceptó gustosa. Sin una luz cegadora y un suave click la sacaron de sus cavilaciones.

    Lu se levantó, acarició su culo una vez más y la tomó del cuello, obligándola a enderezarse. Posicionó su teléfono celular frente a sus ojos y una imagen la asaltó; su culo en primer plano, con su coño hinchado y babeante junto una hermosa y brillante joya justo donde debía estar su ano, adornándola.

    Y así, no pudo evitar derretirse en un orgasmo arrasador.

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    Bff, quizás el capítulo más largo hasta el momento xD más de 7K de palabras, pero el contrato está firmado!

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