Capítulo 7
Zeus
Ni siquiera
habían entrado al local cuando la música les llegó a los oídos junto a una
ráfaga que olía a alcohol y humo de cigarro.
La entrada
del Zeus era una puerta de cristal doble que estaba entre abierta. Después que
le permitieron el acceso, un pequeño pasillo con cuatro personas vestidas de
negro les recibió. Eran tres hombres y una mujer con expresión seria y de pocos
amigos, en sus cinturones sobresalía pequeños radios de transmisión conectados
a un auricular en la oreja derecha. El grupo se dividió por género y formaron filas
para ser requisados. Después de verificar que todo estuviera en orden, les
dieron la bienvenida en un fingido tono cordial y le abrieron una gruesa puerta
de madera tallada color café oscuro.
Con el
primer paso dentro del pub, la música retumbó en sus pechos y oídos. El local
se dividía en varias secciones; a la izquierda había varias mesas cuadradas y
pequeñas que formaban filas de cuatro, cada una con sillas que se apreciaban
cómodas a pesar de su tamaño.
A la
derecha había una barra con una fila de taburetes, detrás se apreciaba un gran
escaparate clavado a la pared, exhibiendo diferente botellas de alcohol. Varios
chicos con un uniforme negro con detalles del dios mitológico en blanco tomaban
cervezas y las introducían en grandes envases repletos de hielo y descorchaban
botellas que les entregaban a chicas vestidas con la misma ropa y un delantal
lleno de cajas de cigarrillos que se encargaban de llevar los pedidos a las
mesas.
De las
muchachas se percató de la llegada del grupo e inmediatamente los abordó: ―
¡Bienvenidos al Zeus! ¿Tomarán una aquí o irán al fondo?
― ¡Iremos
más al fondo! ― Carlos prácticamente debió gritar para poderse escuchar sobre
la música. Echó una mirada el resto en busca de aprobación que consiguió con un
gesto afirmativo.
― ¡Ok,
síganme!
Ocho
personas conformaban al grupo. Junto a Lu, habían asistido los que habían
confirmado; Carlos, Lorena, una morena bajita y muy simpática que siempre había
compartido con ellos y Joe, el amigo de la infancia de Carlos, un muchacho de cabello
castaño y lacio, muy bien parecido que se caracterizaba por ser el casanova de
su pequeño grupo de amigos. Los muchachos estaban sorprendidos de que había
asistido solo ésta vez. Por el lado de So, sus mejores amigas, Jennifer y
Thalía habían ido junto a Joel, uno de sus mejores amigos que, curiosamente, se
llamaba casi igual que Joe. A diferencia del amigo de Lu, Joel era mucho más
recatado, serio y no era tan salido, de anteojos y cabello castaño claro. La
diversión de ese grupo de amigos siempre estaba garantizada era por Jennifer,
la rubia sumamente blanca siempre tenía un chiste u ocurrencia que decir.
Thalía, por otro lado, era una belleza de cabello azabache y piel cobriza, ojos
rasgados y oscuros.
Mientras se
iban adentrado al lugar, la iluminación amarillenta de la entrada iba quedando
atrás, dándole la bienvenida a una oscuridad apenas difuminada por las tenues y
parpadeantes luces de diferentes colores que provenían desde la tarima y a la
enorme pantalla LED detrás del DJ. La temperatura se elevó varios grados, la
humedad se acrecentó y el hedor a tabaco se hizo mucho más intenso. La música era tan fuerte que se dificultaba
mucho la comunicación.
La
anfitriona los ubicó en una zona pegada a la pared, alejados solo lo necesario
de la pista de baile que ya era ocupada por varias personas que se movían al
ritmo del Dembow.
― ¡¿Qué van
a beber?! — Se dirigió una vez más a Carlos, que parecía haber captado la
atención de la chica.
― ¡¿Pedimos
cerveza para empezar y después vemos si pedimos otra cosa?!
― ¡Sí! ―
Respondió Lu que ya se acomodaba en un asiento libre.
― ¡Dos
tobos de cerveza, por favor!
― ¡Vale! ―
Respondió, terminando de ayudar a los chicos a acomodar las sillas alrededor de
las dos mesas que habían unido para que todos cupieran a gusto. Anotó algo en
la libreta y se marchó, esquivando personas con gran agilidad.
So se sentó
en la primera silla libre que vio y se topó casualmente – o quizás, la había
buscado inconscientemente –, con la que estaba al lado de su hermana. Se sentó
sin decir nada, a su la derecho se sentó Jennifer, seguida de Thalía y Joe.
Junto a éste se sentó Lorena y Carlos cerraba el círculo al estar al lado de su
hermana.
― ¡Nunca
había visto al Zeus tan lleno y eso que aún es temprano! ― Gritó Thalía.
― ¡Es
verdad, menos mal decidimos venir a esta hora, en un par más y aquí no cabrá un
alma! ― Respondió Carlos.
La camarera
llegó acompañada de un chico que traía dos tobos repletos de hielo y con diez
cervezas en cada uno. Los baldes incluían un destapador barato en la asas que
Joe y Carlos no duraron en usar para destapar la primera ronda. En un par de
minutos, los ocho alzaron su bebida, brindando por una buena velada.
Las
conversaciones tribales empezaron y poco a poco, el grupo fue entrando en
ambiente, algunos se habían levantado a bailar algunas canciones de ritmo
latino que el DJ colocaba a esa hora; merengue, salsa y bachata eran los ritmos
más predominantes. Todos se divertían con las ocurrencias de Jennifer, que no
dejaba de bromear con cualquier cosa que se le ocurría. Sin embargo, había una
persona que parecía algo distante en comparación al resto. Lu lo había notado
y, de hecho, ya llevaba alrededor de media hora viéndola casi fijamente. Su
hermana, a pesar de estar al corriente de la conversación, se podía percibir
más inmiscuida en sus propios pensamientos que en la divertida noche. Exhaló
profunda y entrecortadamente. Era, al menos, la quinta vez que lo hacía durante
el rato que tenía vigilándola.
La mente de
So se encontraba en lo ocurrido horas antes en el departamento. Sabía que no
había pasado nada, solo la habían vestido y aunque era una situación extraña,
no era algo del otro mundo. Aun así, su mente y cuerpo se sentían como si
hubiese tenido una sesión de sexo intenso. Las ampollas de la excitación no
habían mermado ni un segundo y el mero hecho de recordarlo la amplificaba ¿Y
cómo no recordarlo? Al mínimo movimiento que hacía podía sentir el frío
plástico de la silla chocando con sus muslos prácticamente desnudos, el cargado
y cálido ambiente golpeaba contra la piel de su pecho y espalda, mezclándose
con el calor que emanaba de su entrepierna. Rememorar los pequeños roces, las
caricias y la delicadez del tacto de los dedos de Lu la llevaban a las
situaciones pasadas, como si de una diapositiva se tratase. Pero no era solo la
connotación sexual de cada uno de los actos, no era imbécil y no había forma de
negarlo; aunque no hubiesen tenido sexo realmente, se percibía como algo
demasiado cercano a ello… y sentía miedo al no sentirse segura de si era capaz de
evitar cruzar esa línea tan tentadora y peligrosa. Era la fusión entre el deseo
y el dominio, confianza y sumisión lo que estaba generando estragos en su
cabeza y en su cuerpo en general. Revolviendo todo el panorama de lo que ella,
creía, tenía dominado en cuanto a su propio deseo, confundiéndola y excitándola
a partes iguales. Incluso, llegó a preguntarse si era el control o la renuncia
a él lo que le había atraído más.
O quizás, sencillamente es entregarme a ella… Pensó, haciendo equilibrio
entre la euforia y el pánico.
— Se
acabaron las cervezas ¿Pedimos otra cosa? — La voz de Carlos le sorprendió.
Desde hacía rato notaba como el mejor amigo de su hermana le dedicaba miradas
de seducción que ella buscaba esquivar. Carlos era atractivo y sabía de primera
mano que era muy buena persona, pero su cabeza, al menos en ese momento, era
acaparada por una sola persona.
— Yo digo ron — respondió Lorena, ignorando que Carlos, prácticamente,
le había preguntado solo a So.
— Me parece buena idea — agregó Joel.
— ¿Dónde estará la chica? — Thalía miraba en todas las direcciones. El
resto de chicos empezó a buscarla sin éxito.
— Iré a pedir a la barra, si nos ponemos a esperar nos da resaca aquí
mismo — dijo So, intentando sonar segura.
Se levantó y reacomodó el vestido, evitando que algo que no debía se
asomara de más. No esperó réplica u ofrecimientos de acompañamiento y se puso
en camino hacia la barra ante la mirada de varios pares de ojos que no dejaban
pasar la oportunidad de degustar lascivamente las deliciosas curvas de la
pelirroja.
— Yo voy aprovechar para ir al baño, entonces — exclamó Lu, quien
tampoco esperó ofertas de compañías y se encaminó casi en la misma dirección
que su hermana.
2
So se
sorprendió del «nuevo» ambiente que ofrecía la zona de la barra. Había muy
pocas luces encendidas en comparación a cuando habían entrado ¿Cuánto tiempo
tenían ya dentro del local? Era claro que ya habían dejado de vender comidas y
las únicas bandejas que corrían de vez en cuando, llevaban hieleras o botellas
de licor. Se sentó justo donde doblaba la barra, un lugar alejado con solo tres
butacas libres, tomando la primera de estas. Echó un par de miradas a los
camareros, viendo que solo había cuatro chicas atendiendo a varios clientes, no
había rastro de la muchacha que los había atendido en un principio. Entendió
que debía esperar un rato a que la atendieran, pero no se molestó. Quizás ese
momento a solas le ayudaría a despejar un poco la mente y no pensar tanto en
Lu.
Giró la
butaca para observar mejor el lugar, la hilera de mesas de la entrada ahora era
ocupada por algunas parejas metidas en su mundo y un pequeño grupo de tres
chicos. So los miró detalladamente, dándose cuenta que uno de ellos la notó y
le sostuvo la mirada con una sonrisa coqueta. Ella devolvió el gesto, el
muchacho era apuesto, moreno, con un corte casi al ras y facciones rudas en su
rostro que contrastaban con el par de brillantes que adornaban los lóbulos de
su oreja. La ajustada camisa vinotinto mostraba que era un chico de gimnasio,
con más musculatura que el promedio.
El duelo de
miradas y sonrisas continuó por unos cuantos minutos. Ana Sofía cruzaba las
piernas cada tanto en un juego de seducción que le parecía divertido. Un dejo
de excitación continuaba presente, merodeando a cada tanto y eso le
envalentonaba a coquetear deportivamente.
Nunca había sido una chica recatada ni mucho menos, todo lo contrario, So
estaba perfectamente consciente del
poder que poseía su atractivo físico y sabía muy bien como jugar sus cartas
dentro de ese ambiente. Recordar que ella podía imponer el ritmo de la
situación le haría recordar el placer que sentía y quizás, solo quizás,
descubriría que era mejor.
Aunque en
el fondo lo dudaba.
— Está
bueno, ¿verdad?
La
aterciopelada voz le hizo dar un brinco sobre su asiento. No había notado la
presencia de su hermana, mucho menos que se había acercado tanto como para
hablarle directo al oído. El cálido aliento acarició la piel sensible de su
cuello y en ese instante decidió que no había sensación más agradable que el placer
que Lu le brindaba con gestos tan simples.
So no la
miró, su vista seguía anclada en aquel chico que advirtió la presencia de otra
mujer muy parecida y ensanchó aún más la sonrisa. Ese gesto no le gustó y le
provocó una sensación extraña e incómoda, demasiado semejante a los celos, pero
rápidamente intuyó que no se debía a que Lu hubiese ganado la atención que en
un principio le pertenecía a ella, sino a que ese extraño se había atrevido a
coquetearle. A ella. A su hermana.
Pero no
tuvo mucho tiempo de meditar sobre ese sentimiento ya que unos juguetones dedos
que ya conocía peinaron su cabello hasta posicionarlo sobre su hombro derecho,
cayendo en cascada sobre su seno, solo para comenzar a trazar líneas
imaginarias que iban desde la nunca hasta la columna con una suavidad pasmosa
que le crispaba la piel.
— Es…, es
guapo, sí. — Respondió con la voz entrecortada.
— Te está
comiendo con la mirada desde hace rato — volvió a susurrar y So volvió a
susurrar con la boca muy pegada a su oreja se preguntó cuánto tiempo tenía
observándola. Eso hizo que inflara el pecho ¿Eran celos lo que percibía?
Posiblemente, pero la adrenalina comenzó a bombear rápidamente; el saber que su
hermana podría sentirse amenazada por un sujeto cualquiera que la mirara
lascivamente le daba esa falsa sensación de poder que estaba imaginándose hace
rato, y con Lu entrando en la ecuación, la excitación se disparaba.
— Bueno…,
puede mirar lo que quiera… — respondió, sintiendo los estragos húmedos en su
entrepierna y mente.
— ¿Te gusta
que te mire? — La pregunta le tomó desprevenida y, como un acto reflejo, separó
las piernas para volverlas a cruzar, a sabiendas que su ropa interior se vería.
La calidez
de Lu junto adentrándose en ella cada vez que emitía una palabra era una dulce
tortura que la envalentonaba a un nivel que desconocía. Se concebía valiente y
a la vez dependiente, lo que provocaba que se cuestionara muchas cosas ¿Le
gustaba que la mirara aquel sujeto? No… el chico había pasado a un tercer,
cuarto o quinto plano y no era más que otro componente de lo que estaba
sintiendo. Una pieza más que funcionaba gracias el inmenso motor que era su
hermana. Y descubrió que, si era dentro de su juego… quizás si le gustaba que
la mirasen.
O lo que ella quisiera.
— Un poco…
— respondió lánguida, relamiéndose los labios, viéndose incapaz de contener su
excitación.
— Entonces
démosle algo bueno que ver.
Las manos
de Lu se anclaron con firmeza en la cintura de So y la giraron hasta quedar
frente a ella. La menor al fin la vio, sentada y regalándole esa sonrisa
egocéntrica y socarrona que estaba volviéndola loca y unos ojos que se
percibían diferentes, algo que solo gracias a la cercanía era capaz de
percibir; la nube de excitación que dilataba las pupilas hasta oscurecerlos,
demostrándole que estaba tan excitada como ella. Sin mucho esfuerzo la hizo
levantar y el rostro de la menor apenas quedó un par de dedos sobre el de la mayor.
Las firmes
manos de Lu empezaron a descender, contorneando la cintura y caderas hasta
alcanzar los muslos. Cambió de dirección con suavidad, arrastrando la tela del
vestido en el proceso. So sintió que la respiración se le cortaba y volteó
hacia la barra para percatarse que más nadie podía darse cuenta de lo que
sucedía. La luz era tan tenue que apenas permitía la vislumbrar lo que ocurría
a unos pocos metros de distancia y la única persona con una vista privilegiada
de lo que sucedía era aquel mismo sujeto que, ahora sí, le dedicaba toda su
atención, como si el resto del local hubiese desaparecido y ellas fueran lo
única que le interesaba. Con los codos apoyados en las rodillas y el dorso
inclinado hacia delante para enfocar mejor.
So volvió la vista hacia su hermana y notó que esta no le había
quitado los ojos de encima ni un segundo. De pronto, sintió unos largos dedos
introduciéndose entre la tela y su piel, tocándola, sintiéndola. Segundos
después, empezaron a subir, arrastrando con ellos el vestido.
La brisa se coló entre las piernas, sintiéndola mayormente en su culo.
Intentó decir algo, pero su garganta se había cerrado y por más que abrió la
boca, las palabras se atoraron. Lu sonrió sádica, acentuando el hoyuelo de su
mejilla izquierda.
Antes de darse cuenta, las manos y el vestido estaban a la altura de
la cintura y su trasero estaba desnudo, protegido únicamente por una fina tela
que se perdía entre las nalgas, a la vista de quien se percatase de ellas.
Lu dejó la
cintura después de asegurarse de que la tela no se caería y abarcó la totalidad
de ambos glúteos con ambas manos. Manoseó a placer, apretó con codicia y
rasguñó con malicia. Incluso las hubiese mordido si hubiese tenido la
oportunidad, pero se conformó con sentir la suave y voluptuosa piel en las
palmas. Un gemido de placer fue ahogado por el alto volumen de la música cuando
So se dejó llevar. Su frente descansó en el hombro de su hermana y sus uñas se
clavaron en el cuero de la chaqueta.
Lu llevó
una mano entre los suaves muslos y con pericia le hizo separar las piernas. Con
calma y sin dejar de rozar la piel con el dorso de la extremidad, llevó ambas
manos hasta el elástico de la tanga, enganchando sus pulgares. Lamió la
clavícula y empezó a bajar la prenda con una lentitud tortuosa. So sintió que
cada centímetro equivalía a un latido de su corazón, pero cuando sintió la
delgada tela abandonar la prisión de sus apretadas nalgas, éste comenzó a
bombear como una locomotora descontrolada. Quiso quejarse, deseó hacerlo, pero
un mordisco en la sensible piel entre los senos solo permitió que le arrancara
una húmeda y lánguida queja que murió en la coronilla de la cabeza de la mayor,
perdiéndose entre los rizos rojos.
— Levanta
una pierna — una orden en forma de susurro llegó cuando la prenda íntima yacía
en sus pantorrillas. So obedeció como una autómata, alzó la pierna derecha y la
liberó. — El otro — dijo en el mismo tono y, de nuevo, cumplió sin rechistar.
Ahora
estaba totalmente expuesta, sin nada que protegiera sus zonas más íntimas.
Estaba avergonzada, vulnerable, pero sobre todas las cosas, estaba excitada.
Emoción que se acrecentó cuando Lu atacó de nuevo su culo, masajeándolo con
lascivia. Las gotas ardientes descendían libremente por la cara interna de los
muslos desde su húmedo coño, dejando una húmeda evidencia de lo caliente que
estaba.
La mayor
besó la piel magullada por el mordisco antes de propiciarle una suave nalgada
que provocó un gritillo de sorpresa y éxtasis. Lu no la torturó más y reacomodó
el vestido con toda la delicadeza que podía permitirse. Se levantó de la butaca
y miró al hombre en la mesa. Pensó que sería buena idea retratar la expresión
de incredulidad que había en su rostro. Mostrárselo a So para demostrarle lo
que provocaba en las personas.
Lu dibujó
una sonrisa guasona que derivó en una suave risilla. So apenas la escuchó y
volteó a verla, aun sintiendo los lengüetazos del deseo. Buscó el origen de la
risa de su hermana y se encontró con el mismo escenario; el chico las miraba
con los abiertos y una evidente erección que se marcaba en los apretados
pantalones.
La menor
retiró la mirada de inmediato, sintiendo que la simple visión del rígido pene
le quemaba. Bajó el rostro y pellizcó la chaqueta de Lu como un mecanismo de
defensa, transmitiéndole un claro mensaje: «Puedo
hacerlo si estás conmigo». Una sonrisa nerviosa se dibujó en su propio
pensamiento.
— ¡Chicas!
¿Ordenarán otra cosa? — La joven camarera que los atendió previamente apareció
del interior de la barra y se les acercó. — Acabo de verlas, perdón pero a esta
hora ya no damos abasto.
Lu guardó
su premio rápidamente en el interior de su chaqueta y le respondió: — Un servicio
de ron, por favor… y dos bolsas de nachos con queso para picar.
— ¡Saliendo! — Exclamó, sirviendo los vasos con hielo y colocándolos
sobre una bandeja, sacó la botella de
licor y siguió a las chicas hasta su mesa.