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  1. Átame a ti: Capítulo 5

    miércoles, 30 de noviembre de 2022

     


    Capítulo 5

    Estrés

    Un fuerte portazo acompañó las pisadas firmes que atravesaron la sala hasta la habitación. So lanzó la mochila con violencia y rabia, haciendo que rebotara de la cama y se estrellara contra la pared. Sacó el teléfono celular del bolsillo trasero de su pantalón vaquero y notó que no tenía ninguna notificación de mensajes. Gruñó y lo dejó con brusquedad sobre el escritorio.

    Empezó a deshacerse de la ropa rápidamente, casi con desesperación, y caminó con paso firme hasta al baño, dispuesta a darse una ducha helada.

    No estaba enojada, sino lo siguiente. Y lo peor de todo es que ni siquiera sabía si tenía sentido o derecho de estarlo. Pero estaba encabronadísima y no podía ocultarlo.

    Su día, desde que comenzó, había ido mal. La noche anterior se había desvelado por terminar un estúpido trabajo que, se suponía, debía entregar durante el transcurso del día y que tenía comiéndole la cabeza dos semanas ¡Dos semanas! Cuando por fin pudo entender del todo lo que debía hacer, se apresuró en completarlo y, al finalizar, eran las jodidas tres de la madrugada. Se resignó, sabía que dormiría tan solo un par de horas. Desgraciadamente, estaba tan exhausta que apenas tocó la comodidad de su cama, se durmió sin activar la alarma del teléfono.

    Para colmo, Ana Lucía no se dignó si quiera a despertarla.

    Llegó tan tarde a la universidad que ni siquiera le dio tiempo de asistir a la primera clase del día. Para empeorar la situación, el profesor que debía recibirle el trabajo con el cual se quemó las pestañas hasta las tres de la mañana, no fue, y ni siquiera tuvo la decencia de notificar su falta.

    Cuando llegó la hora de la comida, el humor de So era el de una gárgola sedienta de sangre… pero aun iba a empeorar. Estaba a punto de pedir su almuerzo, pero se dio cuenta que había dejado la billetera. Gruñó, desesperada.

    Estaba furiosa, con hambre y sin dinero. El estrés del estúpido trabajo había afectado su ánimo y la suma de factores desafortunados habían conseguido que este se deteriorara aún más. La primera solución que se cruzó por su mente, era la más obvia; llamar a Lu. Ella podría pagar su almuerzo ese día y, en caso de que no tuviera dinero, podría llevarla rápidamente hasta el departamento en la motocicleta para que buscara su billetera, ya que no le daba tiempo de prepararse algo. Pero era obvio que ese día nada saldría como ella quería, ni algo tan rutinario como que su hermana le respondiera.

    La llamó tres veces seguidas y en todas cayó directamente el buzón de voz. Le dejó más de diez mensajes y no recibió respuesta en ninguno. Ana Lucía no tenía entrenamiento ese día, tampoco tenía clases al mediodía, por lo que no había nada que ella supiera que la mantuviera tan ocupada como para no responderle un maldito mensaje.

    Me está ignorando. Concluyó.

    Si esto formaba parte de alguno de sus juegos de Ama y Sumisa, lo sentía mucho, pero no estaba de humor para ello y las reglas implícitas o lo que sea que existieran en su relación no le importaban en ese momento. Era el volcán Vesubio a punto de entrar en erupción y dispuesta a llevarse a todos por el medio. Después de todo, ella no había firmado ningún contrato, ni había aceptado condiciones ni nada, por lo que no tenía que aguantar ese tipo de desplantes… especialmente en un momento donde realmente la necesitaba.

    Cuando las clases finalizaron, So tuvo que caminar todo la vía de regreso hasta la urbanización. Si bien era cierto que la distancia entre el campus universitario y los apartamentos era relativamente corta en un vehículo, cuando se hacía caminando era realmente pesado. Especialmente en días tan calurosos como éste, con la brisa seca y cálida del verano golpeando sin misericordia. Los pies se movían veloces y el ceño jamás dejó de estar fruncido en ningún momento. Parecía que estaba exigiéndose al máximo para caminar lo más rápido posible, como si se tratase de una maratonista.

    Por suerte, o porque el destino es un maldito irónico, se encontró con un compañero de clases que le ofreció llevarla en su auto las últimas dos cuadras que faltaban para llegar a su residencia. El aire acondicionado del vehículo fue un placebo inmediato que acarició su rostro húmedo y sonrosado por el calor, pero eso no aplacó el mal humor.

    Apenas entró al departamento, miró en todas direcciones y afinó el oído. No escuchó nada, miró a la cocina y hacia la sala y no había rastro de su hermana. La casa estaba en completo silencio, lo que indicaba que estaba sola, cosa que, por algún motivo, la enfureció más. Lanzó la puerta con toda la rabia y se dirigió hasta su habitación.

    So estuvo por más de una hora bajo la cascada de agua helada que caía de la ducha. Cuando salió, sentía los músculos entumecidos y estaba cansada. Miró el reloj en su teléfono y eran pasadas las cinco de la tarde Ana Lucía seguía sin dar señales de vida. Suspiró sonoramente e intentó aclarar su mente, ella sabría cuando se dignaría a aparecer y molestarse por ello carecía de sentido, pero no podía evitarlo.

    En ese momento descubrió que, más enfadada, estaba dolida; ser ignorada por su hermana era el peor sentimiento que podía sentir, lo que le hizo evocar momentos pasados. Aquellos cuando Lu había decidido alejarse.

    Con una dolorosa opresión en el pecho, decidió que lo mejor sería distraerse y su mejor opción fue, como no, Twitter.

    Al menos pasaría las horas leyendo como otras personas eran más miserables que ella.

    2

    Eran casi las ocho de la noche cuando escuchó el familiar sonido metálico de la cerradura al abrirse. Supo inmediatamente que se trataba de su hermana, pero ella o se movió. Se forzó a no ir a recibirla y frunció el ceño, anclando la mirada en la pantalla del celular, aunque sabía que la concentración se había esfumado.

    Los pasos de la mayor se escucharon perfectamente en el silencioso pasillo. So notó la sombra de su hermana cuando pasó frente a la puerta abierta de la habitación hasta alcanzar la suya. Minutos después, salió envuelta en una toalla en dirección al baño, donde se encerró por más de media hora.

    Durante todo ese tiempo, Lu no dijo una palabra; no la saludó, no explicó su repentina desaparición, no hizo nada. Y esa actitud comenzó a encender la llama de la ira nuevamente.

    — ¿No hay nada para comer? Muero de hambre

    So volteó con un movimiento lento y mecánico, mirándola con cara de póker. Mantuvo el duelo de miradas por unos segundos en los que repasó el enorme monólogo lleno de reclamos e insultos que quería tirarla a la cara… pero no dijo nada, era lo mejor. Volvió la vista hacia su teléfono, sin ver nada realmente.

    — ¿So?

    — Hay huevos y harina, hazte una arepa o algo — respondió al fin con tono brusco y ponzoñoso. Sabía perfectamente que su hermana no sabía cocinar muy bien, pero no le importaba en ese momento.

    — Eh… ok — dijo. Hizo el ademán de retirarse, pero no lo hizo y giró nuevamente en dirección a So. — ¿Sucede algo?

    — En absoluto. — Otra respuesta tajante.

    Ana Lucía la miró, ahora, seria. — ¿Por qué me hablas así?

    — Al menos yo te hablo… —  ironizó.

    — ¿Qué?

    — Nada, vale. Ve a preparar la cena, no puedes acostarte sin comer.

    — No — dijo adentrándose en la habitación y parándose frente a ella. — ¿Qué pasa?

    — ¿Quieres saber qué pasa? — Preguntó irónicamente y le mostró su celular. — Esto pasa, doña estrella. Te escribí como diez mensajes y te llamó más de una vez durante el día y ni un solo mensaje. Ni uno, ni siquiera para avisarme que no te vería la cara en todo el día.

    — ¿Estás molesta por que no te escribí?

    — Estoy molesta porque no sabía dónde demonios estabas, si estabas bien, mal, si estabas en la universidad o en otro maldito estado — dijo casi gritando. — Y no te creas… sé que no tienes que decirme nada — el tono de su voz se volvió extraño, más suave. Pero rápidamente aumentó en decibeles. — Pero, ¿sabías que me quedé dormida y no tuviste ni la consideración de despertarme?, ¿Sabías que por eso olvidé mi billetera y estuve todo el día sin comer nada? Te llamaba para ver si podías prestarme algo para comer. Pero no, miss independencia no tiene por qué notificarle nada a nadie, ¿verdad? Sólo ella tiene derecho a preguntar y a exigir. Tú eres la Ama y yo la Sumisa, ¿no?

    Respiró profundamente, dándose cuenta que no lo había hecho durante la retahíla de palabras que había escupido presa de la ira. Estaba ansiosa por oír las excusas que le daría, pero los segundos pasaron y no escuchó nada. Lu solo estaba ahí, parada, mirándola sin expresión alguna. No podía leerla, no sabía que pensaba o si lo hacía siquiera. Solo veía sus ojos fríos atravesándolas como lanzas de hielo.

    Lu giró sobre sus talones y caminó hacia la cocina. Odiaba cocinar, lo detestaba y por eso había llegado al acuerdo de hacerlo solo los domingos, pero su hermana tenía razón en una cosa; mañana tenía entrenamiento a primera hora de la mañana y acostarse sin cenar correctamente le restaría demasiadas energías.

    Tomó un delantal de mala gana y se amarró la melena rojiza en una cola de cabello alta, dispuesta a cocinar… o al menos a intentarlo. Después de todo, era una arepa con huevos fritos, su escasa habilidad culinaria debían ser suficientes.

    Los ruidos de sartenes y platos cesaron. Minutos después, las luces del hogar se apagaron y, por primera vez en muchísimo tiempo, se acostaron sin despedirse.

    3

    Eran las una y treinta y uno de la madrugada y So no había pegado un ojo.

    Su cabeza era una montaña rusa de emociones. Por momentos sentía que tenía todo del derecho de haber dicho aquello, su molestia estaba más que justificada, pero la mirada que recibió al final deshizo todos sus esquemas ¿Era molestia? ¿Decepción? ¿Dolor? ¿Ganas de golpearla? ¿Qué quería decir su hermana con esa expresión? So se dio cuenta que, por primera vez, no podía comprenderla.

    Se levantó intentando hacer el menor ruido posible y caminó hasta el baño. Se sentó en el inodoro dispuesta a orinar, pero un lejano sonido le llamó la atención. Afinó el oído y percibió que venía de la habitación de Lu. Tampoco estaba dormida.

    Se aseó y bajó la cadena. Salió del baño y se dirigió a la cocina, encontrándose con un pequeño reguero de una sartén y algunos cubiertos sucios. Sonrió, era gracioso que su hermana, con veintitrés años, aun no pudiera cocinar decentemente.

    Pero para eso estoy yo. Pensó, con orgullo. Y con ese sentimiento caminó hasta la habitación de su hermana.

    Tocó suavemente la puerta antes de abrirla, a sabiendas de que nunca la cerraba con llave. Efectivamente, Lu se encontraba viendo videos en el celular. So hizo una mueca. Ella debía descansar para poder rendir correctamente en el entrenamiento de mañana.

    — Hola…

    — Hola.

    — ¿No puedes dormir?

    — Uhm…

    — Yo tampoco puedo — dijo y caminó hasta el pie de la cama. Se sentó en el suelo y descansó la espalda en el colchón.

    Estuvieron en silencio varios minutos que parecieron ser años. Al punto de que la incomodidad era palpable en el ambiente. So suspiró sonoramente, sin saber que su hermana también lo había hecho disimuladamente.

    — Había un trabajo que, supuestamente debía entregar hoy, pero el profesor no asistió. Ese trabajo me tiene estresada… bueno, viste que no estuve de tan buen humor la última semana — bromeó, pero al ver que su hermana no emitía ningún sonido, continuó —, en fin, una serie de circunstancias destruyó mi estado de ánimo y que no me contestaras pudrió todo. Lo pagué contigo. Lo siento…

    Lu había dejado el teléfono a un lado y miró al techo un instante antes de hablar: — Estaba en una reunión con el decano. — Explicó, So frunció el ceño, extrañada. — Hablábamos sobre una posibilidad de conseguir una beca. El dinero es suficiente para pagar el departamento, al menos, así aliviaríamos un poco a papá… — intentó bromear, pero la voz sonó extraña. — Discutimos varios asuntos para que me la pudieran dar y no pudo contestar. Lo siento, estaba algo nerviosa y no presté atención a nada.

    Ambas se sintieron apenadas ante su actitud y como esta había derivado en algo que muy pocas veces ocurría entre ellas; tensión. En ese momento, se dieron cuenta de algo, cuanto menos, curioso ¿Qué hermanos normales no peleaban entre ellos? Bueno, su relación no podía definirse como una normal…

    El mutismo volvió a envolverlas, pero por alguna razón, ninguna quería que la otra se apartase de ella. Solo el viento frío que se colaba por la ventana abierta de la habitación y los pequeños rayos de luz proveniente de la luna bañaban apenas el lugar. Pero al cabo de unos minutos de incertidumbre, fue Lu quien quebrantó el silencio.

    — ¿Sigues estresada?

    So rio irónicamente. — No tienes idea.

    — Bueno — carraspeó. — Conocía a una chica que, cuando estaba estresada… decía que la mejor solución era sentir sensaciones que abrumaran tus sentidos. Pero no era una sensación normal, debía ser algo que empezara en lo más superficial de tu cuerpo y fuese penetrando cada fibra de tu ser, hasta colarse en tú mente y llevarse todo por el medio como un huracán. Que lo único que hubiera en tú cabeza era lo que sentías en ese preciso instante.

    Un pequeño silencio se formó de nuevo. So había escuchado cada palabra, pero no se atrevía a decir nada hasta no asimilarlas completamente. De repente, una vorágine de deseo comenzó a manar desde el interior de su pecho, recorriendo sus venas, llenándola completamente. Su pecho se sintió apretado y comenzó a subir y a bajar drásticamente. El calor subió desde su vientre hasta el rostro, tiñéndolo de rojo.

    Asustada y ansiosa por partes iguales, tragó saliva y preguntó: — ¿Qué clase de sensaciones? ¿Qué… qué hacía?

    — Tú lo viste. En mi computadora. Morena, rulos, bajita…

    No respondió nada. Sintió como se le paraba el corazón y se le helaba la sangre, solo para comenzar a bombear como una locomotora y hacer hervir el torrente que corría por sus arterias. Había visto muchas cosas en su computadora, algunas bastante fuertes e, incluso, peligrosas, o que sencillamente sobrepasaban su límite. Al menos por el momento… sin embargo, había otras que, sin duda, podría hacer. La descripción de la mujer llegó como un flash a su mente y, entonces, lo supo.

    Se levantó, sin emitir una sola palabra, su pecho ardía y el corazón latía sin control. Lu miró fijamente, con una expresión seria, pero segura, aunque por dentro estuviera igual de nerviosa con su hermana. Observó como la menor llevaba las manos hasta las caderas y enganchaba el elástico de sus bragas, tirando de ellas hasta que la diminuta prenda de algodón cayó al piso, quedando desnuda de la cintura para abajo.

    So trepó sobre la cama y Lu se sentó, dándole espacio y observando con más claridad. La cabeza de la más pequeña era un huracán de emociones, tal cual había comentado la mayor. Y aún no habían hecho nada, pero ser consciente que estaba exhibiendo, no solo su culo, también su coño totalmente desnudo, le transmitía un pudor que solo podía compararse con la imperiosa necesidad de transmitir que entendía lo que le había dicho y que necesitaba con urgencia que la hiciera sentir esas sensaciones que arrancarían de su pecho el maldito estrés.

    Gateó sobre el colchón hasta posicionarse al lado de Lu y se acostó suavemente. El estómago descansó sobre su regazo y los dorados ojos no perdieron la oportunidad de admirar el suave trasero a su disposición. La mano siniestra se alzó suavemente y se acercó hasta la tersa piel; la yema de los dedos acarició, apenas con un roce que se apreciaba imperceptible, pero que había significado un shock en ambas mujeres. Inmediatamente, la lujuria y el placer comenzaron a encenderse en los sexos.

    Lu no aceleró el momento, delineó cada curva como si estuviera dibujándola en su mente, grabándola a fuego para no olvidarla nunca. Pasó el dedo índice y medio por la parte posterior de los muslos, recorriendo a lo largo la piel, sintiendo como esta ardía al tacto. Escaló la voluptuosidad de su hermana, acarició los sexys hoyuelos de Venus hasta alcanzar su otra nalga. Cuando estuvo sobre ella, usó la totalidad de su mano para apretar los suaves y voluptuosos músculos, recreándose con el tacto. No podía negarlo, su hermana estaba ridículamente buena y ella no era de acero; le gustaban las mujeres, no era un secreto para nadie, mucho menos para So. Incluso pensó que aquello era una especie de tetra para hacerla perder los estribos. Pero se mantuvo firme.

    Dejó de manosearla y alzó la mano izquierda, dejándola suspendida sobre su cabeza. Los músculos del brazo se tensaron antes de dejarlo caer con violencia. Un sonido similar a un chapoteo explotó en el mutismo de la habitación, combinado con un sonoro gemido camuflado de grito. So pegó un brinco en el mismo lugar ante la sorpresa e, inmediatamente, sintió un calor abrazador en su nalga derecha. Mismo calor que sentía Lu en la palma de la mano.

    Un segundo estallido y otro grito resonaron en la habitación, esta vez cruzando su glúteo izquierdo. Le ardía, le producía comezón, le quemaba… pero aun así arqueó la espalda y alzó más su culo, dándole mejor acceso,  una tercera nalgada cayó con una fiereza casi cruel. Esta vez el grito fue ahogado por el colchón desordenado. So había pegado el rostro a la cama y se había anclado con ambas manos a la sábana, arrugándola. Lu la miró desde arriba, con la mano alzada, pero antes de continuar su castigo, se dobló lo suficiente para poder susurrar en su oído con una voz ronca y cargada de deseo:

    Quiero oírte.

    Un cuarto trallazo magulló la piel de la menor de las Menotti, arrancándole un grito que vibró en su garganta y retumbó en toda la habitación. Apretó aún más las sábanas, sintiendo como las lágrimas comenzaban a resbalar por sus mejillas. Su rostro ardía y su entrepierna se contraía ante cada nalgada ¿Había perdido la cabeza? Era bastante probable… pero esa era su intención desde un principio. Entendía los riesgos y los asumía gustosa con total responsabilidad.

    Los azotes continuaron hasta alcanzar el décimo. Lu podía sentir la mano metida en fuego, quemándole incesantemente, estaba roja y levemente hinchada, pero ese era el precio a pagar para poder crear una obra de arte como aquella. Sus ojos ambarinos se recrearon con el culo magullado y casi violáceo de So, quien sollozaba de forma apenas audible, temblando sobre su regazo.

    So se sentía humillada, había sido vejada por voluntad propia, pero su mente estaba en éxtasis, en blanco, sin estrés, sin miedos, sin rastros del rencor o la ansiedad que le habían acompañado hasta hace una hora.

    Sin retirar a su hermana del regazo, la mayor se inclinó hasta la mesa ratona y se estiró todo lo que pudo hasta alcanzar un pequeño bote redondo y ancho. Lo destapó y tomó una buena porción de crema humectante. Acarició suavemente el cabello de su hermana y dejó caer la fría y pringosa sustancia sobre los glúteos, provocando un respingo de sorpresa.

    So sintió como la pomada se esparcía por la magullada piel y un tremendo alivio la socorrió. El dolor sofocante que percibía desde su trasero poco a poco se transformó en una cálida y placentera sensación que la abrumó, adormeciendo sus sentidos hasta un punto donde el control de su cuerpo no era suyo.

    Y así escapó un gemido.

    Un gemido suave y húmedo salió de los labios de So cuando apretó con fuerza las sábanas, arrastrándolas y arrugándolas. Su espalda se arqueó en un espasmo de placer mientras un goce asfixiante se apoderaba de su coño desnudo, finalizando con un líquido tibio bañando los muslos de Lu y dejándola totalmente exhausta y en estado delectado.

    Corrieron unos cuantos minutos necesarios de recuperación que lograron que la respiración se compensara. Lu la sostuvo por la cintura y dejó que su cuerpo se relajara sobre la suavidad del colchón y las sábanas, que significaron un alivio inmediato al ardor en su culo. Inmediatamente se posicionó de medio lado y cerró las piernas lo más que pudo, So no quería mostrarle un primer plano de su coño hinchado, dilatado y húmedo, aunque estaba segura que su hermana podía intuirlo por su estado.

    Aun así, no hizo nada, se quedó en esa posición, sintiéndose ligera y el cansancio le arropaba como si el mismo Morfeo le estuviera acurrucando. Estiró la mano hasta tocar la izquierda de su hermana, sabiendo que era esta extremidad el arma que había sido usada para azotarla hasta correrse. La besó suavemente antes de susurrar un apenas audible «¿Puedo dormir aquí?», pero no pudo escuchar la respuesta; cayó rendida al sueño en ese preciso instante.

    _________________________

    Notas de autora:

    Un nuevo capítulo que va construyendo la relación de estas pervertidas xD Poco a poco So se va a ir destapando más, no se me impacienten. Recuerden que pueden seguirme en mi twitter: @andy_relatos ♥ Este semana será doble capítulo!


  2. Átame a ti: Capítulo 4

    sábado, 19 de noviembre de 2022

     


    Capítulo 4

    Ballet

    Los ojos inquisidores centellaron frente a ella. So sintió que dos manos fantasmales que no podían ver salían de ellos y le apretaban el cuello hasta que escaseó el aire en sus pulmones, porque su respiración se cortó. Lu la miró fijamente, sus labios se apretaron, convirtiéndose en una línea recta y las pecas parecían luceros nacientes en el cielo enrojecido del ocaso. Cualquiera hubiese jurado que So estaba aterrada, apenada hasta los huesos y que en cualquier momento saldría corriendo, pero ella no era cualquiera. Era la única persona que podía percibir detalles sobre la menor de las Menotti, por eso no apartó ni un segundo su mirada hasta que descubrió esa recóndita señal oculta que le demostraba que estaba en lo correcto; las pupilas de So se habían dilatado al punto que el verde se había vuelto casi negro. Una reacción que ella conocía perfectamente; estaba excitada. — O al menos eso es lo que pensarán lo que están allá fuera.

    — ¿Qué? — La confusión se mezcló con el deseo y la ansiedad. Incluso pensó que había escuchado mal.

    — Te van a oír, So — aclaró, deshaciéndose de la distancia que las separaban. Los firmes senos de Lu prácticamente se aplastaron contra el rostro de So, hasta que esta alzó la cabeza para verla directamente. La menor nunca se había sentido intimidada por la altura de su hermana mayor, pero en ese momento, en esa situación, la percibía gigantesca… o ella se sentía demasiado pequeña.

    Lu dio un paso más, luego otro, obligándola a retroceder la misma distancia. Llevó la mano hasta su cuello y los largos dedos acariciaron suavemente la tersa piel. La más alta se recreó con el frenético pulsar de la arteria carótida común y con el pulgar acarició con dulzura la barbilla, hasta que la paciencia se terminó y la empujó con fiereza hasta la puerta. So sintió como el pomo de metal se clavaba en su espalda, percibiendo el impacto hasta en sus costillas. Se quejó dolorosamente y cuando fue a reclamar, la palma de la mano izquierda de su hermana se estrelló a un lado de su cara, produciendo un sonido fuerte y seco. De nuevo, su cuerpo era aplastado por el de Lu.

    La más pequeña alzó los ojos para reclamarle, pero se arrepintió al instante. Su solución no ayudó a apaciguar la frenética lluvia de emociones encontradas; con la mirada lamió la pequeña cicatriz en la comisura del labio que cada vez se le hacía más apetecible. Recorrió el largo cuello y la clavícula perfectamente delineada y notó el nacimiento de los senos que se asomaban sobre la suave tela negra, muy cerca de su rostro. Posó los dedos sobre el estómago de su hermana como un acto reflejo. Un simple movimiento provocado por su instinto de supervivencia que le hizo palpar el macizo abdomen que, llevada por otro instinto más animal, acarició. Recorrió cada sección, cada músculo abdominal se dibujaba bajo sus dedos mientras sus ojos se deleitaban con la visión de su fuerte brazo izquierdo. Por un instante, tan efímero como una estrella fugaz, deseó ser sometida por ellos.

    Lu soltó una risilla apenas audible y bajó el rostro hasta pegarlo en el costado derecho de su hermana. Aspiró la dulce fragancia de su perfume combinada con el olor a coco de su crema corporal antes de hablar, en un tono tan bajito que era un susurro apenas audible. — ¿Te acuerdas que mientras yo jugaba baloncesto de niña, tú practicabas ballet?

    So parpadeó un par de veces. La pregunta se le hizo tan excesivamente random que dudó una vez más si había escuchado correctamente. — Sí… — se limitó a responder.

    Una exhalación, tan pesada como toda la tensión que había en aquel pequeño baño, cayó sobre el cuello y los hombros de So. El cálido aliento le erizó toda la piel y generó que un chispazo de placer se encendiera en su entrepierna. — Veamos que aprendiste… — Lu susurró de nuevo, pegando los labios a su oído.

    So estaba hipnotizada por la voz ronca y cargada de deseo de su hermana. Cerró los ojos y largó un suspiro lánguido. Se sentía mareada y que su clítoris hubiese comenzado a estremecerse no colaboraba a su compostura. Ni siquiera se dio cuenta cuando Lu se retiró y se colocó en cuclillas. Solo sintió una uña siguiendo la línea de su muslo hasta alcanzar la zona tras la rodilla. El cosquilleo del tacto sumado a la impresión generó un respingo impulsivo que provocó una traviesa risa en Lu. Los dedos firmes la tomaron de la pantorrilla y la levantaron, dejando la rodilla descansando sobre los fuertes hombros. Lu masajeó con delicadeza el muslo embutido en un leggin negro, sus ojos descubrieron el coño apretado en la tela, los gruesos labios separados por una provocativa hendidura se contorneaban en una tela delgada que parecía una segunda piel.

    — Yo… — So intentó hablar llevando ambos manos hacia arriba y pegándolos a la puerta en busca de cualquier resquicio que le permitiera agarrarse para mantener el equilibrio. Ahora era ella la que miraba hacia abajo.

    — ¿Puedes hacer un Split, So? — Lu la interrumpió, observando como el terror deformaba su cara. Sintió una inmoral satisfacción al saber que su hermana recordaba aquella dolorosa experiencia en el pasado. Ella misma fue testigo de sus lloros cuando practicaba, hasta que pudo conseguirlo después de muchos intentos. Ahora, estaba convencida que esa elasticidad se había perdido después de años de inactividad.

    La hermana menor negó frenéticamente, presa del miedo. Pero se arrepintió inmediatamente cuando descubrió una sonrisa maliciosa contorneando los apetitosos labios. Inmediatamente supo que había dado la respuesta equivocada.

    — Bien.

    So intentó quejarse, pero sintió que si habría la boca un vergonzoso grito saldría de ella cuando percibió su bíceps femoral estirándose. Lu había comenzado a ponerse pie, elevándose apenas centímetros junto a su pierna, pero ella ya había acusado un doloroso tirón. La mayor guio el cuerpo de su hermana hasta alejarla del pomo, la tortura que se avecinaba sería suficiente como para sumarle otra. La menor lo agradeció, aunque intuía que mañana tendría un hematoma en el lugar donde había impactado. Aun así, se removió inquieta, intuyendo lo que se aproximaba. Descubrió que entre la puerta y los fuertes brazos de su hermana, no tenía ninguna oportunidad de escapar.

    Pensó que su única oportunidad era quejarse, pero decidió permanecer en silencio al momento de sentir un nuevo tirón cuando Lu se elevó otro par de centímetros. A diferencia del anterior, la tensión esta vez no desapareció.

    Ana Lucía estaba disfrutando del dolor de su hermana, pero tampoco quería que se lastimara seriamente. Alzándose un poco más, y recreándose con el erótico ruido que emanó de la pequeña, estiró su mano derecha hasta alcanzar su bíceps. Sin mucho esfuerzo hizo que su brazo dejara de aferrarse a las monturas de la puerta y se anclara a su hombro. Era un lugar mucho más estable y seguro. So no lo dudó y clavó las uñas azules en la piel bronceada del grueso músculo.

    Lu se aferró a las anchas caderas y sin alzarse a plenitud, dejó su cuerpo caer hacia delante. La rodilla de So chocó contra su seno y un nuevo gemido mezclado de dolor y placer resonó.

    — Tú palabra de seguridad es «Oh, Dios».

    — ¿Qué? — Repitió sin entender muy bien a que se refiere.

    — Créeme, bebé. Vas a querer una palabra de seguridad. Confía en mí…

    — ¿Para qué voy a necesitar una palabra de seguridad?

    Grave error. Lu negó con la cabeza sin dejar de sonreír y añadió con fingido dolor: — No confías en mí… ok, serán dos «oh Dios».

    — Pero... — sintió que le arrancaban la voz cuando los músculos y articulaciones – y quizás otra cosa más – se tensaron junto a un dolor abrumador. Lu estaba haciendo presión con la mano derecha en la cara posterior del muslo y con la izquierda, sostenía la pantorrilla, iniciando un calmo pero tortuoso ascenso. Su instinto de supervivencia volvió a moverla contra su voluntad y sus manos empujaron a su hermana. Pero esta no se inmutó, se reacomodó y volvió a empujarla con firmeza, asegurándola en el mismo lugar.

    — Dos «oh Dios» y un «carajo»

    — ¡Ok…! Ok…

    — Dos «oh Dios» y un «carajo».  Fuertes.

    — ¡Pero dije que ok!

    — Dos «oh Dios», un «carajo» y un «me corro».

    — ¡Lu…! — El nombre salió como un gritito ahogado. Alzó la cara y miró hacia arriba en búsqueda de fuerzas divinas, pero ninguna deidad le brindó su poder. Su rostro seguía congestionado, rojo y el sudor había comenzado a perlarlo. No había querido ver la posición en la que estaba su pierna, sentía pánico de hacerlo. Pero se vio obligada mirar cuando sintió un leve roce sobre su frente.

    Oh, por, Dios.

    Por su cabeza se pasó la idea de que una pierna no debería alcanzar esa posición, estaba prácticamente horizontal, paralela a su propio cuerpo. Tan solo faltaban unos cuantos centímetros para que tomara una pose completamente recta. Cada fibra de sus músculos se quejaba de dolor mientras presentía exageradamente que la piel se rasgaría en cualquier momento.

    — Dos «oh Dios», un «carajo» y tres «me corro». Muy fuertes.

    So no era estúpida, decidió morderse los labios tan fuerte que acusó el sabor metálico rápidamente. Prefería eso antes de volver a provocar una vergonzosa palabra más a su ya no palabra de seguridad. Lu sonrió satisfecha y deslizó los dedos hasta rodear el tobillo, se aseguró que el agarre era correcto y con un poco de esfuerzo comenzó a subir la extremidad los infernales centímetros que faltaban.

    Esto es malo, esto es malo… ¡Lu es una psicópata!

    Gritó. Su tolerancia se quebró cuando la pierna alcanzó la cúspide de su elasticidad. Pero el rugido fue callado inmediatamente por un beso. Los labios de su hermana se posaron con fiereza en su cuello, tomándola desprevenida. Los labios se movieron húmedos mientras la pierna ahora comenzaba a adoptar la forma de un arco. — Si vas a gritar, al menos intenta sonar como si estuvieras sintiendo un dolor del bueno.

    No dijo nada, no quería desafiarla más. Apretó los ojos con fuerza, intentando acallar las desesperadas ganas de gritar. Lu estaba loca si creía que iba a emitir ruidos sexuales… pero su resistencia mermó en tiempo récord por culpa de la juguetona lengua que se unió a la lluvia de besos que, ahora, torturaban lo largo de su cuello.

    — ¡Uhmm…! — Un sonoro gemido, húmedo y largo se escapó de sus labios. Siendo la apertura de un recital de jadeos y quejidos bañados de placer.

    So ni siquiera podía entender de donde nacían esos sonidos, pero no podía controlarlos. Su sentido común le gritaba a la cara que aquello podía considerarse algún tipo de tortura, pero sus otros sentidos le proporcionaban sensaciones totalmente diferentes.

    Tampoco tenía tiempo de pensar en ello.

    Cuando abrió los ojos, dispuesta a suplicar si era necesario, se encontró con que el talón casi tocaba la coronilla de su cabeza. Esta visión cuasi terrorífica provocó que su cerebro se accionara y olas de dolor que recorrían la punta del pie hasta su cadera comenzaron a correr libres por cada una de sus células. Empezó a temblar tan fuerte que parecía que iba a convulsionar y los gemidos se convirtieron en fuertes resoplidos. El pecho empezó a subir y a bajar tan de prisa que podía sentir como sus tetas se aplastaban contra las de su hermana – provocando una sensación más al inmenso desfile que ya percibía –, quien ahora se había dedicado a succionar fuerte la carótida hinchada en su cuello.

    Lu imaginaba que estaba chupándole cada latido a su hermana y eso le provocaba un gozo ecuánime que se merecía.

    So llevó ambas manos al cuello de su hermana y se aferró con fuerza, enredado los dedos en los rizos rojos y clavando las uñas con fiereza. Lu gruñó ante el dolor y alzó la vista. Jamás se imaginó que su hermana fuese tan flexible. Le echó un vistazo a su rostro congestionado, la boca ahora estaba abierta, boqueando y jadeando, el rostro excesivamente rojo y el sudor impregnando tanto su piel que el cabello se había pegado al costado de su cara. Lu pensó que, en ese mismo instante, su hermana era la mujer más hermosa del mundo.

    Me estoy volviendo loca. Pensó, antes de envalentonarse y doblar más.

    — ¡LU, POR TODOS LOS MALDITOS CIELOS, DIOS! — Gritó, saturada de estímulos. Golpeó la puerta un par de veces con la parte posterior de la cabeza antes de gemir nuevamente. Estaba segura que algo se había roto ahí abajo

    — Qué sonido tan hermoso… — apuntilló la mayor, casi burlándose.

    — Joder… — gimoteó. — Eres tan rara

    Ana Lucía la miró fijamente, sintiendo esa última frase como un desafío que no podía ser aceptado. Dejó caer todo su peso sobre el cuerpo de So. Su rodilla se coló por la entrepierna y comenzó a frotar con firmeza.

    Ana Sofía perdió la noción de todo a su alrededor; «cómo se llamaba» o «dónde estaba» eran cuestiones que su cerebro había bloqueado y cada uno de sus sentidos estaba concentrado en lo que estaba sintiendo y como su vagina parecía estar a punto de estallar y deshacerse en una chorreante explosión.

    — Eres más dura de lo que creía, eh.

    — No más, So, por favor…

    — Usa la palabra de seguridad…

    — Me da vergüenza… — Aplicó más presión con la rodilla y la menor largó otro sonoro sonido.

    — Tienes lindo cuello — soltó y volvió atacar la sensible piel.

    Y Ana Sofía, sintiendo que era imposible soportar los tres castigos a la vez. Se deshizo, se dejó llevar y gritó entre gemidos y resoplidos: — Oh Dios… ¡Oh Dios, Carajo! ¡Me corro, me corro, me corroooo…!

    Lu soltó inmediatamente la pierna y ésta cayó como peso muerto. Se apresuró en tomarla por la cintura mientras las caderas se batían con fuerza, como si tuvieran vida propia. Con suma delicadeza la llevó hasta uno de los cubículos que había limpiado previamente. La sentó y comenzó a masajear la pierna torturada, estimulado la circulación para que los músculos dejaran de contraerse. Cuando intuyó que ya era suficiente, sacó de su mochila una caja de toallitas húmedas con la que comenzó a limpiar el sudor de la frente, pómulos. Tomó otra y retiró los rastros de saliva que habían marcado la comisura de los labios. Peinó las hebras rojas que se habían soltado y las colocó tras su oreja. Acarició su nuca, mentón y estuvo a punto de acariciar los labios cuando estos se entreabrieron y el par de «dientes de conejo» que siempre sobresalían y le daban un aspecto tierno, se asomaron.

    — Voy a necesitar ayuda…

    — Llama a tú amiga más cercana, una que jamás le contará a nadie que te encontró aquí. Yo no puedo dejar que me vean…

    — ¿Qué? Lu, ¿por qué?

    — Porque todos allá afuera — hizo una seña hacia la puerta trancada con seguro —, creen que estabas con un chico. Si al entrenador le llega el rumor de que estaba cogiendo en la universidad, me sancionará.

    So entendió a regañadientes, pero toda disconformidad desapareció cuando sintió un cálido beso en la frente. Lu se despidió con un gesto de manos y salió del cubículo, saltando por una ventana alta sin cristal que también habría preparado.

    Ana Sofía miró el techo, intentando asimilar lo que acababa de vivir y decidió que estaba demasiado cansada y exhausta para pensar en eso. Escribió a Jennifer que le pidiera un Uber para ir a su departamento. Ni con todas las ganas del mundo soportaría una clase en ese estado.

    ___________________

    Notas de autora:

    Una cruenta tortura que hará que So descubra el placer escondido tras el dolor y la verguenza ¿No creen? Espero que este nuevo capítulo les haya gustado. Recuerden que seguirme en twitter como @relatos_Andy. Ahí subo cosas de la historia, como adelantos y cosas por el estilo. También puedo resolver cualquier duda que tengan.

    Si desean comentar algo, son bienvenidos a hacerlo, ustedes son mi combustible para seguir escribiendo. Sin más que decir, nos vemos la próxima semana


  3. Átame a ti: Capítulo 3

    lunes, 14 de noviembre de 2022


     

    Capítulo 3

    El baño número dos

    No hubo ni una mención de lo que había ocurrido. Una hora después, Lu había llegado a casa y So se había corrido tres veces autocomplaciéndose. La recibió vestida con la misma sudadera y el short de licra azul que había escogido anteriormente, con la misma actitud neutra que presentaba su hermana.

    La mayor se dedicó a devorar su parte del almuerzo mientras la cabeza de la menor era un hervidero de pensamientos, aunque no se atrevía a decir ninguno. En ese momento, So no se atrevía a nada; no sabía cuáles eran las reglas, límites o lo que sea que había que decidir. Durante su investigación de la noche anterior, había leído que ciertas parejas tenían una especie de contrato, donde ponían condiciones y otras cosas importantes, pero Lu no había comentado nada al respecto.

    Esa noche ninguna salió y solo se dedicaron a ver unos cuantos capítulos de The Good Place. Ambas solían bromear con esa serie, So decía que Lu era idéntica a Eleonor, y ella le respondía que So era tan estirada como Tahani. Vieron tres capítulos hasta que la mayor se quedó dormida en el sofá. El partido la había agotado.

    El domingo fue un día más para las Menotti. So, ya había finalizado todos sus pendientes universitarios. Siempre había sido muy responsable que sus obligaciones académicas, creía firmemente en que las cosas a última hora nunca salían bien. El cerebro necesitaba estar descansado para afrontar ese tipo de tareas, decía.

    Curiosamente, Lu era todo lo contrario, la hermana menor disfrutó viéndola, como todos los domingos, atareada y muy estresada con los quehaceres de la casa. Ella apenas y sabía agarrar una escoba o trapear los pisos, pero se esforzaba por el acuerdo con el que había llegado con So. Los gruñidos de frustración porque el agua jabonosa saltaba hacia ella cuando el chorro del grifo caía sobre algún plato o verla pelear con las manchas moteadas que quedaban en las baldosas blancas por un mal empleo del trapeador, era más gracioso que cualquier Sitcom. Aunque esa diversión se perdía cuando llegaba la noche y la veía haciendo tareas o trabajos a última hora. A veces agradecía al cielo que Lu tuviera un talento innato para dibujar que le facilitaba todas las cosas en la carrera de diseño gráfico.

    A la mañana, ambas asistieron a sus respectivas clases.

    Comunicación visual y fotografía siempre había sido una de las clases favoritas de Ana Sofía y tenerla a primera hora de la mañana siempre mejoraba su estado de ánimo. Una vez culminada, se adentró a los atestados pasillos del edificio de Comunicación Social en compañía de Jennifer y Thalía. Había conformado un grupo de amigos bastante variado, pero ellas tres habían tenido una conexión casi inmediata apenas se conocieron al comienzo del semestre. Su destino era reunirse con Jason y Joel, compañeros con los que compartían algunas clases y que poco a poco formaron una buena amistad.

    Su próxima clase era pasada las once de la mañana, francés, su segunda clase favorita, por lo que tenían tiempo de juntarse y comer algún aperitivo en el campus. Los chicos habían encontrado una zona que no era tan concurrida cerca de una jardinera bastante fresca, donde los árboles brindaban una plácida sombra y el típico bullicio estudiantil apenas llegaba.

    So escuchaba una de las ocurrencias de Thalía cuando su teléfono vibró en el bolsillo trasero de la mochila. Aminoró el paso y desbloqueó la pantalla, encontrándose con una notificación de su hermana.

    «Lu: ¿Sabes dónde está el baño de número dos de ingeniería? 9:51»

    Frunció el ceño, desconcertada por la pregunta. Se detuvo por completo y tecleó rápidamente.

    «No, ¿por qué? 9:51»

    «Lu: Ve a la facultad y pregunta por ese baño, te espero ahí 9:52»

    No entendía nada. Miró a las dos chicas que se habían detenido unos cuantos pasos delante de ella y le cuestionaban con la mirada. La pelirroja miró su celular una vez más y comenzó a improvisar una excusa.

    ― Eh… chicas ― dijo ―, voy a hablar un asunto con el chico que me iba a comprar la computadora vieja ― explicó sin mirarlas directamente, se sentía estúpida. So no sabía mentir y cada vez que lo hacía, los nervios le hacían creer que se estaba delatando ella misma.

    ― ¿El que estudia ingeniería?

    ― Ajá ― respondió casi desesperada a la pregunta de Thalía, quien seguía cuestionándola con ojos inquisidores. Para su suerte, había algo de verdad camuflada con su mentira piadosa. Si existía un muchacho en la facultad de ingeniería que quería comprarle su antigua computadora de escritorio. Era un buen ordenador, pero sus padres le habían regalado una laptop muy superior y prefería deshacerse de la otra y ganar dinero extra.

    ― Dale, te da tiempo de comer algo, te esperamos donde siempre ― respondió Jennifer mientras se despedía con la mano.

    Thalía hizo el mismo gesto y ambas siguieron su camino. So no se movió hasta que ambas chicas se perdieron al doblar en una esquina, temiendo que podían atraparla si lo hacía. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar a un paso excesivamente acelerado. La facultad de ingeniería estaba entre la de comunicación social y diseño gráfico, por lo que el viaje no sería tan largo para ninguna de las dos. Aun así, estaba nerviosa porque no conocía el lugar, en los pocos meses que llevaba en la universidad solo había tenido que atravesarlo un par de veces ya que el camino más rápido para ir a la cancha de baloncesto, era atravesarlo. Pero no tenía ni remota idea en donde se encontraban las aulas, departamentos… ni mucho menos el dichoso baño número dos.

    Poco a poco, un vacío comenzó a ganar terreno en la boca del estómago. Cada paso le hacía pensar en las intenciones de Lu, especialmente después de su última experiencia con los mensajes que le había enviado. Ante la posibilidad de que se tratase de una nueva orden, su corazón comenzó a latir desbocado. Su mente rememoró las imágenes y artículos que había leído en internet, aquellos que explicaban cuando la relación iba «más allá» y se escapaban de la rutina, las situaciones en locaciones públicas, los relatos de personas que habían vivido experiencias llenas de pasión y morbo en lugares que, de solo recordarlos, el pecho se le estrujaba de la vergüenza.

    ¿Lu quería hacer algo así en la universidad?

    Pronto sintió como su rostro comenzaba a arder, las mejillas se le habían teñido de un rojo intenso y su mirada se mantenía baja. Sentía que era incapaz de ver a alguien a los ojos, el pudor comenzaba a tomar el control de su cuerpo. Pero un pequeño deje de emoción, como la flama de una vela dentro de una habitación a oscuras, contrastaba y contradecía todo lo que su sentido común comunicaba. Y sin poder evitarlo, su coño se contrajo deliciosamente.

    Con largas zancadas atravesó el campus y en menos de diez minutos, ya se encontraba bordeando los jardines y las grandes edificaciones de la facultad de ingeniería. Siempre tuvo celos de la arquitectura de dicha facultad, distaban mucho de las escasas tres plantas que tenía el edificio de comunicación social. Todo ahí parecía más grande, más moderno y sobretodo, más poblado. Se alejó rápidamente de la muchedumbre hasta alcanzar terrenos menos transitados. Divisó a un par de chicos que parecían ver algo en una computadora y decidió acercarse para preguntar dónde quedaba el bendito baño número dos.

    — Hola — saludó con una sonrisa que intentó ser simpática. Ambos chicos detuvieron lo que estaban haciendo, uno se quitó unos auriculares para prestar total atención a So. La mirada de los dos se mutó a una de seducción inmediata… o al menos eso creían.

    — Buenos días, bonita… ¿En qué podemos ayudarte?

    — ¿Saben dónde está el baño número dos?

    Sus ojos se abrieron de par en par y la sorpresa se dibujó en sus rostros. Compartieron una mirada cómplice y su lenguaje corporal cambió a uno más osado, confianzudo. El más alto de los muchachos dio un paso hacia delante, intentando eliminar la distancia entre ellos. So no entendía que sucedía, pero sintió que había hecho una pregunta que tenía un trasfondo subliminal.

    — Entra a ese edificio apartado, donde está la jardinera y los árboles grandes — dijo señalando hacia un lugar a unos cuantos metros de distancia. — Dentro está el baño número dos… — respondió el chico de los auriculares, acercándose un par de pasos también. En segundos, ambos invadían su espacio personal. So se vio obligada a retroceder, sonrojada. — Si quieres te acompañamos.

    — No es necesario, me, me están esperando ahí.

    Volvieron a compartir una mirada cómplice, esta vez con una sonrisa que bailaba entre la lascivia y la burla. So bajó la cabeza, intentando que su cabello hiciera una cortina que cubriera su vergüenza, y no esperó ninguna otra respuesta. Acomodó la mochila en su hombro y se marchó rápidamente al lugar señalado.

    Apenas se percató cuando cruzó una fila de árboles que formaban una especie de mini bosque a su alrededor, pero el edificio estaba realmente apartado y contrastaba con todo lo que mostraba el resto del campus. Las paredes exteriores denotaban un nulo mantenimiento, las manchas de humedad caían como cascadas oscuras desde las vigas del techo hasta el suelo. La sucia fachada estaba grafiteada y la jardinera llena de maleza estaba repleta de bolsas de snacks, latas de refresco, colillas de cigarro, vasos plásticos y algún que otro empaque que So no pudo reconocer.

    Caminó temerosa y empujó la puerta con el hombro. Un aire cálido y cargado la golpeó de lleno junto al áspero aroma del tabaco y hierba. Tuvo que esforzarse para no toser, cubriendo nariz y boca con el dorso de la mano. Pestañeó un par de veces y barrió el lugar; era un edificio largo, con un par de puertas al fondo a la derecha y bancos largos de madera rústicos atornillados a las sucias paredes color crema. No parecía ser un edificio pensado para dar clases.

    Una pareja yacía sentada en los bancos de la izquierda, a unos cuantos pasos de distancia. La chica estaba sentada sobre el regazo del muchacho, con las piernas cruzadas y se besaban apasionadamente. Alzó la mirada y se encontró a otra pareja de pie, un hombre alto y moreno descansaba su peso contra la pared mientras le comía la boca a una rubia menuda parada en puntillas para poder alcanzar a su pareja. La mano derecha del chico apretujaba y sobaba sin descaro el culo de la chica. Otras solo estaban ahí, conversando mientras fumaban pitillos de tabaco y hierba. Reconoció algunos colegas de carrera que también la miraron sorprendidos, pero nadie dijo nada, ni una sola palabra. Aun así, el corazón de So martilleaba con fuerza contra su pecho, que subía y bajaba con frenetismo. Su cabeza daba vueltas y su mente estaba en blanco. No podía imaginar nada más allá de lo que veían sus ojos, porque no podía sorprenderse más.

    Sacó el celular y las uñas azules con detalles blancos bailaron sobre la pantalla rápidamente para avisar a su hermana que estaba en el lugar. Lu respondió inmediatamente, indicándole que se acercara a los baños. No vio a nadie, caminó lo más rápido que pudo y se encontró con los típicos carteles de baño de chicas y chicos. Al lado, la rubia ya tenía la mano sobre el erecto miembro viril de su chico y lo masturbaba suavemente. Con el rostro ardiendo y sin pensar, casi corrió hasta las puertas, estuvo a punto de adentrarse al de mujeres, pero cuando estiraba la mano para girar el pomo, otra emergió del baño de chicos y tiró de ella con brusquedad. So casi cae de bruces contra los azulejos del piso, pero pudo mantener el equilibrio. Estuvo a punto de protestar, pero se encontró con la espalda ancha de su hermana y los bucles rojizos lamiendo sus hombros.

    — ¿En el baño de chicos? — Preguntó entre atónita y enojada por la bruteza de su hermana. Lu giró y le sonrió cínicamente. Vestía una blusa sencilla negra que dejaba su hombro derecho descubierto y un jean azul muy ajustado con rasgaduras estratégicamente colocadas en los muslos.

    — Hola, So ¿Qué tal tú mañana? ¿Van bien las clases? — Obvió la pregunta y saludó irónicamente. So desvió la mirada algo avergonzada por no haber saludado como era debido, pero la ansiedad la estaba consumiendo.

    — Boba — respondió y se acercó a los lavamanos, junto a su hermana. — ¿Qué hacemos aquí? — Lu la miró a través del espejo, con una expresión serena. Abrió la llave del agua y comenzó a lavar minuciosamente las manos. So la imitó.

    — Este lugar es conocido como el corredor de ingeniería — dijo con una voz calma, como si estuviese exponiendo una clase. — ¿Sabes por qué? — Su hermana negó con la cabeza. — Porque la gente viene aquí a correrse. — Cerró la llave y ancló sus ambarinos ojos en los de Lu. La menor de las hermanas sintió la misma sensación de vulnerabilidad, como si fuese la primera vez que la miraba de esa manera tan intensa e intimidante que se era imposible de sostener por más de unos cuantos segundos. So desvió la mirada y Lu alzó una ceja como respuesta, sonriendo de medio lado, entiendo que estaba cumpliendo su objetivo de desestabilizarla.

    — Y… ¿Qué… qué hacemos aquí? — Se maldijo mentalmente por sonar tan nerviosa, pero no podía evitarlo. Un escalofrío recorrió su columna vertebral cuando se dio cuenta que tenía tanto pánico como deseos de escuchar la respuesta. La humedad en su entrepierna estaba acrecentándose y ni siquiera entendía el por qué. Tragó grueso y empezó a secar frenéticamente sus manos con una pequeña toalla de papel que sacó de la mochila.

    — ¿Qué estaban haciendo las personas afuera? — Lu se acercó con paso lento y se detuvo frente ella, invadiendo su espacio personal. Estaba tan cerca que So pudo escuchar hasta el chillido que emitió la suela de sus zapatillas Kobe Bryant A. D. Doce que tanto le fascinaban. La mayor se inclinó y por un milisegundo, Ana Sofía pensó que la iba a besar cuando sus labios pasaron a escasos milímetros de los suyos. El olor a menta de su aliento y el champú olor a frutas tropicales de su cabello se coló fuertemente por sus fosas nasales y no dudó en aspirar y recrearse en el exquisito aroma. Lu tomó un par de toallas de papel y secó sus manos suavemente.

    — Creo que… o bueno, parecía que iban a coger — respondió con el pudor aflorando de su voz. Su vientre bajo se contrajo y el calor comenzó a manar por todo su cuerpo. Su rostro estaba encendido, al punto que llevó una mano a su mejilla para confirmar que algo no estaba quemándola.

    — Pues, vas a coger — sentenció.

    ______________________



    Notas de la autora:

    Capaz algunos crean que la historia va lenta, pero es necesario. Les aseguro que valdrá la pena y el morbo será tremendo después. 

    Capítulo número 3 publicado. Espero les guste ¿Qué maldad creen que Lu le hará a So esta vez? xD


  4. Nueva historia en camino...

    sábado, 5 de noviembre de 2022

     Así como lo leen. Aunque esta nueva historia es más obligación laboral que otra cosa. Firmé un contrato «no exclusivo» con una página que me solicitó una historia romántica de 50k de palabras. Lo bueno es que me pagarán xD

    La historia lleva por título «Firmando un contrato de amor con mi jefe» y, básicamente, la trama gira alrededor de eso. Para los romáticos, la subiré también a Wattpad. 

    Imagen referencial xD
    Por otro lado, el capítulo 2 de Átame a ti va lento en Todo Relatos y eso me bajoneó un poco después de la gran acogida del primer capítulo :( Ojalá mejore la cosa después.


  5. Átame a ti: Capítulo 2

    jueves, 3 de noviembre de 2022



    Capítulo 2

    Delivery

    La luz del día aún no se colaba por las rendijas de la ventana y la temperatura estaba lo suficientemente baja como para que cualquier persona durmiera a pierna suelta, pero ese no era el caso de Ana Sofía. Sus ojos yacían observando fijamente el cielo raso de su habitación, abiertos con la lucidez de una persona despierta desde hacía una hora. El reloj marcaba las seis de la mañana en punto y solo intentaba rememorar cuando había sido la última vez que se había despertado tan temprano un fin de semana. Los sábados solía ser su «día de flojera», como ella misma lo llamaba. Los domingos solía dormir hasta muy tarde porque normalmente salía a tomarse unos tragos y bailar con sus amigos la noche anterior.

    Pero este era un fin de semana atípico.

    Su cabeza volvió a rememorar la conversación que habían tenido ayer y, de nuevo, el vacío típico de la adrenalina volvió a invadir su estómago. La ansiedad y la emoción batallaban una con la otra en una guerra que parecía librarse en la boca de su estómago. Había accedido a algo que nunca hubiese imaginado, mucho menos con su hermana…

    ¡Es mi jodida hermana! ¡¿Acaso perdí la cabeza?!

    Tomó la almohada y se tapó el rostro cuando empezó a sentir que los colores se le subían y giró sobre la cama. Quizás si había perdido la razón y había arrastrado a Lu al precipicio con ella, pero ya no había vuelta atrás. Había dicho las palabras.

    Su sumisa y mi ama.

    En un momento de lucidez retiró la almohada del rostro y volvió a mirar el techo en busca de una respuesta a varias interrogantes: ¿Qué significaba eso exactamente? ¿Cómo afectaría su relación de ahora en adelante?

    Había pasado toda la noche leyendo, investigando en donde se estaba metiendo y descubrió que un D y S podían vivir una vida totalmente normal. Después de todo, lo que ocurría entre cuatro paredes, se quedaba dentro de cuatro paredes. Pero las relaciones BDSM solían ir más allá que una simple noche de sexo y frecuentemente usaban todo su entorno para las «escenas».

    Sexo…

    Se tapó la boca, temiendo que su hermana pudiera oírla decir esa palabra, incluso en sus pensamientos ¿Realmente estaba pensando en sexo? ¿Con su hermana? So estaba batallando consigo misma desde muchos flancos diferentes; en primer lugar, ella no era lesbiana. Nunca había sentido ese tipo de atracción hacia otra mujer, de hecho, podía decir que la única chica que se le hacía lo suficientemente atractiva como para decir que le gustaba era…

    Lu.

    Frunció el ceño ante ese insolente y peligroso pensamiento. Inmediatamente comenzó a rebuscar en sus recuerdos otra mujer que le pareciera «cogible», repasando actrices, deportistas y cantantes, pero sentía que ninguna era tan atractiva como su hermana.

    Sí, me volví loca de remate.

    Intentó dormir una vez más, pero cuando se dio cuenta que era inútil, se levantó. Caminó, desperezándose en el trayecto, directo al lavado y aseó rápidamente sus dientes y rostro. Se quitó minúscula blusa fucsia que seguía usando desde el día anterior y la remplazó por una sudadera de manga larga color negro con una gran águila tribal de color dorado en el pecho. En la parte posterior resaltaba en número siete y el nombre de su hermana en la parte inferior. Era del equipo de baloncesto femenino de la universidad y Ana Lucía se lo había regalado. Se cambió de bragas por unas más cómodas y así se encaminó con dirección a la cocina. Estaba tan acostumbrada a usar solo ropa interior en el departamento que salir de su cuarto en esas condiciones se le hacía algo normal.

    ¿Eso cambiaría a partir de ahora? Pensó, pero no le dio más importancia. El lugar estaba en completo silencio y aún se debatía entre la penumbra y los primeros rayos del Sol. Su objetivo era llegar a la cocina y preparar un buen desayuno cuantioso, provocando el menor ruido posible. Su hermana tenía un partido amistoso a las diez de la mañana y le gustaba hacerle algo que le llenara de energía, que la dejara satisfecha, pero que no le provocara esa sensación de pesadez tan desagradable de la que muchas veces se había quejado después de comer.

    Optó por una rica y nutritiva ensalada de frutas y un tazón de yogurt con granola. Picó la fruta y la colocó en un par de platos, vertió el yogurt en tazas y dejó caer una lluvia de cereales varios que rápidamente comenzaron a un hundirse. Dejó la comida sobre la barra de desayunos y la acompañó con una botella de jugo de naranja del súper.

    Casi eran las ocho de la mañana cuando finalizó todo, momento justo en el que una enmarañada cabellera casi naranja emergía del pasillo. Lu aparecía bostezando, con la boca pastosa y luciendo solo una camiseta inmensa de algún equipo de la NBA que desconocía. Estrujó sus ojos en un intento de despejarlos.

    — ¿Desayuno? — Murmuró. Aun sentía los agarres del sueño.

    — Para campeonas. Ve a lavarte la boca y comemos.

    — Sí, mamá.

    No dijo más, dio media vuelta y caminó en dirección al baño. Ana Sofía sonrió ante el sarcasmo característico de su hermana mayor y se preguntó si de ahora en adelante, ella podría seguir dándole órdenes de ese tipo.

    2

    La mañana transcurrió como era habitual para las hermanas Menotti. Desayunaron, hablando de cosas superfluas como las tendencias del día de Twitter, comentaron sobre lo que les había parecido el capítulo seis de Arcane, una serie que ambas habían comenzado a ver y que les había fascinado. Con el reloj marcando las nueve de la mañana, So se instaló en su cuarto para revisar unas notas de su clase Comunicación Visual y Fotografía. Su concentración en los apuntes no le impedía mirar de reojo hacia la habitación de Lu. Ésta ya estaba cerrando su bolso deportivo y se preparaba para marcharse, cuando se detuvo en la puerta de la habitación para girar sobre sus talones, volver a posar la mochila sobre la cama y abrirla. Uniforme, vaso térmico, zapatos y muñequeras volvieron a salir y la menor de las hermanas tuvo que dejar su lectura para averiguar que sucedía. «No encuentro mis licras de la suerte», exclamó la mayor cuando la vio entrar.

    Minutos después, So mostraba la prenda que había alcanzado bajo un montón de ropa que yacía sobre la silla ergonómica presidencial donde Lu estudiaba.

    — Gracias — dijo, volvió a guardar las cosas y se marchó.

    Ana Sofía miró un par de segundos de más la puerta de salida, justo por donde acababa de salir su hermana, sintiendo como esa «normalidad» que estaba exhibiendo estaba haciendo mella en su psiquis. Esperaba que en cualquier momento mencionara algo sobre lo de ayer, que le diera alguna… orden, o algo parecido. Empezó a cuestionarse la posibilidad de que lo hubiese olvidado o, peor, que lo había tomado como una broma. Chasqueó la lengua cuando comenzó a sentir una leve punzada de dolor en el pecho por culpa de ese último pensamiento. Ella si lo había dicho en serio.

    Volvió a su habitación y le subió volumen a su reproductor, comenzó a tararear al ritmo de Taylor Swift y dio por terminada su sesión de estudio. Era imposible concentrarse. Decidió tomar su teléfono y comenzar a navegar por Twitter y, cuando se dio cuenta, eran pasadas las diez de la mañana. El partido había comenzado. Buscó rápidamente la cuenta del equipo de baloncesto femenino de la universidad y leyó de inmediato que las Águilas ganaban treinta y cinco a veintidós. Inmediatamente llegó un nuevo tweet:

    «Otro triple de Ana Menotti, y ya son 5», acompañado del emoji de una llama y una cara sorprendida.

    Se dejó caer sobre la cama y colocó el teléfono sobre su pecho, incapaz de contener una sonrisa gigantesca. Lu era el jodido orgullo de su vida. No podía negarlo, aunque nunca se había esforzado por hacerlo, sin importarle que eso provocara alguna que otra pregunta fuera de lugar de sus amigos. Era su fan número uno, su mayor admiradora y lo seguiría siendo por siempre.

    So retiró algunos mechones de cabello de su frente y lo acomodó tras su oreja, rememorando la discusión con su papá cuando les confesó que estudiaría periodismo en la misma universidad que Lu. Amaba su carrera y ese fue su argumento principal, la comunicación social le apasionaba, dar noticias, compartir cualquier tipo de información. Tenía un talento nato para hacer interesante cualquier tema y por esa razón, la red social del pajarito azul era su favorita y los más de cuarenta y cinco mil seguidores que la seguían lo confirmaban.

    Pero había otra razón que mantenía solo para ella; quería ser quien escribiera el primer artículo cuando su hermana llegara a la WNBA. Volvió a reír ante esa tonta meta que tenía metida entre ceja y ceja, la cual parecía más la fantasía de una niña. Pera era su meta y si Lu no llegaba a jugar en la mejor liga del mundo, no le importaba, igual escribiría algo sobre su orgullo.

    Decidió dejar el celular sobre la cama y, con energías renovadas, volvió a tomar su ordenador y lo colocó sobre sus piernas para continuar de pulir las notas que necesitaba para las clases. Se adentró tanto en el trabajo que se sorprendió cuando el teléfono vibró a su lado y se sorprendió aún más cuando se dio cuenta que eran las doce y cuarto del mediodía.

    Inmediatamente, como si hubiesen accionado un interruptor en su interior, el hambre la invadió.

    «Lu: ¿Qué haces? 12:11»

    La notificación que había llegado era un mensaje de su hermana. Era claro que el partido ya había terminado y seguramente, el entrenador las había retenido para una charla post juego, algo que ocurría habitualmente.

    «Nada, estaba estudiando 12:11»

    «¿Ganaron? 12:12»

    «Lu: Obvio, hice 27 puntos jajaja 12:12»

    «Lu: Voy en un rato a la casa ¿Quieres pedir algo? 12:12»

    «Bravo, campeona 12:12»

    «Por favor, muero de hambre 12:12»

    «Lu: Ok, pero debes recibirlo 12:13»

    «Dale 12:13»

    «Lu: Te aviso cuando vaya en camino el delivery 12:13»

    So no respondió, volvió a dejar el teléfono sobre el colchón y su puso de pie. Caminó hacia el clóset, estirando los brazos entumecidos. Buscó algún short de andar por casa para recibir al delivery, pero antes de vestirse, el celular vibró nuevamente. Tomó un pantaloncillo de licra azul y volvió hasta el aparato. Era otro mensaje de su hermana:

    «Lu: Mándame una foto usando sólo una toalla 12:16»

    Casi se ahoga con su propia saliva.

    El corazón comenzó a bombear frenéticamente dentro de su pecho. Los ojos desorbitados leyeron el mensaje una docena de veces, tal vez más, y cada vez sentía que su rostro ardía un poco más. Una sonrisa nerviosa se dibujó en su cara y comenzó a mirar en varias direcciones, temiendo que se tratase de alguna broma y que su hermana había llegado sin que ella se diera cuenta para burlarse de su reacción.

    Pero, no solo no había llegado, sino que comenzó a intuir un deje de autoridad en ese simple, pero efectivo mensaje. Rápidamente comenzó a cavilar, tan ansiosa que las manos habían comenzado a temblar ¿Esto tenía que ver con la conversación que habían tenido ayer? ¿Era una orden?

    ¿Era una orden de ama a sumisa?

    No se atrevió a contestar y estuvo tanto tiempo de pie, ahí, sin moverse, que la pantalla del teléfono se había apagado y en ella podía ver su reflejo; estaba roja, su pecho subía y bajaba y la indecisión estaba escrita en cada uno de sus rasgos.

    Dejó caer el aparato y miró sus manos temblando. Empezó a escuchar el sonido frenético de su propio corazón y las alarmas en su cabeza empezaron a sonar. Sin embargo, ignoró todas las señales y, sin pensar en nada más, comenzó a desvestirse; la sudadera pasó rápidamente sobre su cabeza, descubriendo unos senos que botaron levemente cuando lanzó el suéter al armario. Su tamaño eran ideales para que una mano los cubriera casi en su totalidad y la tersa piel pálida era bañada por un centenar de manchitas rosadas y café que se esparcían hasta el nacimiento de la clavícula. Los pezones apuntaban respingones al frente como botones, tensos y de un rosa pálido más que sugerente.

    Los pulgares engancharon el elástico de las bragas y tiraron hacia abajo con rapidez. Alzó una pierna y luego la otra para liberarse de la prenda que aterrizó suave sobre la moqueta. Se miró al espejo de cuerpo completo montado en la puerta y una oleada de placer la golpeó como una ola del mar. Recorrió su cuerpo entero, desde sus pies y tobillos, pasando por la línea de sus pantorrillas y muslos, advirtió su pubis prolijamente depilado y su abdomen plano adornado por la pequeña joya en su ombligo. La sombra de las costillas se asomaba tímidamente por los costados y los indulgentes senos subían y bajaban al ritmo de su pesada respiración. Observó como la clavícula marcaba su pecho y se perdía antes de llegar a los hombros y como el cuello vibró cuando tragó. Se encontró con la mirada brillante como el cristal dentro del reflejo y se sorprendió al descubrirse mordiéndose el labio inferior.

    Grabó a fuego esa imagen en la retina. No era la primera vez que se veía desnuda, pero sí era la primera vez que se veía desnuda por órdenes de Lu.

    Salió por el pasillo, tomó una de las toallas del baño y se envolvió en ella. La gruesa tela giró sobre sus senos y se ancló a un costado, cayendo libre hasta cubrir el nacimiento de los muslos. Volvió a la habitación y con teléfono en mano, accionó la cámara de selfies. Cuando se inmortalizó la imagen, descubrió que la tela escasamente alcanzaba a cubrir su entrepierna, que se asomaba tímidamente por la parte de abajo. La imagen la revolucionó más y, sin pensarlo, envió el archivo al chat de Ana Lucía.

    Se quedó ahí, inmóvil. Sentía que si intentaba caminar sus piernas le fallarían. Un hormigueo intenso se concentró en su vientre bajo, enviando pequeñas corrientes hacia su sexo, alterándola aún más. Las alarmas en su mente seguían sonando con vehemencia, pero algo desconocido había aparecido y comenzaba a enterrarlas a una profundidad donde apenas y las notaba, confundiéndola.

    No se entendía ni ella misma.

    Sentía que la vergüenza se la estaba comiendo viva. De hecho, la sola idea de ver a su hermana a la cara después de éste suceso le carcomía por dentro. Pero ese «algo» que no lograba identificar se encargaba de apaciguar todas esas emociones, deformándolas en un estado de pluralidad que también les brindaba placer.

    ¡Tiiirinnnn!

    El teléfono casi se le cae de las manos cuando el timbre sonó. Miró nerviosa a la puerta de su habitación, vacilando en su accionar. Inmediatamente, le llegó otro mensaje:

    «Lu: Abre 12:27»

    Otro timbrazo le hizo reaccionar. La orden era clara.

    Empezó a caminar a paso lento, pero decidido, dándose cuenta que la abertura de la toalla se abría cada vez que alzaba la pierna derecha, dejándola aún más expuesta. Tomó la parte superior, donde había enganchado la tela y la sujetó con firmeza, asegurándola para que no se le cayera… y abrió.

    — Delivery, veinticuatro rolls variados y dos latas de Spri…

    Cuando el chico alzó la cara, se encontró con lo que, posiblemente, era la mejor imagen de su vida. Una pelirroja hermosa, buenísima, le recibía con una toalla que apenas y le tapaba el coño. Ana Sofía tomó las bolsas que el tipo, congelado, ni siquiera terminó de ofrecer. Dio media vuelta, sintiendo como la tela de la toalla apenas y cubría poco más de la mitad de su culo. Se sentía morbosa, pervertida y eso estaba provocando sensaciones encontradas en su interior.

    — Gracias… — dijo sonriendo y, acto seguido, cerró la puerta.

    Las bolsas cayeron al suelo y su espalda golpeó contra la madera de la puerta cuando se dejó caer. Respiró profundamente, sintiendo la adrenalina correr libremente por su sistema. Un par de minutos después recogió los paquetes y los dejó sobre la mesa, revisó el celular para verificar que no había otro mensaje. No lo había, dejó caer el teléfono sobre su cama y se encaminó hacia al baño.

    Iba a hacerse una paja.

    ____________

    Notas de autora:

    Actualización, capítulo 3. Muchas gracias a los que leyeron el primer capítulo y especialmente a los que se tomaron la molestia de comentar y calificar el relato. Espero verlos por este nueva parte. Y ustedes ¿Quieren que una pelirroja en una microtoalla los reciba? Porque yo sí xD

    Recuerden que pueden seguirme en mi twitter: @andy_relatos y darle click a mi blog, que sería de muchísima ayuda para poder continuar escribiendo. Nos vemos la semana que viene ♥