Capítulo 4
Ballet
Los
ojos inquisidores centellaron frente a ella. So sintió que dos manos
fantasmales que no podían ver salían de ellos y le apretaban el cuello hasta
que escaseó el aire en sus pulmones, porque su respiración se cortó. Lu la miró
fijamente, sus labios se apretaron, convirtiéndose en una línea recta y las
pecas parecían luceros nacientes en el cielo enrojecido del ocaso. Cualquiera
hubiese jurado que So estaba aterrada, apenada hasta los huesos y que en
cualquier momento saldría corriendo, pero ella no era cualquiera. Era la única
persona que podía percibir detalles sobre la menor de las Menotti, por eso no
apartó ni un segundo su mirada hasta que descubrió esa recóndita señal oculta
que le demostraba que estaba en lo correcto; las pupilas de So se habían dilatado
al punto que el verde se había vuelto casi negro. Una reacción que ella conocía
perfectamente; estaba excitada. — O al menos eso es lo que pensarán lo que
están allá fuera.
—
¿Qué? — La confusión se mezcló con el deseo y la ansiedad. Incluso pensó que
había escuchado mal.
— Te
van a oír, So — aclaró, deshaciéndose de la distancia que las separaban. Los
firmes senos de Lu prácticamente se aplastaron contra el rostro de So, hasta
que esta alzó la cabeza para verla directamente. La menor nunca se había sentido
intimidada por la altura de su hermana mayor, pero en ese momento, en esa
situación, la percibía gigantesca… o ella se sentía demasiado pequeña.
Lu
dio un paso más, luego otro, obligándola a retroceder la misma distancia. Llevó
la mano hasta su cuello y los largos dedos acariciaron suavemente la tersa
piel. La más alta se recreó con el frenético pulsar de la arteria carótida
común y con el pulgar acarició con dulzura la barbilla, hasta que la paciencia
se terminó y la empujó con fiereza hasta la puerta. So sintió como el pomo de
metal se clavaba en su espalda, percibiendo el impacto hasta en sus costillas.
Se quejó dolorosamente y cuando fue a reclamar, la palma de la mano izquierda
de su hermana se estrelló a un lado de su cara, produciendo un sonido fuerte y
seco. De nuevo, su cuerpo era aplastado por el de Lu.
La
más pequeña alzó los ojos para reclamarle, pero se arrepintió al instante. Su
solución no ayudó a apaciguar la frenética lluvia de emociones encontradas; con
la mirada lamió la pequeña cicatriz en la comisura del labio que cada vez se le
hacía más apetecible. Recorrió el largo cuello y la clavícula perfectamente
delineada y notó el nacimiento de los senos que se asomaban sobre la suave tela
negra, muy cerca de su rostro. Posó los dedos sobre el estómago de su hermana como
un acto reflejo. Un simple movimiento provocado por su instinto de
supervivencia que le hizo palpar el macizo abdomen que, llevada por otro
instinto más animal, acarició. Recorrió cada sección, cada músculo abdominal se
dibujaba bajo sus dedos mientras sus ojos se deleitaban con la visión de su
fuerte brazo izquierdo. Por un instante, tan efímero como una estrella fugaz,
deseó ser sometida por ellos.
Lu
soltó una risilla apenas audible y bajó el rostro hasta pegarlo en el costado
derecho de su hermana. Aspiró la dulce fragancia de su perfume combinada con el
olor a coco de su crema corporal antes de hablar, en un tono tan bajito que era
un susurro apenas audible. — ¿Te acuerdas que mientras yo jugaba baloncesto de
niña, tú practicabas ballet?
So
parpadeó un par de veces. La pregunta se le hizo tan excesivamente random que dudó una vez más si había
escuchado correctamente. — Sí… — se limitó a responder.
Una
exhalación, tan pesada como toda la tensión que había en aquel pequeño baño,
cayó sobre el cuello y los hombros de So. El cálido aliento le erizó toda la
piel y generó que un chispazo de placer se encendiera en su entrepierna. —
Veamos que aprendiste… — Lu susurró de nuevo, pegando los labios a su oído.
So
estaba hipnotizada por la voz ronca y cargada de deseo de su hermana. Cerró los
ojos y largó un suspiro lánguido. Se sentía mareada y que su clítoris hubiese
comenzado a estremecerse no colaboraba a su compostura. Ni siquiera se dio
cuenta cuando Lu se retiró y se colocó en cuclillas. Solo sintió una uña
siguiendo la línea de su muslo hasta alcanzar la zona tras la rodilla. El
cosquilleo del tacto sumado a la impresión generó un respingo impulsivo que
provocó una traviesa risa en Lu. Los dedos firmes la tomaron de la pantorrilla
y la levantaron, dejando la rodilla descansando sobre los fuertes hombros. Lu
masajeó con delicadeza el muslo embutido en un leggin negro, sus ojos
descubrieron el coño apretado en la tela, los gruesos labios separados por una
provocativa hendidura se contorneaban en una tela delgada que parecía una
segunda piel.
—
Yo… — So intentó hablar llevando ambos manos hacia arriba y pegándolos a la
puerta en busca de cualquier resquicio que le permitiera agarrarse para
mantener el equilibrio. Ahora era ella la que miraba hacia abajo.
— ¿Puedes
hacer un Split, So? — Lu la
interrumpió, observando como el terror deformaba su cara. Sintió una inmoral
satisfacción al saber que su hermana recordaba aquella dolorosa experiencia en
el pasado. Ella misma fue testigo de sus lloros cuando practicaba, hasta que
pudo conseguirlo después de muchos intentos. Ahora, estaba convencida que esa
elasticidad se había perdido después de años de inactividad.
La
hermana menor negó frenéticamente, presa del miedo. Pero se arrepintió inmediatamente
cuando descubrió una sonrisa maliciosa contorneando los apetitosos labios.
Inmediatamente supo que había dado la respuesta equivocada.
—
Bien.
So
intentó quejarse, pero sintió que si habría la boca un vergonzoso grito saldría
de ella cuando percibió su bíceps femoral estirándose. Lu había comenzado a
ponerse pie, elevándose apenas centímetros junto a su pierna, pero ella ya
había acusado un doloroso tirón. La mayor guio el cuerpo de su hermana hasta
alejarla del pomo, la tortura que se avecinaba sería suficiente como para
sumarle otra. La menor lo agradeció, aunque intuía que mañana tendría un
hematoma en el lugar donde había impactado. Aun así, se removió inquieta,
intuyendo lo que se aproximaba. Descubrió que entre la puerta y los fuertes
brazos de su hermana, no tenía ninguna oportunidad de escapar.
Pensó
que su única oportunidad era quejarse, pero decidió permanecer en silencio al
momento de sentir un nuevo tirón cuando Lu se elevó otro par de centímetros. A
diferencia del anterior, la tensión esta vez no desapareció.
Ana
Lucía estaba disfrutando del dolor de su hermana, pero tampoco quería que se
lastimara seriamente. Alzándose un poco más, y recreándose con el erótico ruido
que emanó de la pequeña, estiró su mano derecha hasta alcanzar su bíceps. Sin
mucho esfuerzo hizo que su brazo dejara de aferrarse a las monturas de la
puerta y se anclara a su hombro. Era un lugar mucho más estable y seguro. So no
lo dudó y clavó las uñas azules en la piel bronceada del grueso músculo.
Lu
se aferró a las anchas caderas y sin alzarse a plenitud, dejó su cuerpo caer
hacia delante. La rodilla de So chocó contra su seno y un nuevo gemido mezclado
de dolor y placer resonó.
— Tú
palabra de seguridad es «Oh, Dios».
—
¿Qué? — Repitió sin entender muy bien a que se refiere.
—
Créeme, bebé. Vas a querer una
palabra de seguridad. Confía en mí…
—
¿Para qué voy a necesitar una palabra de seguridad?
Grave
error. Lu negó con la cabeza sin dejar de sonreír y añadió con fingido dolor: —
No confías en mí… ok, serán dos «oh Dios».
—
Pero... — sintió que le arrancaban la voz cuando los músculos y articulaciones
– y quizás otra cosa más – se tensaron junto a un dolor abrumador. Lu estaba
haciendo presión con la mano derecha en la cara posterior del muslo y con la
izquierda, sostenía la pantorrilla, iniciando un calmo pero tortuoso ascenso.
Su instinto de supervivencia volvió a moverla contra su voluntad y sus manos
empujaron a su hermana. Pero esta no se inmutó, se reacomodó y volvió a
empujarla con firmeza, asegurándola en el mismo lugar.
—
Dos «oh Dios» y un «carajo»
—
¡Ok…! Ok…
—
Dos «oh Dios» y un «carajo». Fuertes.
—
¡Pero dije que ok!
—
Dos «oh Dios», un «carajo» y un «me corro».
—
¡Lu…! — El nombre salió como un gritito ahogado. Alzó la cara y miró hacia
arriba en búsqueda de fuerzas divinas, pero ninguna deidad le brindó su poder.
Su rostro seguía congestionado, rojo y el sudor había comenzado a perlarlo. No
había querido ver la posición en la que estaba su pierna, sentía pánico de
hacerlo. Pero se vio obligada mirar cuando sintió un leve roce sobre su frente.
Oh, por, Dios.
Por
su cabeza se pasó la idea de que una pierna no debería alcanzar esa posición,
estaba prácticamente horizontal, paralela a su propio cuerpo. Tan solo faltaban
unos cuantos centímetros para que tomara una pose completamente recta. Cada
fibra de sus músculos se quejaba de dolor mientras presentía exageradamente que
la piel se rasgaría en cualquier momento.
—
Dos «oh Dios», un «carajo» y tres «me corro». Muy fuertes.
So
no era estúpida, decidió morderse los labios tan fuerte que acusó el sabor
metálico rápidamente. Prefería eso antes de volver a provocar una vergonzosa
palabra más a su ya no palabra de
seguridad. Lu sonrió satisfecha y deslizó los dedos hasta rodear el tobillo, se
aseguró que el agarre era correcto y con un poco de esfuerzo comenzó a subir la
extremidad los infernales centímetros que faltaban.
Esto es malo, esto es malo… ¡Lu es una
psicópata!
Gritó.
Su tolerancia se quebró cuando la pierna alcanzó la cúspide de su elasticidad.
Pero el rugido fue callado inmediatamente por un beso. Los labios de su hermana
se posaron con fiereza en su cuello, tomándola desprevenida. Los labios se
movieron húmedos mientras la pierna ahora comenzaba a adoptar la forma de un
arco. — Si vas a gritar, al menos intenta sonar como si estuvieras sintiendo un
dolor del bueno.
No
dijo nada, no quería desafiarla más. Apretó los ojos con fuerza, intentando
acallar las desesperadas ganas de gritar. Lu estaba loca si creía que iba a emitir
ruidos sexuales… pero su resistencia mermó en tiempo récord por culpa de la
juguetona lengua que se unió a la lluvia de besos que, ahora, torturaban lo
largo de su cuello.
—
¡Uhmm…! — Un sonoro gemido, húmedo y largo se escapó de sus labios. Siendo la apertura
de un recital de jadeos y quejidos bañados de placer.
So
ni siquiera podía entender de donde nacían esos sonidos, pero no podía
controlarlos. Su sentido común le gritaba a la cara que aquello podía
considerarse algún tipo de tortura, pero sus otros sentidos le proporcionaban
sensaciones totalmente diferentes.
Tampoco
tenía tiempo de pensar en ello.
Cuando
abrió los ojos, dispuesta a suplicar si era necesario, se encontró con que el
talón casi tocaba la coronilla de su cabeza. Esta visión cuasi terrorífica
provocó que su cerebro se accionara y olas de dolor que recorrían la punta del
pie hasta su cadera comenzaron a correr libres por cada una de sus células.
Empezó a temblar tan fuerte que parecía que iba a convulsionar y los gemidos se
convirtieron en fuertes resoplidos. El pecho empezó a subir y a bajar tan de
prisa que podía sentir como sus tetas se aplastaban contra las de su hermana –
provocando una sensación más al inmenso desfile que ya percibía –, quien ahora
se había dedicado a succionar fuerte la carótida hinchada en su cuello.
Lu
imaginaba que estaba chupándole cada latido a su hermana y eso le provocaba un
gozo ecuánime que se merecía.
So
llevó ambas manos al cuello de su hermana y se aferró con fuerza, enredado los
dedos en los rizos rojos y clavando las uñas con fiereza. Lu gruñó ante el
dolor y alzó la vista. Jamás se imaginó que su hermana fuese tan flexible. Le
echó un vistazo a su rostro congestionado, la boca ahora estaba abierta,
boqueando y jadeando, el rostro excesivamente rojo y el sudor impregnando tanto
su piel que el cabello se había pegado al costado de su cara. Lu pensó que, en
ese mismo instante, su hermana era la mujer más hermosa del mundo.
Me estoy volviendo loca. Pensó, antes de
envalentonarse y doblar más.
— ¡LU,
POR TODOS LOS MALDITOS CIELOS, DIOS! — Gritó, saturada de estímulos. Golpeó la
puerta un par de veces con la parte posterior de la cabeza antes de gemir
nuevamente. Estaba segura que algo se había roto ahí abajo
—
Qué sonido tan hermoso… — apuntilló la mayor, casi burlándose.
—
Joder… — gimoteó. — Eres tan rara…
Ana
Lucía la miró fijamente, sintiendo esa última frase como un desafío que no
podía ser aceptado. Dejó caer todo su peso sobre el cuerpo de So. Su rodilla se
coló por la entrepierna y comenzó a frotar con firmeza.
Ana
Sofía perdió la noción de todo a su alrededor; «cómo se llamaba» o «dónde
estaba» eran cuestiones que su cerebro había bloqueado y cada uno de sus
sentidos estaba concentrado en lo que estaba sintiendo y como su vagina parecía
estar a punto de estallar y deshacerse en una chorreante explosión.
—
Eres más dura de lo que creía, eh.
— No
más, So, por favor…
—
Usa la palabra de seguridad…
— Me da vergüenza… — Aplicó más presión con la rodilla y la menor
largó otro sonoro sonido.
— Tienes lindo cuello — soltó y volvió atacar la sensible piel.
Y Ana Sofía, sintiendo que era imposible soportar los tres castigos a
la vez. Se deshizo, se dejó llevar y gritó entre gemidos y resoplidos: — Oh
Dios… ¡Oh Dios, Carajo! ¡Me corro, me corro, me corroooo…!
Lu soltó inmediatamente la pierna y ésta cayó como peso muerto. Se
apresuró en tomarla por la cintura mientras las caderas se batían con fuerza,
como si tuvieran vida propia. Con suma delicadeza la llevó hasta uno de los
cubículos que había limpiado previamente. La sentó y comenzó a masajear la
pierna torturada, estimulado la circulación para que los músculos dejaran de
contraerse. Cuando intuyó que ya era suficiente, sacó de su mochila una caja de
toallitas húmedas con la que comenzó a limpiar el sudor de la frente, pómulos.
Tomó otra y retiró los rastros de saliva que habían marcado la comisura de los
labios. Peinó las hebras rojas que se habían soltado y las colocó tras su
oreja. Acarició su nuca, mentón y estuvo a punto de acariciar los labios cuando
estos se entreabrieron y el par de «dientes de conejo» que siempre sobresalían
y le daban un aspecto tierno, se asomaron.
— Voy a necesitar ayuda…
— Llama a tú amiga más cercana, una que jamás le contará a nadie que
te encontró aquí. Yo no puedo dejar que me vean…
— ¿Qué? Lu, ¿por qué?
— Porque todos allá afuera — hizo una seña hacia la puerta trancada
con seguro —, creen que estabas con un chico. Si al entrenador le llega el
rumor de que estaba cogiendo en la universidad, me sancionará.
So entendió a regañadientes, pero toda disconformidad desapareció
cuando sintió un cálido beso en la frente. Lu se despidió con un gesto de manos
y salió del cubículo, saltando por una ventana alta sin cristal que también
habría preparado.
Ana Sofía miró el techo, intentando asimilar lo que acababa de vivir y
decidió que estaba demasiado cansada y exhausta para pensar en eso. Escribió a
Jennifer que le pidiera un Uber para ir a su departamento. Ni con todas las
ganas del mundo soportaría una clase en ese estado.
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Notas
de autora:
Una
cruenta tortura que hará que So descubra el placer escondido tras el dolor y la
verguenza ¿No creen? Espero que este nuevo capítulo les haya gustado. Recuerden
que seguirme en twitter como @relatos_Andy. Ahí subo cosas de
la historia, como adelantos y cosas por el estilo. También puedo resolver
cualquier duda que tengan.
Si
desean comentar algo, son bienvenidos a hacerlo, ustedes son mi combustible
para seguir escribiendo. Sin más que decir, nos vemos la próxima semana ♥
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