Capítulo 9
Acuerdo
So abrió
los ojos y parpadeó, luchando contra la pesadez de los mismos. El sol inundaba
toda la habitación que, inmediatamente reconoció como la de su hermana. Giró el
rostro hacia su lado izquierdo y la encontró ahí, con medio rostro enterrado
sobre la almohada. Un ligero rastro de saliva emergía de sus labios
entreabiertos, bañando la pequeña cicatriz y su cabello era una maraña de rizos
cobrizos que brillaban bajo el brillo de la mañana.
Sus labios
se curvaron en una lánguida sonrisa. Aun dormida, despeinada y babeando, Lu le
parecía la mujer más hermosa del planeta.
Intentó
incorporarse, pero acusó un ligero dolor en las ingles. Apremiantes recuerdos
de la noche anterior la invadieron, desde el suceso en el Zeus hasta el baile
en la casa y deteniéndose en el sexo. Una avalancha de imágenes y sensaciones
la golpearon de repente y cerró sus piernas como un acto reflejo. Volvía a
sentir una incipiente excitación, rememorando cada caricia, cada roce, cada
palabra, cada apretón. Intentó recordar la última vez que había alcanzado un
orgasmo tan intenso en el pasado, uno que le hiciera desfallecer de la forma en
la que lo había hecho. Y no pudo.
Quiso
culpar al alcohol, pero negó inmediatamente con una sonrisa resignada. Era una
excusa tan estúpida que la desechó inmediatamente. El contexto, la «escena»,
como le decían dentro del mundo de las sumisos y los dominantes, era la
principal culpable. Haberse expuesto de esa manera tan pasiva a un desconocido
y la sensación de vulnerabilidad que sentía al estar sin ropa interior en un
vestido tan revelador junto a sus amigos, actuando normalmente, ocultando un
secreto que solo ella y su hermana conocían, había provocado que su excitación
alcanzara niveles ridículos. Y a pesar de todos los riesgos que conllevó, se
sintió segura, porque era Lu la que estaba con ella y estaba consciente que no
permitiría que la pasara algo.
Sintió un
atisbo de humedad naciente en su entrepierna que le obligó a dejar de sopesar
las cosas. Había algo mucho más importante en lo que tenía que pensar ahora. A
pesar de lo maravillosa que había sido la noche anterior, sabía que debían
hablarlo seriamente, vaciar lo que sentían era necesario y saber en qué puerto
se encontraban, y estaba segura que su hermana pensaba lo mismo.
— Buenos
días — la voz de Lu sonó pastosa y suave. So sonrió embobada y acarició la
espesa cabellera alborotada.
— Hola —
respondió con languidez. La menor aun acusaba rastros de cansancio y la
deliciosa sensación de dolor seguía presente.
«Delicioso dolor»,
se me zafó un tornillo, pensó.
— ¿Qué hora
es? — So se sorprendió por la pregunta, buscó en todas las direcciones su
celular, pero no tenía ni idea de donde lo había dejado. Quizás en la
habitación o tirado en algún sillón de la sala. Encontró el teléfono de su
hermana y lo accionó.
— Eh… casi
las once.
— Somos
unas morsas perezosas — se estiró bruscamente e introdujo el brazo derecho por
debajo de la sábana, corriéndola y lo enroscó sobre el vientre desnudo de So.
La menor se sorprendió del gesto y se quedó mirando el fornido brazo que le
proporcionaba tan suave tacto.
La menor
volvió a enredar sus dedos en la desprolija cabellera y comenzó a masajear
suavemente el cuero cabelludo. So acusó por primera vez que su hermana estaba
desnuda. No recordaba si lo había hecho mientras mantenían relaciones, pero era
la primera vez que la veía como dios la trajo al mundo en un contexto tan
íntimo que no dudó en examinarla. Recorrió la columna que dividía la ancha
espalda y admiró los músculos de la misma. Descubrió que tenía un par de
moratones cerca de las costillas y un rasguño sobre el hombro derecho, muy
probablemente causados durante algún partido o práctica reciente. Su culo, aún
en esa posición, se mostraba voluptuoso y esbelto, la piel era mucho más pálida
que la de brazos o piernas, dándole un aspecto más delicado y femenino.
So sintió
la incipiente necesidad de darle un mordisco, pero se contuvo. Misma necesidad
nació cuando repasó los tonificados muslos y pantorrillas. Incluso sintió un
impulso de jugar con la fina cadenita de oro que adornaba su tobillo… con la
lengua.
— Lu… — los
pensamientos pecaminosos se acumulaban sin control y So pensó que debía aclarar
la situación de una vez por todas.
— Aun no —
respondió la mayor, con la voz amortiguada por la almohada. — Comamos primero,
me muero de hambre.
En ese
momento, un rugido emergió del estómago de So, provocando una pequeña risilla
en su hermana y el rubor en ella. Terminó riéndose también antes de
desperezarse y prepararse para salir de la cama.
2
El humeante
sándwich de jamón y queso lucía tan apetitoso que ambas chicas lo devoraron en
cuestión de minutos. Ahora comían un segundo plato con la misma hambre voraz.
Apenas y conversaron durante el rato que tenían sentadas en la mesa y la única
conversación que hilaron fue para ponerse de acuerdo y ver el capítulo siete de
Arcane. Ambas mujeres sentían cierta
tensión en el ambiente a medida que los minutos pasaban y eso estaba pasando
factura en las dos. So sentía que el terreno firme que había estado recuperando
en la relación con su hermana pendía de un hilo y volviéndose otra vez una
arena movediza que la hacía insegura, eso le provocaba pánico. Un miedo que se
reflejaba en el repiqueteo que hacía su pie contra el piso mientras miraba a la
nada absoluta.
Lu la miró
fijamente y se percató de la mirada totalmente ida de su hermana menor. Los
expresivos ojos esmeraldas parecían empañados por un vaho de incertidumbre y
entendía perfectamente porque estaba así. Después de todo, ella también sentía
miedo, pero este venía proyectado por un escenario totalmente diferente.
Le dio un
último bocado a su comida y limpió la comisura de los labios con la servilleta.
Suspiró sonoramente y peinó su cabello hacia atrás, un gesto que no pasó
desapercibido para So. Lu sentía que había alguna especie de código establecido
que había quebrantado, había sobrepasado las barreras morales en su totalidad y
que había podrido todo. En su mente, su adorada hermana estaba comenzando a
sentir un obvio rechazo por ella y no podía culparla, ella misma había comenzado
a sentir un asco insipiente que intentó eliminar durante la rápida ducha que se
dio antes de desayunar. Percibía su piel pegoteada por su propio sudor mezclado
con el de su So, haciéndola sentir sucia e indigna. Se talló el cuerpo con
fuerza, casi como si quisiera lastimarse, castigándose a sí misma por haber
forzado la situación hasta llevarla al límite.
Pero no
sabía cuan equivocada estaba.
— Bueno… —
Lu habló después de que el silencio se hiciera más opresivo. — Es complicado.
— ¿Perdón?
— So parpadeó un par de veces en dirección a su hermana, confusa. No entendía a
qué se refería.
— Sé que la
cagué, ¿sí? Sé que no hay perdón en lo que hice, pero mi intención no era
forzar nada… y entiendo si quieres detener todo en este momento, sería lo más lógico
de hecho. Yo también lo haría y…
— Espera,
¿qué? — So miró con el ceño fruncido. — ¿Estás diciendo que tú me forzaste?
— Eh… — Lu
dudó un momento, escogiendo cuidadosamente las palabras adecuadas. — ¿No fue
así?
— A ver —
Ana Sofía llevó los dedos a sus sienes y las masajeó, acusando un naciente
dolor de cabeza. No podía creer lo que estaba escuchando. — No soy estúpida,
¿sabes? — Comenzó su discurso. — Sé muy bien donde me meto, que camino tomo y
sus posibles destinos. Pero sobretodo, sé las consecuencias, o al menos las
intuyo No soy una mocosa manipulable a la que todo el mundo puede llevar de la
mano a donde le dé la gana, Lu. Tengo criterio y me decepciona que tengas esa
percepción de mí.
— No tengo
esa percepción de ti — se defendió tajante. Le ofendía que So creyera que la
tenía en tan baja estima.
— Pues no
lo parece — respondió seria. — No me forzaste a nada, ¿de acuerdo? Al menos no
de forma literal, quiero decir… — se sonrojó, rememorando algunos detalles. —
Yo estuve de acuerdo, me dejé llevar porque yo quise y participé por iniciativa
propia… en todo. — la señaló con el
dedo. — Así que no hagas el papel de mártir y deja de culparte.
Lu tragó
grueso y desvió la mirada. Estaba avergonzada de sí misma y se regañó
mentalmente por haberse imaginado un escenario que, ahora, le parecía
narcisista. Repasó todo el discurso de So, especialmente ese «en todo» del
final. Sabía a lo que se refería y sabía que el sexo había sido consensuado,
pero eso solo le hacía pensar que ahora las dos estaban mal, muy mal. Ana Lucía veía el sexo como el
epicentro del placer humano, una experiencia que no podía limitarse a la
cuadrada estructura que le había otorgado la sociedad y por eso había explorado
tantas cosas hasta alcanzar la cúspide de su propio goce. Sabía que aún le
quedaba un largo recorrido, tenía como tesis de vida que las personas nunca
dejaban de descubrirse, que cada uno era un universo que cambiaba
constantemente. Sin embargo, también tenía claros los límites y, ahora, ambas
se encontraban muy alejadas de ellos.
— Entonces…
¿Dónde estamos ahora? — Preguntó cautelosa.
— No lo sé
— respondió igual de precavida. Sinceramente no sabía en qué punto se
encontraban en ese momento.
— Primero,
aclaremos que ambas queríamos hacerlo — explicó Lu. Su hermana asintió. — Ahora
debemos decidir… ¿Queremos seguir haciéndolo?
La menor
sintió miedo de la respuesta que su hermana podía tener a esa pregunta. Ella
estaba consciente de lo que quería; a la mierda la sociedad y lo que digan, el
placer que había sentido la noche anterior no lo había experimentado en los
veinte y un años de experiencia que tenía en la vida. Pero también entendía que
la única capaz de generar eso en ella era la mujer que tenía al frente, quien
era sangre de su sangre eso lo hacía completamente aterrador.
— ¿Tú
quieres? — Preguntó vacilante, sintiéndose incapaz de contestar sin saber los
deseos de Lu antes.
La mayor
pensó y suspiró. Su cabeza batallaba con todas las posibles consecuencias,
tanto negativas y positivas… y las negativas ganaban por muchos puntos de
diferencia. Sin embargo, siempre fue una mujer de riesgos, de lanzarse al vacío
en busca de su bienestar y esas decisiones, demasiado temerarias para muchos,
le habían llevado a vivir una vida plena.
— Te diré
una cosa — dijo. — Es arriesgado, es condenado por la sociedad, la moral y
cualquier cosa que se te venga a la cabeza… y por desgracia, no nos apellidamos
Targaryen — So soltó una carcajada
ante la ocurrencia, sintiendo que la tensión se drenaba con la risa —, por lo que nuestra familia lo
condenaría mucho más rápido. Pero…
— ¿…, Pero?
— Se mordió el labio inferior, presa de los nervios.
— Nadie
tiene porque enterarse de nada… vivimos solas, no le debemos nada a nadie, pero
lo mejor para todos es que lo que sea que pase entre nosotras, quede solo entre
nosotras… ¿Entiendes?
So sopesó
las palabras de su hermana y llegó a la misma conclusión. — Entonces…
— Entonces
eres mi sumisa — Lu posó los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y los usó
para sostener la barbilla. Su larga pierna se estiró hasta que los dedos
alcanzaron las pantorrillas. Rasguñó suavemente la piel con la uña del pulgar.
Contorneó todo el músculo de la pierna derecha y se adentró entre los muslos,
alcanzando su sexo.
— Lo soy —
reafirmó.
— Te
compraré un regalo — dijo sin dejar de acariciar el pubis con los dedos de los
pies. La suave tela de la braga empezaba a humedecerse.
— ¿Un
regalo? — Cuestionó sintiendo los primeros lametones de la excitación.
— Ajám… —
emitió, sintiendo como su hermana colocaba los talones sobre los soportes altos
de la silla y tomaba una posición casi acostada, con su peso siendo soportado
únicamente por la espalda alta y las piernas abiertas. Estaba entregándose a
ella. — Ya lo verás — finalizó, retirando su pie y levantándose de la mesa.
So se quedó
perpleja, estaba dispuesta a entregarse, a dejarse llevar y Lu había decidido
dejarla con el calor de su coño quemándole casi dolorosamente. Se reacomodó en
la silla y cerró las piernas como si alguien pudiera ver la gran mancha oscura
en su ropa interior. — ¡Eres el diablo, Ana Lucía Menotti!
— No has
visto nada, mocosa. No has visto nada…
3
El rechinar
de las zapatillas en el tabloncillo resonaba en todo el gimnasio. El ambiente
húmedo y cargado era acompañado de los silbatazos dados por el entrenador y los
jadeos de las jugadoras que corrían a toda velocidad de un extremo a otro,
aupadas por las órdenes y gritos de alientos de los preparadores físicos.
Desde la
segunda fila de las gradas, So observaba con atención el entrenamiento. Sus
rodillas yacían juntas, evitando que la minifalda tableada que había decidido
usar ese día mostrara más de lo debido. El codo derecho se apoyaba en su muslo
diestro y el mentón descansaba en la mano. Las uñas estaban prolijamente
pintadas con una capa de color granate que combinaba a la perfección de sus
zapatillas Vans del mismo color y, curiosamente, con su cabello. El celular
descansaba en su mano siniestra, la cual cruzaba sobre las piernas,
instintivamente en dirección a su mochila cuidadosamente colocada en la butaca
siguiente.
Los ojos
esmeralda de So se enfocaban en la otra pelirroja que sobresalía del resto.
Siempre le sorprendía como, en comparación a la vida cotidiana, Lu no se veía
tan «gigante» dentro de la cancha. Incluso había un par de chicas más altas que
ella. En lo que resaltaba, y sobradamente, era en el apartado físico; la menor
de las Menotti observaba como las largadas zancadas de su hermana le hacían
adelantar a la mayoría de sus compañeras en cada sprint. También le permitían
reaccionar más rápido para volver después de que su mano izquierda descendiera
hasta la línea.
So se
imaginó a sí misma cumpliendo un régimen físico como el que hacía el equipo los
días miércoles e inmediatamente negó con la cabeza. Era imposible, moriría en
el primer día. Ni siquiera entendía como su hermana soportaba esa clase de
entrenamiento y terminaba como si hubiese dado un pequeño paseo trotando por el
parque, mientras el resto de las jugadoras terminaban totalmente exhaustas.
Un fuerte
silbatazo las sacó de sus cavilaciones e inmediatamente, las deportistas se
detuvieron. — ¡A lanzar tiros libres, señoritas! ¡Dos grupos, el primero que
llegue a treinta se larga, el que pierda hace cinco sprints más!
Las chicas
se dividieron sin mucho problema en dos grupos de seis jugadoras y cada uno se
dirigió a cada cesta. Para su suerte, su hermana estaba en el lado más cercano
a ella. El pecho de Lu subía y bajaba exageradamente producto del esfuerzo
físico. La franelilla negra estaba prácticamente adherida a su piel por el sudor
que empapaba su cuerpo. Su cabello casi anaranjado yacía recogido en una cola
de caballo alta, con los pequeños bucles húmedos cayendo hasta la nuca. El
pequeño short blanco se esforzaba por contener los voluptuosos glúteos,
transparentándose levemente en la zona más voluminosa de ambos. So se perdió
por un segundo en esa lasciva vista, hasta que el grito de victoria de una de
las chicas del equipo de Lu le hizo reaccionar. El entrenamiento había
terminado.
La joven se
levantó de la butaca y bajó las escaleras con calma, hasta colocarse al borde
de la pista. Saludó a un par de chicas del equipo que había conocido
anteriormente y esperó paciente a que su hermana se acercara.
Lu había
sido llamada por el entrenador, quien le comunicó un par de cosas que quería
trabajar en la práctica táctica del viernes. Necesitaba a su base estrella
totalmente en sintonía con la estrategia, ella era la directora de orquesta las
Águilas. Un apretón de manos finalizó la conversación en la media cancha, dio
media vuelta y comenzó a caminar hasta la banca. Una gigantesca sonrisa se
dibujó apenas se percató de la presencia de su hermana, aceleró el paso para
llegar lo más pronto posible. So reconocía a la perfección cual era el bolso de
su hermana y ahí estaba, parada justo detrás de él.
— Hola —
saludó So, regañándose mentalmente cuando se percató de la coquetería que
exudaba cada uno de sus gestos.
— Ey… —
respondió Lu, riéndose levemente al ver la expresión típica en el rostro de su
hermana cuando se reprendía a sí misma. — ¿Qué tal tu día? ¿Ya terminaron tus
clases?
— Sí —
afirmó. — Le dije a los chicos que te esperaría para ir a casa juntas.
— ¿Tienes
mucho tiempo esperando? — Se sentó en el banquillo, secando su rostro con una
toalla de mano antes de tomar su termo. Llevó el recipiente hasta la altura de
sus labios y lo apretó para que el chorro de agua helada entrara en la boca,
refrescándola inmediatamente.
— Nah — So tomó uno de las ondas del
cabello de Lu que ahora yacía a su alcance y comenzó a juguetear con él. — Tengo
como diez minutos solamente. Las vi correr y lanzar.
— Menos mal
no llegaste antes. Andreina vomitó.
— Ugh…
— ¡Te
escuché, Menotti! — Gritó una chica morena mucho más alta que Lu, pero también
más delgada. So pensó que debía medir más un metro noventa con facilidad.
Las chicas
más cercanas rieron y So vio el rubor pigmentando su rostro, sintió algo de
pena por aquella muchacha que se le hacía gigante. Su forma de ser reservada e
introvertida distaba mucho de su aspecto físico tan intimidante. Al menos para
alguien tan pequeña como ella.
— Creo que
me da tiempo a ir a la casa a darme una ducha — dijo Lu.
— Eso te
iba a decir. Si podíamos pasar por la casa antes de irnos… — el tono era
apenado. Como si estuviera suplicando.
— Podemos —
respondió con una sonrisa al tiempo que se sacaba la camiseta húmeda y la
introducía en su mochila.
Los ojos de
So se movieron instintivamente hasta su hermana cuando se percató que la única
prenda que protegía su desnudo torso era el sostén deportivo. Sin embargo,
descubrió que ella no era la única que había sentido el deseo de verla y,
descubrió que, al menos, un par de chicas se recreaban con la visión de los
fuertes abdominales de Lu.
Frunció el
ceño y se preguntó con cuantas de esas chicas habría tenido relaciones su hermana.
Inmediatamente deshizo el pensamiento. Era algo de lo que no quería saber.
— ¿Lista? —
Preguntó, intentando disipar los pensamientos.
— Sí —
afirmó una vez pasó la sudadera de mangas largas sobre su cabeza. Tomó la
mochila, se levantó y comenzó a caminar a la salida, seguida por su hermana.
Ahora era Lu quien sintió la necesidad de ver las torneadas piernas apenas
cubiertas por la corta tela de la falda beige. — Menos mal que no traje la moto
hoy… no sé cómo ibas a subirte en ella con esa falda.
— Pero
fuiste tú quien me pidió que la usara hoy…
— Lo sé —
una sonrisa ladeada fue más que suficiente para que So intuyera que algo
rondaba la mente de Lu.
Y con ese
sencillo gesto que parecía casual, bastó para sentir como su estómago se
contraía y un pinchazo de excitación despertaba su deseo.
4
Los
edificios y locales comerciales pasaban como una película a través de la
ventana. Las calles atestadas de personas que iban a su propio ritmo, dentro de
su propia burbuja y las bocinas de los autos cada vez que un semáforo se ponía
en rojo, en verde o amarillo. No importaba, todo el mundo parecía tener prisa.
So siempre pensó que el centro de la ciudad daba más miedo de día que por la
noche, aunque su hermana le dijera que estaba loca por pensar aquello. Durante
las noches, no había esa marea de gente que parecía moverse como zombies, atropellándose y aglomerándose
entre sí, tampoco había ese tráfico infernal y, especialmente, no existía ese
estrés que parecía contagiar a todo el mundo. Lo único bueno era la diversidad
de comercios que se encontraban abiertos al público. Lo que buscara, lo
encontraría en el centro.
Volteó a
verla, Lu mantenía la mirada al frente, el reflejo que se colaba por el
parabrisas le daba de lleno al rostro, los ojos almendrados se veían más
dorados que de costumbre, casi amarillos y la piel bronceada parecía brillar al
igual que su cabellera. Hacía mucho tiempo que no había reparado en las
similitudes faciales que compartía con ella, su nariz o los ojos, incluso la
forma del mentón. Se miró a sí misma en el espejo retrovisor y se descubrió
casi idéntica, lo que le hizo sonreír y sonrojar a la vez. La voz de la cordura
le gritaba que todo lo que pensaba en ese momento estaba mal, pero eso le
provocaba una gracia tan irónica que por momentos, creía que era maligna.
Aprovechó
el pequeño vistazo para verificar su maquillaje, había decidido usar un
pintalabios rojo tan intenso, que sus labios se veían más gruesos y
provocativos, combinando a la perfección con su cabello y el color granate de
su falda y esmalte de uñas. La camisa de seda negra apenas se transparentaba
con la luz que la bañaba, dejando una sugerente, pero sutil visión de su
sostén. So miró hacia abajo, asegurándose que el par de botones
estratégicamente desabotonados en la parte superior mostraran solo el
nacimiento de su escote. Sonrió al sentirse satisfecha, cruzó elegantemente las
piernas estilizadas por el tacón de cinco centímetros de las sandalias y se
acomodó en asiento.
El vehículo
comenzó a descender la velocidad hasta estacionarse frente a un local
desconocido. — Espérame aquí — susurró Lu antes de bajarse del vehículo.
Rodeó el
auto, introduciendo una mano en sus vaqueros azules. El pantalón tenía leves
rasgaduras estratégicamente posicionadas en los muslos, creando un diseño
llamativo. El suéter ancho escondía su trabajado físico, pero dejaba desnudo su
hombro derecho cubierto de pequeñas pecas café y la clavícula insinuaba
coquetamente el contorno de su pecho.
El tintinar
de la campanilla de la entrada y el resonar de las botas de cuero anunciaron su
entrada. Lu saludó a la empleada y le entregó una factura. La chica leyó
detenidamente y con un gesto le indicó que esperase un momento. La más pequeña
observaba atentamente desde el vehículo, el lugar parecía ser una
confeccionadora artesanal de prendas de cuero y joyería. En los escaparates
destacaban carteras, billeteras, cinturones y una que otra joya. Cuando la
dependienta volvió, entregó una pequeña caja forrada con cuero color violeta.
Lu la introdujo dentro de su bolso, agradeció y caminó de regreso al auto.
— Ahora sí,
Andrés. Vamos al sitio.
— ¿Qué es
eso? — Curiosa, intentó abrir la cartera, pero su hermana se la arrebató de las
manos.
— Deja el
chisme, chismosa — dijo con una sonrisa juguetona.
— ¿Me
dijiste chismosa? — Cuestionó con un falso tono ofendido. Lu soltó una
carcajada.
— Sí,
porque lo eres.
So le sacó
la lengua y volvió a acomodarse en el asiento. — ¿A dónde vamos?
— A tomar
algo, te dije — volvió a mirar al frente, con los labios brillantes por la
pintura, ladeados en una media sonrisa. — Pero primero vamos a un lugar
especial.
La
curiosidad recorrió todo su sistema, pero sabía que era inútil preguntarle
directamente, así que lo mejor era esperar paciente a que llegaran. El chico
manejó alrededor de unos quince minutos más, dejando el centro de la ciudad a
sus espaldas. Estaban prácticamente al otro extremo de la ciudad, una zona
mucho menos concurrida y más urbanística, pero aun así, mostraba calles
pintorescas, con locales de comida, un par de café bares que se le hicieron
llamativos y uno que otro minimarket.
El auto
dobló en la esquina siguiente y se detuvo frente un portón blanco. No había
avisos, ni anuncios ni nada por el estilo, de hecho, a simple vista parecía una
casa bastante grande. El portón se abrió después que el chico se identificó,
permitiéndoles el acceso. Un camino bordeado por arbustos y flores de cayena
los condujo hasta el edificio. La fachada evidenciaba que se trataba de una
casa antigua que había sido remodelada, pintada pulcramente con el mismo color
blanco. Se alzaba hasta cuatro pisos sobre ellas y So notó que había varios ventanales
de gran tamaño.
¿Un hotel? Se
preguntó, pero no se atrevió a hacerlo en voz alta.
Lu se
adelantó y tocó la puerta un par de veces. Instantes después, una mujer mayor
abrió. — ¡Ana! — Saludó con mucha confianza, abrazándola y dándole un beso en
cada mejilla.
So se
mantuvo al margen, observando curiosa la escena. Aquella dama vestía un
elegante conjunto de falda recta hasta los tobillos de color rojo junto a una
blusa blanca que dejaba ambos hombros descubiertos. Un inmenso collar que
parecía ser de oro adornaba su cuello, haciendo juego con un precioso anillo en
su anular. Parecía ser más o menos de su tamaño, pero los gigantescos tacones
de aguja de las sandalias que calzaba casi la ponían a la altura de Lu. Ana
Sofía intuyó que tenía unos cuarenta y tantos años, su cabello era rubio
cenizo, peinado cuidadosamente en cascada hacia su lado derecho. Tenía unos
penetrantes ojos cafés tan oscuros como el tronco de los árboles.
— María —
Lu devolvió el saludo. — ¿Cómo has estado?
— Muy bien,
muy bien — la mujer les enseñó la estancia y ambas hermanas se adentraron. Le
regaló una sonrisa amigable a la menor antes de hablar. — Mucho gusto, María
Reyes.
— Oh… Ana
Sofía — dudó en decir su apellido. — Un placer.
— Tenías
mucho tiempo sin venir, ¿no? — Cuestionó rodeando un gran mesón y sentándose
sobre una silla tipo presidencial. Detrás de ella había un gran monitor con la
imagen de un video musical, sin embargo, lo que más captó la atención de So fue
el escaparate exhibidor que había detrás.
Los ojos barrieron
rápidamente los objetos que yacían cuidadosamente acomodados para que
cualquiera que entrara los viera. Entre ellos, destacaban látigos de diferentes
estilos, consoladores, mordazas y varios objetos de cuero que desconocía
totalmente. Desvió la mirada rápidamente, sintiéndose una niña pequeña viendo
algo que no debía. Sus mejillas ardían y ella lo sabía, pero no podía hacer
nada.
— No tanto,
algunos meses — Lu observaba de reojo la reacción de su hermana. El nerviosismo
porque rechazara aquello batallaba con el deseo. No esperó más y fue directo al
grano. — Eh… María, ¿Tienes lo que te pedí?
— ¿Alguna
vez le he fallado a una de mis clientas? — La mujer sonrió ególatra y extrajo
una pequeña caja cuadrada de color plateado de uno de los cajones y se la
extendió. — Segundo piso, cuarto violeta — finalizó, otorgándole una llave con
un pequeño llavero con el tallado de una flor de cayena color violeta.
Lu tomó las
llaves y después se aferró a la mano de Lu. No la vio, pero la menor sintió el
frío tacto y un leve temblor.
Estaba
nerviosa.
5
Aferrada
fuertemente a la mano de su hermana, luchó contra los nervios. Intentó mantener
un semblante sereno, pero el leve temblor que recorría su cuerpo era imposible
de disimular. Aun así se las arregló para guiarlas con templanza hasta las escaleras.
Cada
escalón que subían parecía un simbolismo a una ansiedad que comenzaba a
sentirse físicamente. El apretón de manos se hizo mucho más intenso cuando
alcanzaron el piso indicado por María, al punto que se dibujó una mueca de
dolor en el rostro de So. Aun así, no se atrevió a decir nada, creía que la
mínima alteración destruiría el ambiente que su hermana quería crear.
El lugar
yacía solitario y en silencio, como si hubiesen entrado a una dimensión aislada
del resto del mundo. Un inmenso pasillo se extendía frente a ellas y solo había
cuatro puertas de distintos colores; roja, rosa, verde y, al final, la violeta.
So podía
escuchar el sonido de so corazón con claridad y cuando comenzó a caminar, los
tacones resonaron como un instrumento de percusión. La hermosa puerta estaba
pintada pulcramente de un violeta pálido y tenía una hermosa flor de
cayena grabada en sus monturas. Lu
introdujo la llave y la cerradura se destrabó con un suave sonido metálico.
La puerta
se abrió y So aguantó la respiración de forma involuntaria mientras sus pies se
movieron con paso vacilante hacia el interior.
Inmediatamente
supo que aquel lugar no era un simple hotel. La habitación era muchísimo más
amplia que la del cualquier otro hospedaje que conociera. Las paredes estaban
pintadas de un tono púrpura mucho más oscuro que el de la puerta o el llavero.
Lu dejó las llaves sobre un pequeño mueble que había al lado derecho de la
entrada, bajo una televisión de unas treinta pulgadas. El sonido metálico captó
la atención de So, quien miró a su hermana caminar tranquilamente hasta la
cama.
En inmenso
colchón estaba en medio de la habitación, como si se tratase del epicentro de
un inmenso cuarto de juegos. Su vista se paseó por cada objeto que había en la
habitación; en la pared del lado izquierdo había una gran Cruz de San Andrés
empotrada, forrada de una tela roja que se apreciaba tacto al suave y con una
pequeña tarima de madera pulida. Las sujeciones eran de un cuero brillante,
ancladas a cadenas de metal que brillaban bajo la luz blanca de las lámparas.
Al fondo,
colgado de las gruesas vigas de metal que atravesaban el techo, había una
especie de arnés. Estaba hecho del mismo material, sujetado de cadenas gruesas
que indicaban que podían soportar el peso de una persona. Curiosamente, de los
gruesos travesaños también resaltaban
gruesas argollas soldadas firmemente del metal, que parecían
cuidadosamente hechas para ser usadas con las sogas de distintos colores y
grosores, prolijamente enrolladas y colgadas en una percha clavada a la pared.
Al lado
derecho destacaba un mueble similar a los potros usados por los gimnastas, con
la salvedad de que este se estrechaba de sobremanera en la parte superior,
tomando una forma triangular cuando se apreciaba de frente. La parte superior
no era más ancha que un listón de madera y se estimaba acolchada y forrada de
cuero marrón. La parte se veía rígida, de madera pulida y con sujeciones fijas
de cuero para las cuatro extremidades e, incluso, se sorprendió al ver que
había hecha a la medida para el cuello.
Habían un
par de muebles más que So no pudo reconocer, pero que se notaban eran
terriblemente incómodos, como si se tratasen de instrumentos de tortura.
Incluso notó que uno era demasiado parecido a los grilletes de madera usados en
la antigüedad para apresar a los maleantes. El otro parecía más una mesa de
exploración rudimentaria que otra cosa, con bases para piernas incluidas. Solo
que esta no era más que una simple tabla de madera pulida con una base en la
parte superior de donde colgaban cadenas con fuertes sujeciones.
Cada cosa
que observaba se antojaba más aterradora que la anterior. Tragó grueso y sintió
el cúmulo de sensaciones atrincherándose en la boca de su estómago. No podía
entender que sentía en ese momento; la vergüenza y el miedo eran claros, pero
también podía percibir la ansiedad y la excitación adhiriéndose ella como un symbiote, tan hambriento y exigente de
ser satisfecho.
Inmediatamente
sintió como su entrepierna comenzaba a emanar un calor incontenible que se
esparcía hasta su cara.
— Bueno —
la voz de Lu sonó áspera, ronca, pero calmada, casi autoritaria. Inmediatamente
captó la atención de su hermana. — Hace unos días decidimos que continuaríamos
con… esto. Con lo nuestro — la
palabra «nuestro» resonó en los oídos de So. Era como si se oficializara que
realmente tenían algo, una relación formal. — Además, confirmaste que eres mi
sumisa ¿Lo eres?
— Lo soy —
dijo como una autómata, casi desesperada por escucharse lo más sincera posible.
— Bien… —
dio un paso adelante, con la caja morada en las manos. — Las relaciones
normalmente se sellan con anillos, ¿cierto? — la menor movió la cabeza
lentamente como gesto afirmativo. — Algunos usan cuentas, pulseras… aquí no es
diferente — abrió el cajón y So sintió que su corazón se paralizaba.
Un collar
de cuero negro brillante, acomodado delicadamente sobre un colchón de espuma
forrada de terciopelo se presentó ante sus ojos. Las costuras estaban
cuidadosamente cosidas con hilo plateado en una zona de la garganta, destacaba
una pequeña argolla de plata con forma de corazón.
El cuero
apenas tenía un centímetro de ancho, siendo tan discreto que aparentaba más ser
una gargantilla que un collar. Aun así, So sintió que aquello era lo más
parecido a un anillo de compromiso que alguna vez le habían regalado.
Con sumo
cuidado, Lu lo sacó de la caja y le hizo una señala a su hermana para que se
diera la vuelta. Cuando obedeció, retiró delicadeza la melena rojiza y rodeó el
cuello con el accesorio. So acusó el firme ajuste en su garganta, sintiendo el
cuero aferrándose a su piel y el corazón permaneciendo fijo sobre su garganta.
Las manos
de Lu la sostuvieron por los hombros y la guio hasta el enorme espejo montado
sobre la pared del fondo. Cuando So observó su reflejo, sintió que el collar
apretaba más, impidiéndole incluso respirar, o era ella la que había olvidado
hacerlo. El corazón martilleó en su pecho, la imagen que veían sus ojos la hizo
sentir maniatada, como si su cuerpo hubiese dejado de pertenecerle y ahora era
de la mujer tras de ella. No entendía el por qué sentía aquello, pero mucho
menos comprendía porque se le hacía tan agradable.
Aquella
delgada tira de cuero no se parecía en lo más mínimo en los collares que había
visto en internet, pero era suyo y con el pasar de los segundos, fue cayendo en
cuenta de lo que significaba aquello; le pertenecía a alguien.
A su hermana.
Su
respiración se aceleró al punto que debió abrir la boca para dejar que el aire
corriera correctamente hasta sus pulmones. Un dedo pulgar cariñoso se paseó por
su labio inferior y después por su mentón.
— Tócalo —
susurró Lu a su oído.
Un
escalofrío le recorrió la columna y su sexo se contrajo. La temblorosa mano
derecha fue tomada con firmeza por la de su hermana, guiada lentamente hasta el
accesorio. Los dedos vacilantes apenas lo rozaron, sintiendo la suavidad y la
firmeza del cuero. Apreció cada detalle; los bordes, los fríos remaches y la
dureza de la fina plata. Una sensación extraña se esparció en la yema de los
dedos, como si le quemase, pero era un ardor placentero.
El deseo
empezó a desbordarse en su entrepierna e inundó sus sentidos. Miró a Lu,
primero a través del reflejo y después directamente cuando giró para quedar
frente a ella. La mayor sonrió ladeada, transmitiéndole toda la seguridad que
necesitaba.
Si estaba
en sus manos, todo estaba bien.
— ¿Te gusta? — Preguntó con un tono conciliador
separándose de ella y sentándose en la cama.
— Me
encanta… — So volvió a mirarse al espejo. Sintiendo y mirando cada detalle.
— No es un
collar definitivo, por lo que, si deseas, puedes qui…
— No — una
palabra contundente que sonó casi desesperada, volteando para encararla.
La sorpresa
en primera instancia dio paso a una expresión dulce. Lu sonrió satisfecha,
observando lo hermosa que se veía su hermana luciendo el collar que ella misma
había mandado a confeccionar. Se sentía orgullosa, era el primer collar que
mandaba a perfeccionar y a personalizar a medida; cada costura, el color del
cuero, la argolla con forma de corazón, el grosor. Cada detalle importaba y
pasó días diseñándolo para fuese lo suficientemente discreto y pudiera usarlo
en cualquier momento si lo deseaba.
— Gracias…
— no supo porque lo dijo, pero sentía una incesante necesidad de agradecer.
Estaba
consciente que el collar no era un simple regalo. Tenía un significado
implícito que era mucho más profundo, de lo que cualquiera podría imaginar,
pero también entendía que tenía una carga de morbosidad e incluso sadismo, sin
embargo, ella lo sentía como el objeto de más valor que le habían dado alguna
vez. Miró a su hermana y su rostro se enrojeció furiosamente.
— No es
todo — esgrimió Lu, tomando una pose más altanera.
Había
cruzado las piernas y sus manos se apoyaban a los lados. Su pecho estaba
erguido, dándole un aspecto mucho más alto del que tenía normalmente. Sus ojos
habían tomado esa expresión afilada que conseguía desarmar a su hermana.
So no se
dio cuenta cuando o de donde había sacado la pequeña caja plateada que
descansaba sobre su regazo, justo en la entrepierna. — Tómala — ordenó con una
sonrisa casi diabólica.
Caminó con
paso vacilante y tomó la caja entre sus dedos. Temblaba de la emoción y la
excitación, pero no la abrió inmediatamente. — ¿Qué es? — Preguntó vacilante.
— Para que
el acuerdo se complete — empezó a explicar. Se puso de pie y se acercó con
pasos firmes y seguros. Tomó la parte superior de la caja con mucho cuidado y
sin arrebatársela de las manos. — Debo entregarte un regalo transgresor, pero debo asegurarme que lo
recibirás complacida.
—
¿Transgresor? — La mente de So parecía una locomotora con sobrecarga de carbón
funcionando a toda máquina. Esa palabra tenía demasiadas definiciones, pero
ninguna era del todo positivas. Con las mejillas rojas y pasando saliva por la
garganta con dificultad, asintió afirmativamente. — Lo acepto.
— ¿Sin
importar lo que haya adentro?
— Sí…
— ¿Confías
en mí?
— Confío en
ti…
La pequeña
caja se abrió, revelando un objeto cónico, tan brillante como la plata de la
argolla que ahora adornaba su garganta. No sobrepasaba los cuatro centímetros
de diámetro o los cinco de alto, con una base delgada que finalizaba en una
hermosa joya color granate. So no era ilusa, tampoco era una ignorante del
tema, sabía a la perfección lo que era aquel objeto e inmediatamente, la sola
visión provocó oleadas de placer.
Lu tomó
tanto el juguete como la caja y caminó hasta la cama hasta sentarse, hizo una
seña a su hermana con el dedo índice para que se acercara y ella obedeció. —
Voltéate — ordenó autoritaria, con voz ronca. So lo hizo sin rechistar.
Las hábiles
manos de la mayor se posaron sobre los glúteos, palpándolos y apretándolos.
Primero tímidamente, luego sin pudor alguno. Subió la falda y la vista del culo
con un pequeño trozo de tela de encaje negro incrustado entre ambos músculos la
excitó. Volvió a su tarea, recreándose con la vista y la sensación que le
brindaba el suave y voluptuoso tacto. Llevó los labios hacia el glúteo
izquierdo y le brindó un beso suave y húmedo, antes de darle una leve nalgada
que inmediatamente enrojeció la zona. Hizo lo mismo lo mismo con el derecho
antes de enganchar los dedos índice y medio en el liguero de la tanga. Tiró de
la prenda con autoridad y esta descendió a los tobillos, su hermana desnuda le
brindaba una vista que le provocaba demasiados malos deseos, pero se contuvo.
Debía hacer las cosas bien, con calma. Debía mantener la compostura.
Volvió a masajear,
esta vez con más ímpetu. Abrió las nalgas, el estrecho agujero del ano y el
húmedo coño quedaron a su merced. Un leve gemido se coló en sus oídos,
aumentando su urgencia. Elevó el rostro y vio a su hermana con los ojos muy
apretados y con la boca levemente abierta, sus manos se habían cerrado en puños
con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos. Quiso besarla, pero
arruinaría la atmósfera morbosa que se había esforzado en crear. Dejó su mano
derecha separando lo más posible el culo y llevó el dedo índice de la izquierda
hasta su sexo. Con el anverso, recorrió toda la abertura, sintiendo los
pliegues resbaladizos y viscosos, repitió la acción con el reverso, escuchando,
ahora sí, un coro de sollozos eróticos.
El dedo se
deslizó hasta cinco veces en ambas direcciones, asegurándose en llegar en un
par de ocasiones hasta el clítoris que ya se encontraba totalmente hinchado.
Incluyó un segundo el dedo, el medio, y repitió el proceso hasta por un minuto,
con sus sesentas segundos completos.
So se encontraba
con la espalda arqueada y sus pies en puntillas. Los espasmos de la
estimulación le habían hecho tomar una posición donde su culo había quedado en
pompa y sus hombros se habían inclinado hacia delante. Sus piernas temblaban
por la tensión y pequeñas gotas de flujo ya humedecían el piso bajo sus pies.
Cuando los
dedos estuvieron lo suficientemente lubricados cambió de objetivo, comenzando
un movimiento ascendente, rozando la sensible piel de la zona entre el la
vagina y el ano hasta alcanzar el delicado agujero. Usó ambos dedos para
masajearlo externamente, asegurándose que la lubricación lo cubriera en
abundancia. Llevó la punta del dedo medio e hizo presión, sintiendo la fuerza
con la que este se cerraba.
— Relájate
— mandó. So en ese momento se dio cuenta de lo tensa que estaba. Tenía miedo
siquiera de voltear a verla. Respiró profundamente e intentó relajar sus
músculos.
Lu volvió a
pasar el dedo medio entre los labios vaginales antes de conducirlo hasta el
culo. Hizo presión una vez más, sintiendo la entrada mucho más fácil. Aumentó
la fuerza, apreciando que el agujero cedía, dejándolo entrar. Lo retiró para
repetir la acción hasta que las dos primeras falanges se habían perdido en su
interior.
So suspiró
y jadeó al advertir la invasión. Apretó los dientes cuando un pequeño ardor
comenzaba a molestar, pero no dijo nada, se limitó a concentrarse en facilitar
el camino cuando su hermana intentó entrar en ella una vez más.
No podía
ver si había entrado por completo, pero lo sentía tan profundo que notó cada
milímetro de longitud abandonándola cuando Lu lo sacó. Suspiró sonoramente
cuando la yema acarició la piel alrededor, aliviando la molesta sensación que
le albergaba. El tacto se detuvo solamente para comenzar la invasión total.
Un sonoro
gemido incontenible escapó de sus labios cuando su hermana entró de una sola
estocada. Cada nervio en su interior fue estimulado, incluso por los nudillos
chocando contra los glúteos. Lu giró la mano hacia un lado y después hacia el
otro, removiendo su interior. Cuando dejó de percibir una dolorosa presión
alrededor de la base de su dedo, intuyó que se había acostumbrado a su grosor.
Inmediatamente empezó un vaivén en su interior, sacándolo y metiéndolo a un
ritmo constante. Añadió un segundo dedo que acusó una resistencia mucho más
frágil y con mucho menos esfuerzo, se perdió en el interior del elástico
agujero.
So se
sentía extraña. Era la primera vez que jugaba con esa parte tan pecaminosa y la
sensación no era desagradable, pero tampoco era el placer ensordecedor que
sentía cuando era estimulada por la vagina. Aun así, apreciar que su culo ya no
ofrecía ninguna resistencia y solo acusaba un leve, pero delicioso roce nublaba
todos sus sentidos. Incluso, llegó pensar que ahora, era su ano el que
succionaba con glotonería. Y ese pensamiento la llevó al primer espasmo previo
al orgasmo.
Lu se
sintió satisfecha al apreciar la expansión y elasticidad que había ganado el
culo de su hermana. So ahora se mostraba dispuesta, entregada a la sonorización
y, de hecho, lo estaba. Se arrepentía de no haberse atrevido a explorar esta
parte de su cuerpo en el pasado y de experimentar un placer que la estaba
llevando al clímax. Fue tanto su goce que se sintió abandonada cuando los dedos
salieron de su interior.
Lu abrió
ambas nalgas, apreciando el dilatado agujero unos segundos. Tomó el plug anal
con su mano izquierda, usando los dedos índice y anular para sostenerlo y el
pulgar para mantenerlo fijo. Repitió la misma acción y lo lubricó con el ahora
abundante lubricante natural de su hermana. Cuando concluyó que era suficiente,
lo paseó en dirección ascendente, hasta posicionar la punta en la entrada.
La menor
dio un respingo y abrió los ojos cuando acusó el frío metal. Giró la cabeza
para ver lo que sucedía y vio a su hermana apuntando directo a su trasero con
el brillante juguete. Inmediatamente sintió como el extraño objeto empezaba a
invadirla y a llenarla, expandiendo su ano a niveles mucho mayores de lo que
habían conseguido los dedos de Lu.
Apretó los
dientes y la vena de su cuello se tensó, pero contrariamente su pelvis se
relajó. Esta nueva irrupción era mucho mayor, acusando incluso dolor cuando la
parte más gruesa forzó su entrada. Inmediatamente sintió los mordisquitos en su
glúteo derecho, provocándole centellazos de placer que sacudieron su interior
de placer. Sin darse cuenta, ella misma forzó la entrada, tragándose el plug y
taponándose.
Cuando su
mente estuvo lo suficientemente lúcida, sintió como si un rayo la atravesaba y
la partía en dos. Estaba abierta, rota y la vergüenza trajo a su mente la
palabra «transgresor», resonando en todos sus sentidos. Su hermana lo había
dicho, se lo advirtió y aun así ella lo aceptó gustosa. Sin una luz cegadora y
un suave click la sacaron de sus cavilaciones.
Lu se
levantó, acarició su culo una vez más y la tomó del cuello, obligándola a
enderezarse. Posicionó su teléfono celular frente a sus ojos y una imagen la
asaltó; su culo en primer plano, con su coño hinchado y babeante junto una
hermosa y brillante joya justo donde debía estar su ano, adornándola.
Y así, no
pudo evitar derretirse en un orgasmo arrasador.
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Bff, quizás el capítulo más largo hasta el momento xD más de 7K de palabras, pero el contrato está firmado!
Muchas gracias por seguir hasta el momento, si les gusta el relato, déjenmelo saber a través de los comentarios. También recuerden que pueden seguirme en twitter como @andy_relatos, donde publico cosas randoms y otras relacionadas con esta y otras historias en las que estoy trabajando. También pueden entrar a mi Magic donde están todos mis links, así me ayudan en otras plataformas.
¡Nos vemos la semana que viene!
Para cuando aparecerá la escritora...