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  1. Átame a ti: Capítulo 7

    domingo, 11 de diciembre de 2022

     


    Capítulo 7

    Zeus

    Ni siquiera habían entrado al local cuando la música les llegó a los oídos junto a una ráfaga que olía a alcohol y humo de cigarro.

    La entrada del Zeus era una puerta de cristal doble que estaba entre abierta. Después que le permitieron el acceso, un pequeño pasillo con cuatro personas vestidas de negro les recibió. Eran tres hombres y una mujer con expresión seria y de pocos amigos, en sus cinturones sobresalía pequeños radios de transmisión conectados a un auricular en la oreja derecha. El grupo se dividió por género y formaron filas para ser requisados. Después de verificar que todo estuviera en orden, les dieron la bienvenida en un fingido tono cordial y le abrieron una gruesa puerta de madera tallada color café oscuro.

    Con el primer paso dentro del pub, la música retumbó en sus pechos y oídos. El local se dividía en varias secciones; a la izquierda había varias mesas cuadradas y pequeñas que formaban filas de cuatro, cada una con sillas que se apreciaban cómodas a pesar de su tamaño.

    A la derecha había una barra con una fila de taburetes, detrás se apreciaba un gran escaparate clavado a la pared, exhibiendo diferente botellas de alcohol. Varios chicos con un uniforme negro con detalles del dios mitológico en blanco tomaban cervezas y las introducían en grandes envases repletos de hielo y descorchaban botellas que les entregaban a chicas vestidas con la misma ropa y un delantal lleno de cajas de cigarrillos que se encargaban de llevar los pedidos a las mesas.

    De las muchachas se percató de la llegada del grupo e inmediatamente los abordó: ― ¡Bienvenidos al Zeus! ¿Tomarán una aquí o irán al fondo?

    ― ¡Iremos más al fondo! ― Carlos prácticamente debió gritar para poderse escuchar sobre la música. Echó una mirada el resto en busca de aprobación que consiguió con un gesto afirmativo.

    ― ¡Ok, síganme!

    Ocho personas conformaban al grupo. Junto a Lu, habían asistido los que habían confirmado; Carlos, Lorena, una morena bajita y muy simpática que siempre había compartido con ellos y Joe, el amigo de la infancia de Carlos, un muchacho de cabello castaño y lacio, muy bien parecido que se caracterizaba por ser el casanova de su pequeño grupo de amigos. Los muchachos estaban sorprendidos de que había asistido solo ésta vez. Por el lado de So, sus mejores amigas, Jennifer y Thalía habían ido junto a Joel, uno de sus mejores amigos que, curiosamente, se llamaba casi igual que Joe. A diferencia del amigo de Lu, Joel era mucho más recatado, serio y no era tan salido, de anteojos y cabello castaño claro. La diversión de ese grupo de amigos siempre estaba garantizada era por Jennifer, la rubia sumamente blanca siempre tenía un chiste u ocurrencia que decir. Thalía, por otro lado, era una belleza de cabello azabache y piel cobriza, ojos rasgados y oscuros.

    Mientras se iban adentrado al lugar, la iluminación amarillenta de la entrada iba quedando atrás, dándole la bienvenida a una oscuridad apenas difuminada por las tenues y parpadeantes luces de diferentes colores que provenían desde la tarima y a la enorme pantalla LED detrás del DJ. La temperatura se elevó varios grados, la humedad se acrecentó y el hedor a tabaco se hizo mucho más intenso.  La música era tan fuerte que se dificultaba mucho la comunicación.

    La anfitriona los ubicó en una zona pegada a la pared, alejados solo lo necesario de la pista de baile que ya era ocupada por varias personas que se movían al ritmo del Dembow.

    ― ¡¿Qué van a beber?! — Se dirigió una vez más a Carlos, que parecía haber captado la atención de la chica.

    ― ¡¿Pedimos cerveza para empezar y después vemos si pedimos otra cosa?!

    ― ¡Sí! ― Respondió Lu que ya se acomodaba en un asiento libre.

    ― ¡Dos tobos de cerveza, por favor!

    ― ¡Vale! ― Respondió, terminando de ayudar a los chicos a acomodar las sillas alrededor de las dos mesas que habían unido para que todos cupieran a gusto. Anotó algo en la libreta y se marchó, esquivando personas con gran agilidad.

    So se sentó en la primera silla libre que vio y se topó casualmente – o quizás, la había buscado inconscientemente –, con la que estaba al lado de su hermana. Se sentó sin decir nada, a su la derecho se sentó Jennifer, seguida de Thalía y Joe. Junto a éste se sentó Lorena y Carlos cerraba el círculo al estar al lado de su hermana.

    ― ¡Nunca había visto al Zeus tan lleno y eso que aún es temprano! ― Gritó Thalía.

    ― ¡Es verdad, menos mal decidimos venir a esta hora, en un par más y aquí no cabrá un alma! ― Respondió Carlos.

    La camarera llegó acompañada de un chico que traía dos tobos repletos de hielo y con diez cervezas en cada uno. Los baldes incluían un destapador barato en la asas que Joe y Carlos no duraron en usar para destapar la primera ronda. En un par de minutos, los ocho alzaron su bebida, brindando por una buena velada.

    Las conversaciones tribales empezaron y poco a poco, el grupo fue entrando en ambiente, algunos se habían levantado a bailar algunas canciones de ritmo latino que el DJ colocaba a esa hora; merengue, salsa y bachata eran los ritmos más predominantes. Todos se divertían con las ocurrencias de Jennifer, que no dejaba de bromear con cualquier cosa que se le ocurría. Sin embargo, había una persona que parecía algo distante en comparación al resto. Lu lo había notado y, de hecho, ya llevaba alrededor de media hora viéndola casi fijamente. Su hermana, a pesar de estar al corriente de la conversación, se podía percibir más inmiscuida en sus propios pensamientos que en la divertida noche. Exhaló profunda y entrecortadamente. Era, al menos, la quinta vez que lo hacía durante el rato que tenía vigilándola.

    La mente de So se encontraba en lo ocurrido horas antes en el departamento. Sabía que no había pasado nada, solo la habían vestido y aunque era una situación extraña, no era algo del otro mundo. Aun así, su mente y cuerpo se sentían como si hubiese tenido una sesión de sexo intenso. Las ampollas de la excitación no habían mermado ni un segundo y el mero hecho de recordarlo la amplificaba ¿Y cómo no recordarlo? Al mínimo movimiento que hacía podía sentir el frío plástico de la silla chocando con sus muslos prácticamente desnudos, el cargado y cálido ambiente golpeaba contra la piel de su pecho y espalda, mezclándose con el calor que emanaba de su entrepierna. Rememorar los pequeños roces, las caricias y la delicadez del tacto de los dedos de Lu la llevaban a las situaciones pasadas, como si de una diapositiva se tratase. Pero no era solo la connotación sexual de cada uno de los actos, no era imbécil y no había forma de negarlo; aunque no hubiesen tenido sexo realmente, se percibía como algo demasiado cercano a ello… y sentía miedo al no sentirse segura de si era capaz de evitar cruzar esa línea tan tentadora y peligrosa. Era la fusión entre el deseo y el dominio, confianza y sumisión lo que estaba generando estragos en su cabeza y en su cuerpo en general. Revolviendo todo el panorama de lo que ella, creía, tenía dominado en cuanto a su propio deseo, confundiéndola y excitándola a partes iguales. Incluso, llegó a preguntarse si era el control o la renuncia a él lo que le había atraído más.

    O quizás, sencillamente es entregarme a ella…  Pensó, haciendo equilibrio entre la euforia y el pánico.

    — Se acabaron las cervezas ¿Pedimos otra cosa? — La voz de Carlos le sorprendió. Desde hacía rato notaba como el mejor amigo de su hermana le dedicaba miradas de seducción que ella buscaba esquivar. Carlos era atractivo y sabía de primera mano que era muy buena persona, pero su cabeza, al menos en ese momento, era acaparada por una sola persona.

    — Yo digo ron — respondió Lorena, ignorando que Carlos, prácticamente, le había preguntado solo a So.

    — Me parece buena idea — agregó Joel.

    — ¿Dónde estará la chica? — Thalía miraba en todas las direcciones. El resto de chicos empezó a buscarla sin éxito.

    — Iré a pedir a la barra, si nos ponemos a esperar nos da resaca aquí mismo — dijo So, intentando sonar segura.

    Se levantó y reacomodó el vestido, evitando que algo que no debía se asomara de más. No esperó réplica u ofrecimientos de acompañamiento y se puso en camino hacia la barra ante la mirada de varios pares de ojos que no dejaban pasar la oportunidad de degustar lascivamente las deliciosas curvas de la pelirroja.

    — Yo voy aprovechar para ir al baño, entonces — exclamó Lu, quien tampoco esperó ofertas de compañías y se encaminó casi en la misma dirección que su hermana.

    2

    So se sorprendió del «nuevo» ambiente que ofrecía la zona de la barra. Había muy pocas luces encendidas en comparación a cuando habían entrado ¿Cuánto tiempo tenían ya dentro del local? Era claro que ya habían dejado de vender comidas y las únicas bandejas que corrían de vez en cuando, llevaban hieleras o botellas de licor. Se sentó justo donde doblaba la barra, un lugar alejado con solo tres butacas libres, tomando la primera de estas. Echó un par de miradas a los camareros, viendo que solo había cuatro chicas atendiendo a varios clientes, no había rastro de la muchacha que los había atendido en un principio. Entendió que debía esperar un rato a que la atendieran, pero no se molestó. Quizás ese momento a solas le ayudaría a despejar un poco la mente y no pensar tanto en Lu.

    Giró la butaca para observar mejor el lugar, la hilera de mesas de la entrada ahora era ocupada por algunas parejas metidas en su mundo y un pequeño grupo de tres chicos. So los miró detalladamente, dándose cuenta que uno de ellos la notó y le sostuvo la mirada con una sonrisa coqueta. Ella devolvió el gesto, el muchacho era apuesto, moreno, con un corte casi al ras y facciones rudas en su rostro que contrastaban con el par de brillantes que adornaban los lóbulos de su oreja. La ajustada camisa vinotinto mostraba que era un chico de gimnasio, con más musculatura que el promedio.

    El duelo de miradas y sonrisas continuó por unos cuantos minutos. Ana Sofía cruzaba las piernas cada tanto en un juego de seducción que le parecía divertido. Un dejo de excitación continuaba presente, merodeando a cada tanto y eso le envalentonaba a coquetear deportivamente. Nunca había sido una chica recatada ni mucho menos, todo lo contrario, So estaba  perfectamente consciente del poder que poseía su atractivo físico y sabía muy bien como jugar sus cartas dentro de ese ambiente. Recordar que ella podía imponer el ritmo de la situación le haría recordar el placer que sentía y quizás, solo quizás, descubriría que era mejor.

    Aunque en el fondo lo dudaba.

    — Está bueno, ¿verdad?

    La aterciopelada voz le hizo dar un brinco sobre su asiento. No había notado la presencia de su hermana, mucho menos que se había acercado tanto como para hablarle directo al oído. El cálido aliento acarició la piel sensible de su cuello y en ese instante decidió que no había sensación más agradable que el placer que Lu le brindaba con gestos tan simples.

    So no la miró, su vista seguía anclada en aquel chico que advirtió la presencia de otra mujer muy parecida y ensanchó aún más la sonrisa. Ese gesto no le gustó y le provocó una sensación extraña e incómoda, demasiado semejante a los celos, pero rápidamente intuyó que no se debía a que Lu hubiese ganado la atención que en un principio le pertenecía a ella, sino a que ese extraño se había atrevido a coquetearle. A ella. A su hermana.

    Pero no tuvo mucho tiempo de meditar sobre ese sentimiento ya que unos juguetones dedos que ya conocía peinaron su cabello hasta posicionarlo sobre su hombro derecho, cayendo en cascada sobre su seno, solo para comenzar a trazar líneas imaginarias que iban desde la nunca hasta la columna con una suavidad pasmosa que le crispaba la piel.

    — Es…, es guapo, sí. — Respondió con la voz entrecortada.

    — Te está comiendo con la mirada desde hace rato — volvió a susurrar y So volvió a susurrar con la boca muy pegada a su oreja se preguntó cuánto tiempo tenía observándola. Eso hizo que inflara el pecho ¿Eran celos lo que percibía? Posiblemente, pero la adrenalina comenzó a bombear rápidamente; el saber que su hermana podría sentirse amenazada por un sujeto cualquiera que la mirara lascivamente le daba esa falsa sensación de poder que estaba imaginándose hace rato, y con Lu entrando en la ecuación, la excitación se disparaba.

    — Bueno…, puede mirar lo que quiera… — respondió, sintiendo los estragos húmedos en su entrepierna y mente.

    — ¿Te gusta que te mire? — La pregunta le tomó desprevenida y, como un acto reflejo, separó las piernas para volverlas a cruzar, a sabiendas que su ropa interior se vería.

    La calidez de Lu junto adentrándose en ella cada vez que emitía una palabra era una dulce tortura que la envalentonaba a un nivel que desconocía. Se concebía valiente y a la vez dependiente, lo que provocaba que se cuestionara muchas cosas ¿Le gustaba que la mirara aquel sujeto? No… el chico había pasado a un tercer, cuarto o quinto plano y no era más que otro componente de lo que estaba sintiendo. Una pieza más que funcionaba gracias el inmenso motor que era su hermana. Y descubrió que, si era dentro de su juego… quizás si le gustaba que la mirasen.

    O lo que ella quisiera.

    — Un poco… — respondió lánguida, relamiéndose los labios, viéndose incapaz de contener su excitación.

    — Entonces démosle algo bueno que ver.

    Las manos de Lu se anclaron con firmeza en la cintura de So y la giraron hasta quedar frente a ella. La menor al fin la vio, sentada y regalándole esa sonrisa egocéntrica y socarrona que estaba volviéndola loca y unos ojos que se percibían diferentes, algo que solo gracias a la cercanía era capaz de percibir; la nube de excitación que dilataba las pupilas hasta oscurecerlos, demostrándole que estaba tan excitada como ella. Sin mucho esfuerzo la hizo levantar y el rostro de la menor apenas quedó un par de dedos sobre el de la mayor.

    Las firmes manos de Lu empezaron a descender, contorneando la cintura y caderas hasta alcanzar los muslos. Cambió de dirección con suavidad, arrastrando la tela del vestido en el proceso. So sintió que la respiración se le cortaba y volteó hacia la barra para percatarse que más nadie podía darse cuenta de lo que sucedía. La luz era tan tenue que apenas permitía la vislumbrar lo que ocurría a unos pocos metros de distancia y la única persona con una vista privilegiada de lo que sucedía era aquel mismo sujeto que, ahora sí, le dedicaba toda su atención, como si el resto del local hubiese desaparecido y ellas fueran lo única que le interesaba. Con los codos apoyados en las rodillas y el dorso inclinado hacia delante para enfocar mejor.

    So volvió la vista hacia su hermana y notó que esta no le había quitado los ojos de encima ni un segundo. De pronto, sintió unos largos dedos introduciéndose entre la tela y su piel, tocándola, sintiéndola. Segundos después, empezaron a subir, arrastrando con ellos el vestido.

    La brisa se coló entre las piernas, sintiéndola mayormente en su culo. Intentó decir algo, pero su garganta se había cerrado y por más que abrió la boca, las palabras se atoraron. Lu sonrió sádica, acentuando el hoyuelo de su mejilla izquierda.

    Antes de darse cuenta, las manos y el vestido estaban a la altura de la cintura y su trasero estaba desnudo, protegido únicamente por una fina tela que se perdía entre las nalgas, a la vista de quien se percatase de ellas.

    Lu dejó la cintura después de asegurarse de que la tela no se caería y abarcó la totalidad de ambos glúteos con ambas manos. Manoseó a placer, apretó con codicia y rasguñó con malicia. Incluso las hubiese mordido si hubiese tenido la oportunidad, pero se conformó con sentir la suave y voluptuosa piel en las palmas. Un gemido de placer fue ahogado por el alto volumen de la música cuando So se dejó llevar. Su frente descansó en el hombro de su hermana y sus uñas se clavaron en el cuero de la chaqueta.

    Lu llevó una mano entre los suaves muslos y con pericia le hizo separar las piernas. Con calma y sin dejar de rozar la piel con el dorso de la extremidad, llevó ambas manos hasta el elástico de la tanga, enganchando sus pulgares. Lamió la clavícula y empezó a bajar la prenda con una lentitud tortuosa. So sintió que cada centímetro equivalía a un latido de su corazón, pero cuando sintió la delgada tela abandonar la prisión de sus apretadas nalgas, éste comenzó a bombear como una locomotora descontrolada. Quiso quejarse, deseó hacerlo, pero un mordisco en la sensible piel entre los senos solo permitió que le arrancara una húmeda y lánguida queja que murió en la coronilla de la cabeza de la mayor, perdiéndose entre los rizos rojos.

    — Levanta una pierna — una orden en forma de susurro llegó cuando la prenda íntima yacía en sus pantorrillas. So obedeció como una autómata, alzó la pierna derecha y la liberó. — El otro — dijo en el mismo tono y, de nuevo, cumplió sin rechistar.

    Ahora estaba totalmente expuesta, sin nada que protegiera sus zonas más íntimas. Estaba avergonzada, vulnerable, pero sobre todas las cosas, estaba excitada. Emoción que se acrecentó cuando Lu atacó de nuevo su culo, masajeándolo con lascivia. Las gotas ardientes descendían libremente por la cara interna de los muslos desde su húmedo coño, dejando una húmeda evidencia de lo caliente que estaba.

    La mayor besó la piel magullada por el mordisco antes de propiciarle una suave nalgada que provocó un gritillo de sorpresa y éxtasis. Lu no la torturó más y reacomodó el vestido con toda la delicadeza que podía permitirse. Se levantó de la butaca y miró al hombre en la mesa. Pensó que sería buena idea retratar la expresión de incredulidad que había en su rostro. Mostrárselo a So para demostrarle lo que provocaba en las personas.

    Lu dibujó una sonrisa guasona que derivó en una suave risilla. So apenas la escuchó y volteó a verla, aun sintiendo los lengüetazos del deseo. Buscó el origen de la risa de su hermana y se encontró con el mismo escenario; el chico las miraba con los abiertos y una evidente erección que se marcaba en los apretados pantalones.

    La menor retiró la mirada de inmediato, sintiendo que la simple visión del rígido pene le quemaba. Bajó el rostro y pellizcó la chaqueta de Lu como un mecanismo de defensa, transmitiéndole un claro mensaje: «Puedo hacerlo si estás conmigo». Una sonrisa nerviosa se dibujó en su propio pensamiento.

    — ¡Chicas! ¿Ordenarán otra cosa? — La joven camarera que los atendió previamente apareció del interior de la barra y se les acercó. — Acabo de verlas, perdón pero a esta hora ya no damos abasto.

    Lu guardó su premio rápidamente en el interior de su chaqueta y le respondió: — Un servicio de ron, por favor… y dos bolsas de nachos con queso para picar.

    — ¡Saliendo! — Exclamó, sirviendo los vasos con hielo y colocándolos sobre una bandeja, sacó la  botella de licor y siguió a las chicas hasta su mesa.


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